[Extra: El romance de Nayeon]

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Nayeon se miró una vez más en el espejo. Nunca se fijaba demasiado en su físico, pero ese día lo hizo. Se había puesto unos pantalones cortos de color blanco y unos calcetines ne­gros que le llegaban a mitad del muslo. En la parte de arriba llevaba un poncho de lana rosa, hecho por ella misma. Su pelo castaño oscuro estaba suelto, solo recogido levemente con unas horquillas en cada lado. Fue a salir de su habitación, pero su hermano menor Yeonggi la sorprendió.

—¿A dónde vas? —preguntó haciendo un puchero. Era un niño rellenito y bajito para su edad. Llevaba unas gafas redon­das que, según él, lo hacían ver más inteligente— Sabes que no me gusta estar solo en casa con mamá y su novia —Frunció el ceño y cruzó sus cortos bracitos contra el pecho.

Nayeon hizo una mueca de molestia.

—Tienes a Soyeon —dijo mientras se colocaba un poco de pintalabios para ganar tiempo.

—¿Quién es Soyeon? —gruñó.

Los dos hermanos pequeños habían tenido una pelea por el mando a distancia y, ahora, el problema recaía en ella.

—Pídele perdón y jugad una partida a Mario Bros, ¿vale? —aconsejó la mayor y tuvo la intención de salir, sin embargo, el pequeño la detuvo de nuevo— No me hagas esto, tengo una cita con un chico.

Pero no se movió.

***

Había llamado a Seokjin el día anterior para darle la enhora­buena por haber sido aceptado en la facultad de medicina. Solo tenía la intención de felicitarle —años atrás, él le había ayudado a aprobar asignaturas en las que tenía problemas—, pero acabaron hablando horas enteras por teléfono. Finalmente, decidieron verse en una cafetería del centro comercial para continuar con la charla. Y allí estaba.

Nayeon recordaba a Seokjin con el cabello rubio, pero ahora era de un color azabache, lo que hacía parecer su rostro más blanco y sus rasgos más definidos. Se veía más adulto. Ella se­guía igual.

—¡Nayeon! —saludó acercándose— Cuánto tiempo.

—¡Sí! —Nayeon estaba igual de emocionada y lo rodeó con sus brazos cariñosamente, algo que lo pilló desprevenido. Tembló y sus mejillas se tiñeron de rojo. Se separaron y se miraron. Seokjin se veía tímido.

—Parece que le gustas —ambos se giraron a ver a quién permanecía esa voz: a Yeonggi. Seokjin lo miró con duda.

—¿Lo conoces? —le preguntó a la chica.

—Es mi hermano —respondió mostrando un tierno puchero de pena—. Tuve que traerlo, lo siento.

Seokjin miró con detenimiento al niño de gafas redondas. No se parecía en absoluto a Nayeon.

—No importa —dijo con una sonrisa—. En realidad, se me dan muy bien los niños —Y es que alguna vez había hecho de canguro para los hijos de familiares. Se agachó hasta estar a la altura del pequeño y preguntó—: ¿cómo te llamas?

—Yeonggi —respondió, extrañado por el repentino interés.

—Ah, Yeonggi —sonrió ampliamente y el niño tuvo miedo—, dime: ¿por qué Bob Esponja no va al gimnasio? —nadie res­pondió. Yeonggi lo miraba con una mueca de desagrado. Seokjin continuó— ¡Porque ya está cuadrado!

Comenzó a carcajearse de una manera extraña hasta el punto de que algunas lágrimas brotaron de sus ojos y necesitó suje­tarse el abdomen con ambas manos.

—Noona, este chico es raro —Yeonggi se había aferrado a la cintura de su hermana mayor, parecía asustado.

Seokjin detuvo su risa. ¿Cómo se atrevía a decir que era raro delante de Nayeon? Lo miró con mala cara y volvió a ponerse de pie. Si la cita iba a ser con ese niño de por medio, se iba a estropear todo.

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