8. Verdades reveladas

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—Teresa y yo somos... diferentes —explicó—. Y no estoy muy seguro de esto, pero creo que Ana también. Fuimos parte de los Juicios del Laberinto desde el principio, pero en contra de nuestra voluntad, lo juro.

Ana pensó lo que había dicho. ¿Ella era diferente? ¿Cómo? A parte de lo de poder meterse en la cabeza de la gente, claro.

Minho fue el que habló a continuación.

—Thomas, ¿de qué estás hablando?

—Teresa y yo fuimos utilizados por los Creadores. No sé exactamente qué hizo Ana; ella está en mis recuerdos, pero de otro modo. Si tuvieras tus recuerdos de vuelta, probablemente querrías matarnos. Pero tenía que decirte esto por mí mismo, para demostrarte que podemos confiar ahora. Así que créeme cuando te diga la única manera de salir de aquí —explicó Thomas.

Ana, quién ya no había aceptado un no como respuesta para estar presente, se sentía tremendamente curiosa y culpable. No sabía exactamente de qué estaba hablando Thomas, pero sí sabía que no les había contado lo de su "don".

—Teresa y yo ayudamos a diseñar el Laberinto. Ayudamos a crear todo —confesó Thomas—. Y Ana... no sé. Lo poco que recuerdo de ella es que lo sabía, pero no recuerdo que ayudara.

— ¿Qué se supone que significa eso? —Newt preguntó al fin—. Sois unos malditos chicos de dieciséis años. ¿Cómo podríais haber creado el Laberinto?

Thomas no podía dejar de dudar un poco de sí mismo, pero él sabía lo que había recordado. Tan loco como era, él sabía que era la verdad.

—Fuimos inteligentes. Y creí que ello podría ser parte de las Variables. Pero lo más importante. Teresa y yo tenemos un... don que nos hizo muy valiosos, cuando ellos diseñaron y construyeron este lugar. —Se detuvo, sabiendo que todo debía sonar absurdo.

—¡Habla! —gritó Newt—. ¡Escúpelo!

—¡Somos telépatas! ¡Podemos hablar con el otro en nuestra maldita cabeza! —soltó Thomas.

El rubio parpadeó sorprendido; alguien tosió.

Ana ya no aguantó más.

—¡Puedo leer la cabeza de la gente! —gritó, haciendo que de golpe todas las miradas se posaran en ella.

—¿Q-qué? —soltó Thomas, confundido.

La chica se sonrojó y escondió el rostro en sus manos.

—Annie, ¿qué estás diciendo? —preguntó, esta vez Newt, como si no hubiese asimilado la información.

—¿Que puedo imaginármelo mentalmente? —cuestionó ella, con inocencia, para ver si colaba.

—Annie.

—¡Está bien, vale! —La chica suspiró—. Puedo escuchar los pensamientos de las personas. Al principio solo pasaba ocasionalmente y creí que mi mente estaba jugando conmigo. Después empecé a escuchar los pensamientos cada vez más y de más gente. Tengo momentos en los que lo controlo y momentos en los que no; es raro.

—Espera —intervino Minho, acercándose a ella y frunciendo el ceño—. ¿Es por eso que me diste una bofetada el otro día?

Ana se rascó la nuca nerviosa y soltó una risa.

—Bueno, yo...

—¡Maldita sea, Ana! ¡Yo creí que te había venido el periodo o algo así! —exclamó el chico, completamente indignado.

—¡En mi defensa diré que tu mente necesita ser metida en la lavadora! —dijo la chica, haciendo una mueca de asco y tratando de ignorar su comentario machista—. Yo no dije nada, porque todo era demasiado extraño; unos días creía que era un don y otros creía que estaba loca, no estuve segura hasta que todo empezó a cambiar demasiado. Además no es algo que pueda hacer con todo el mundo. No sé qué es lo que varía de unos a otros, pero por ejemplo no puedo leer la mente de Newt o la de Alby.

Maze Runner: La Prueba de la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora