[Extra: Mi amiga Yoonji]

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Eran pasadas las nueve de la noche y Yoongi caminaba por las frías calles de Suwon. Llevaba puesto un largo abrigo negro y una enorme mochila a la espalda con todo lo que podía necesitar esa noche. Sus cabellos blanquecinos estaban bien peinados, había adornado su mirada felina con delineador negro y colocado un pequeño aro plateado en el lado izquierdo de su labio inferior.

Cuando llegó a una zona residencial llena de parques y bonitos adosados, paró en seco y comprobó la dirección que le había mandado su novia en un mensaje. Habría preferido venir en su moto, pero esta estaba sin gasolina y no tenía dinero para recargarla. Caminó por el jardín delantero de una pequeña casa de fachada de color naranja. El tejado de pizarra estaba cubierto de nieve. Subió unos escalones que llevaban a la entrada principal y tocó el timbre.

Poco después, la puerta fue abierta por Momo. Vestía unos vaqueros y una sudadera ancha de color rosa, sus cabellos castaños estaban sueltos. Yoongi no acostumbraba a verla así y se enrojeció.

—¿Pasa algo? —cuestionó la chica al verlo así.

—No es nada —repuso a la vez que negaba con la cabeza para disipar sus colores.

La anfitriona se alejó un poco de la puerta, permitiéndole el paso, y vio cómo este se quitaba el abrigo y, luego, los zapatos.

—¿Estás segura? —Yoongi, ya descalzo y todavía sentado en el suelo, la miró con seriedad.

—¿Segura de qué?

—Me preguntaste que si quería quedarme a dormir porque tus padres no estarían —explicó intentando sonar indiferente cuando, en realidad, decir aquello le ponía nervioso—. Es porque quieres hacerlo, ¿no?

Momo pareció no comprender. Desde que sus amigos tuvieron la idea de dormir todos juntos, se había imaginado a ella y a su novio en la misma cama, abrazados.

—¿Hacer qué?

Al parecer, Yoongi había pensado demasiado.

—Nada.

Caminó por el pasillo hasta llegar al salón. A la derecha había un gran mueble de madera lleno de fotografías y papeles y una larga mesa rodeada de media docena de sillas. Al otro lado, vio dos sofás, una mesita de café y una televisión plana. Las paredes, pintadas de amarillo, también estaban decoradas con fotografías enmarcadas.

—Tu casa es enorme —comentó.

Momo sonrió y miró la hora del reloj.

—¿Has cenado? —preguntó.

—No.

***

La chica melocotón colocó un cuenco de plástico lleno de arroz blanco.

—No sé cocinar —se lamentó mientras veía a Yoongi servirse—, estas son las sobras de la comida.

—¿Y qué con eso? —sus mofletes llenos de granos de arroz parecieron amortiguar su grave voz, que apenas se escuchó. Tragó y habló adecuadamente— Pocas veces puedo tener una buena comida y esto —señaló el plato— está delicioso.

—Me alegro —Sonrió.

Momo se limitó a observar cómo su novio comía —pareciera que no había comido adecuadamente en días. De hecho, se veía más delgado.

—Yoongi —llamó su atención—. ¿Estás comiendo bien?

—Y tan bien —rió un poco, volviendo a señalar el plato.

—Me refiero a... —mordió su labio y desvió su mirada a la ventana de la habitación, por donde se podía ver que había comenzado a nevar de nuevo. Estaba preocupada y el pecho comenzó a dolerle— normalmente. Has adelgazado.

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