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Jeongyeon llegó a su casa después de clase. Había quedado con Jimin en el centro comercial en menos de dos horas y todavía no tenía qué ponerse. Abrió su armario de par en par y observó todas sus prendas; la mayoría de colores oscuros. ¿Acaso seguía de luto? ¿Por qué no tenía algún jersey de colores pastel o una falda?

—Plan «B» —susurró para sí.

Salió de su habitación y entró a la de su hermana mayor, encontrándola tumbada en el suelo mientras leía un libro.

—Jeongyeonie, ¿acaso no sabes llamar? —cuestionó con el ceño fruncido— Me encontraba en un capítulo muy interesante.

—No quiero detalles —siseó la peli-corta—. ¿Me prestas una falda?

—¿Tú? ¿Llevando una falda sin ser obligada? ¿Por qué? —Se levantó debido a la impresión.

—Mmh... —vaciló, tratando de inventar alguna excusa de­cente. No la encontró, así que terminó formulando la más absurda:— Últimamente me gustan las faldas...

Seungyeon arqueó una ceja.

—Ajá. Y a mí, últimamente me gustan los hombres —ironizó—. Dime, ¿para qué la quieres?

—Voy a cenar con un amigo y...

—¿Por qué no haces lo de siempre y vas en uniforme? —sugirió.

—Él insiste en que vaya con ropa casual.

La mayor cruzó sus brazos, pensativa.

—¿Ese chico... te gusta?

—No. Solo es un amigo —respondió, nerviosa.

—Entonces, ¿no crees que está mal mentirle a un amigo? —miró seria a su hermanita— No sé, piénsalo: se estará haciendo amigo de una persona que no eres tú, que no es Jeongyeon. Eso no será bueno para ti ni para él —la aludida miró al suelo y la azabache decidió endulzar su tono—. Y, en el caso de que el chico te gustase, mostrarte tal y como eres tam­bién es la mejor opción. Se enamorará mucho más rápido de Jeongyeon que de una chica que no seas tú. Estate orgullosa de ser tú misma —la menor no dijo nada, así que la Yoo mayor tuvo que decir algo para aligerar el ambiente—. ¡Guau! Creo que hoy estoy realmente inspirada —sonrió—. ¿Debería comenzar a escribir mi propio libro?

Jeongyeon también sonrió.

—Yo lo compraría —aseguró la castañita.

—¡Claro que lo comprarías! Esa sería tu obligación —Jeong­yeon rió y sus risas se vieron mezcladas con las de la mayor—. Bueno, ve a vestirte con lo que sea, que no llegas.

Su hermanita asintió y abandonó la habitación para volver a la propia. Terminó por vestirse con un holgado jersey de color granate, unos vaqueros anchos con rotos en las rodillas y unas converses de color azul oscuro. Se abrigó con una trenca color café y salió de la casa.

—¿Adónde va? —preguntó la señora Yoo a Seungyeon.

—A una cita con un chico.

—¿Con un chico? Pensé que en eso era igual a ti...

—¡Mamá!

***

—Llegaste con cincuenta y dos segundos de retraso; definitivamente, tendrás que invitarme a cenar —restregó el rubio, con la sonrisa de siempre.

—¿No iba a hacerlo de todos modos?

—No, pero, ya que insistes... dejaré que me invites —guiñó un ojo y Jeongyeon gruñó. Jimin desvió su mirada a la ropa de la castañita: verla sin el uniforme se le hacía extraño, pero así es­taba mucho más guapa.

MaybeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora