[Extra: Min Yoongi es católico]

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De nuevo sin gasolina. ¿Por qué se le acababa justo en los momentos más importantes? A Yoongi no le apetecía llegar al lugar con restos de sudor, necesitaba dar una impresión buena. No había puesto delineador negro en sus ojos como solía hacer y tampoco llevaba ningún piercing, ni siquiera pendientes. Quería transmitir seriedad a través de su aspecto, aunque quizás su cabello blanco no lo hiciera. Estaba preocupado por ese tema y, para colmo, estaba nervioso. De hecho, no estaba así de nervioso desde... desde... Bueno, estaba nervioso.

Los padres de Momo se habían enterado de algún modo de que ella tenía novio y querían conocerlo. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que teniendo una comida juntos? Maldito cliché de comedia romántica americana de instituto.

Cuando llamó a la puerta de la casa, le recibió Momo. No lo abrazó ni lo besó en la mejilla, solo lo agarró por los hombros y le pidió:

—No digas palabrotas, Yoongi.

Él no lo haría, podía controlarse. Momo se acercó más a él arrugando la nariz mientras lo olfateaba.

—¿Has fumado? ¿No lo habías dejado?

Lo había hecho, pero los nervios habían podido con él.

—Espera aquí —dijo la chica antes de cerrar de nuevo la puerta con él fuera. Regresó segundos después con un frasquito de perfume. Roció levemente el cuello del chico con él—. Así mejor. Pasa —invitó. Yoongi se quitó la delgada chaqueta que llevaba puesta. Momo se sorprendió al ver que lucía un suéter de color blanco—. ¡Blanco! Pensé que nunca te vería así.

Él gruñó.

—Es color hueso —la corrigió.

Finalmente, entraron en la sala de estar de la casa. Yoongi no había olvidado el lugar, pero se veía distinto. Si antes era silencioso, ahora era todo lo contrario; la televisión estaba encendida, un hombre mayor —el padre de Momo, supuso— preparaba la mesa donde comerían, y se oían ruidos de vapor y chapoteos en la cocina. Después de pensarlo un poco, se acercó al hombre.

—Buenas tardes —murmuró, tímido.

El señor Hirai lo miró de arriba a abajo. Se notaba por sus rasgos que era absolutamente japonés. Imponía bastante y eso le asustó. ¿Qué pasaría si no le gustaba?

—¿Eres el famoso Yoongi? —preguntó él. El joven asintió y estrecharon sus manos. De repente, pareció amable— Moguri no para de hablar de ti.

Yoongi la miró con sorpresa. Ella se encogió de hombros. Entonces la señora Hirai apareció en la sala con un gran cuenco lleno de arroz con especias. Ella era muy delgada, se le marcaban en la piel todos y cada uno de los huesos y era realmente alta, incluso más que él. Sus raquíticos dedos de las manos estaban decorados con anillos bañados en oro y... ¿era eso un rubí? Tras colocar el plato de comida sobre la mesa, se sentó en una de las sillas, haciendo que el resto la imitara. A un lado se sentaron los adultos y, en frente, los dos jóvenes.

—¿Min Yoongi? —preguntó la mujer, examinándolo con dureza. Se fijó en la forma de su rostro y en su cabello. ¿Tenía la misma edad que su hija?— ¿Cuántos años tienes? —inquirió.

Fue repentino para el chico.

—Dentro de dos semanas cumplo veintiuno —respondió algo cohibido.

—¿Y vas al mismo curso que Moguri? —inquirió alzando una ceja.

—No es que repitiera curso —explicó Yoongi al ver que a la mujer no le gustaba eso—, fue debido a que tuve que abandonar los estudios por un tiempo por razones personales.

Si con «abandonar los estudios por un tiempo por razones personales» se refería a que había sido expulsado de su anterior instituto, Yoongi estaba siendo sincero, pensó Momo, divertida.

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