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—Y... ¿entonces? —Momo habló.

Taehyung la había llevado a toda velocidad al aula del consejo estudiantil y, sin embargo, todavía no había mencionado aquel favor que quería solicitar.

—Ah, sí. Bueno, verás... —rascó su nuca— Como alumno ayudante que soy, mi deber es ayudar y cuidar a todos los estudiantes, sabes, ¿no?

—Sí, sí, ¿y qué? —le invitó a continuar.

—Hay un chico que no viene a clase; repite curso, ¡es mucho más mayor que yo! Me pidieron que fuese a su casa para hablar con él y pedirle que viniera al instituto, pero... —miró al suelo. Momo notó que le estaba dando más dramatismo que el necesario— ¡Me dijo cosas horribles! Cosas que no puedo decir en voz alta —la castaña no parpadeó—. Tengo que volver hoy y me preguntaba si podrías ir tú en mi lugar. Por favor —juntó ambas manos y realizó una pequeña reverencia.

—Si me das tu postre durante una semana —condicionó con una pequeña sonrisa.

—Hecho —él también sonrió y le entregó una nota de papel—. Esa es la dirección.

Momo la leyó en voz alta. Resultó desconocida para ella.

—¿Está lejos? —cuestionó— No conozco ciertas partes de Suwon.

—Está muy cerca.

***

«Muy cerca».

Momo se acordó de Taehyung, de su padre, de su madre y hasta de sus difuntos familiares cuando bajó del segundo autobús y tuvo que caminar unas manzanas más. Maldijo por lo bajo y terminó por llegar al edificio.

Entró en él y tan solo había unas viejas escaleras entre unas paredes cubiertas de grafitis. Subió unos pocos escalones y un enorme perro negro se abalanzó sobre ella.

Varios minutos pasaron hasta que su dueño pudo separar el can de ella. Ni siquiera se disculpó y Momo había acabado toda desaliñada, con las patas del perro marcadas en la chaqueta de su uniforme, el rostro lleno de babas y las horquillas que sujetaban su cabello, caídas. Se arregló como pudo a la vez que terminaba de subir las escaleras hasta la planta correspondiente.

Llamó al timbre y necesitó esperar unos minutos hasta que alguien se dignó a abrir la puerta. Era un chico delgado, de tez pálida —pudo verlo claramente debido a que este tenía el torso desnudo—, con un piercing plateado en el labio inferior y el cabello de un color azulado. Respecto a su expresión, la frase «¿quién osa molestarme a estas horas de la tarde?» era justo la adecuada.

—¿Qué quieres? —gruñó poco antes de bostezar.

—Soy la presidenta del consejo estudiantil de tu instituto —comenzó, tratando de mantener su mirada en los felinos ojos del chico—. Venía a...

—No quiero —expresó con los ojos entrecerrados—. Sois unos putos plastas.

—Por lo que sé, esta es la segunda vez que venimos —enfatizó, enojada por el vocabulario utilizado.

—Me habéis jodido una tarde, no voy a dejar que esta también —determinó—. Ya puedes irte a tu casa, niña sucia.

—¿Sucia? —abrió mucho los ojos, indignada por aquel comentario.

—Claro —no pareció inmutarse—, ¿te has visto?

Sacó su móvil y trató de usarlo como espejo, sin resultado.

—Un perro me atacó en las escaleras —informó, molesta.

—Qué torpe —se burló—. ¿Por qué no entras y te lavas un poco?

MaybeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora