16. Llegando a un final incierto

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—¿Y perdonaste a esa bruja? —preguntó Minho cuando Thomas terminó—. Yo no lo haría. Por mí, que esos shanks de CRUEL hagan lo que quieran. Tú también puedes hacer lo que te dé la gana. Pero no confío en ella y tampoco en Aris; no me gustan ninguno de los dos.

Newt analizó un poco más la cuestión.

—¿Ellos hicieron todo eso, el plan y la actuación, solo para que te sintieras traicionado? No tiene sentido —comentó y se dirigió a Ana, quien había permanecido todo el tiempo a su lado, abrazada a sus rodillas y sin decir ni una palabra—. ¿Tú qué opinas, Annie? Es tu hermana.

Todas las miradas se dirigieron a ella de repente, viajando paulatinamente como una cascada. La chica levantó la vista, cambió su postura cruzando las piernas como haría un meditador y se encogió de hombros, mientras suspiraba.

—La conozco bien y sé que tiene una razón para hacerlo. Puede ser tan fría como Arendelle en Frozen, pero nunca hace nada por ninguna razón. No digo que lo que ha hecho esté bien, pero sé que no lo habría hecho por ser una psicópata que disfruta con el sufrimiento de otros. Teresa no es así —explicó ella, sintiendo como el corazón le dolía—. Sin embargo, en algo concuerdo con Newt. No le veo el sentido a toda esta maldita locura.

Lo más extraño era que a pesar de todo era incapaz de enfadarse con su hermana en ese momento, sentía otra cosa: compasión. Quería ayudarla como fuera posible, pero, al no conocer la situación exacta en la que se encontraba, no podía hacerlo y eso le generaba impotencia, que era algo que no soportaba.

Sintió como Newt le daba un apretón en la mano y ella se la sostuvo. Tenía miedo, miedo de perder a su hermana y no poder hacer nada para evitarlo.

—Dímelo a mí —masculló Thomas—. Y no, no la perdoné. Pero por el momento creo que estamos en el mismo barco.

(...)

—¿Monstruos de nuevo? ¿En serio? ¿Por qué será que no me sorprende? —cuestionó Ana al aire mientras peleaba—. Aquí nunca te ponen hermosas mariposas de colores o inofensivos cachorritos adorables. No. Tienen que ser mutaciones genéticas feas y extrañas que quieren matarnos. ¡Pues qué bien!

A pesar de todo seguía manteniendo sus sentido del humor. Siendo una persona normal se habría callado y seguiría peleando sin más, habría huido, se habría quedado paralizado o se habría puesto a chillar; pero, Ana, no era muy normal.

Empezaba a hartarse de aquellas situaciones. Ya que iban a matarlos por lo menos podrían haberles puesto purpurina, muchos colores y forma de estrellitas para que lo que viesen antes de morir fuera hermoso, pero no, ni si quiera eso. En un concurso de belleza no sabría quien habría quedado de último, si los Grievers o aquellas nuevas criaturas, que parecían grandes humanos llenos de bultos, enfermos, deformes y sin cara.

Por si fuera poco, habían estado bajo una de esas extrañas tormentas del Desierto, que eran extremadamente peligrosas y mortales, en las que el cielo parecía tener puntería y les daba con mucha facilidad.

«Habrá tomado clases de tiro al blanco» pensó Ana.

La chica sacudió la cabeza; no era el momento de pensar esas cosas, tenía que concentrarse o terminaría muerta.

Ana se agachó para esquivar una cuchilla que casi le arrancó la cabeza y aprovechó para atacar a su enemigo por debajo, clavándole la punta de una flecha en uno de sus bultos. Esas eran sus armas: unas flechas. No había mucho más, así que no se quejó.

La criatura estaba casi acabada, solo un par de esos bultos más destruidos y podrían marcharse.

—Eres tan feo, tan feo, tan feo, que hasta tu cara se horroriza y se esconde de ti. ¿Dónde la tienes, en el trasero? —se burló ella y soltó una risa.

Maze Runner: La Prueba de la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora