28. El frío arde

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Ana había estado investigando desde que se llevaron a sus amigos al Laberinto. Había seguido a Thomas y a Teresa y había encontrado una sala de control, desde la que se podía ver que estaban encerrados en un laberinto. La chica habría protestado por saber que mucha gente estaba muriendo allí, de no ser porque si lo hacía tendría que explicar que había entrado sin permiso, la castigarían y entonces no podría ver si sus amigos seguían bien.

Últimamente había aprovechado el tiempo para ir bastante, ya que Thomas no iba tanto desde que habían tenido que matar a unos Cranks. Ana podría presumir de entenderlo, pero lo cierto era que no. A ella no le habían dejado ir por la actitud rebelde que mantenía en contra de lo que estaban haciendo, alegando que probablemente ella los habría dejado a todos libres. La verdad se alegraba de no haber tenido que hacerlo, aunque le preocupaba el impacto que aquello estaba teniendo en su hermana y en Thomas; estaban extraños.

Sin embargo ella tuvo que lidiar con sus propios horrores aquel día, cuando estuvo observando el monitor.

En el Laberinto, temprano por la mañana, era el día libre de Corredor de Newt. Cuando los distintos grupos desaparecieron en sus respectivas esquinas, el chico se dedicó a caminar alrededor del Claro controlando los diferentes sectores, como si todo estuviera funcionando bien, tan bien como puede funcionar viviendo en el interior de un gigantesco laberinto.

 Newt habló con un par de personas e, incluso, rio. A continuación, deambuló por las Lápidas, el bosquecillo situado en el rincón sudoeste. Allí, su amigo, se dejó caer en una banca y permaneció sentado. Ana esperó, preguntándose qué estaría pensando su mejor amigo y la verdad es que tuvo mucho tiempo, ya que estuvo allí parado durante, por lo menos, treinta minutos.

Después, Newt, se dirigió directamente hacia el cementerio, donde había postes de madera que marcaban los lugares en los que habían enterrado a los Habitantes del Claro que habían encontrado su fin desde la llegada al Laberinto.

Se arrodilló en el suelo y se quedó mirando aturdido hacia delante, con los ojos vidriosos, mientras su rostro se hundía cada vez más profundamente en la desesperanza.

Ana pensó que tal vez se sentía culpable por las muertes que habían ocurrido y no solo eso; él no recordaba quién era, estaba expuestos a peligros constantes y, encima, no sabían la razón por la que estaban ahí. Debía sentirse triste, frustrado y, tal vez, podía sentir inconscientemente la pérdida de su hermana y de sus amigos.

Dolía; a Ana le dolía enormemente verle así. Su corazón se encogió hasta el punto en el que sintió sus ojos cristalizarse.

Después Newt se puso de pie y se marchó de aquel lugar, caminando muy velozmente y abandonó el bosque, dirigiéndose directamente hacia la puerta del oeste, la más cercana. Varios personas agitaron la mano al verlo o le gritaron un saludo, pero él los ignoró y continuó mirando hacia delante con absoluta determinación.

El corazón de Ana estaba acelerado; sentía el pánico asentarse en cada centímetro de su cuerpo, como un veneno que la ponía alerta de repente y la frustraba por la impotencia que empezaba a sentir.

Newt dejó atrás el Claro y entró en los callejones del Laberinto. Su paso no aminoró, mantuvo un ritmo rápido y constante. Se metió entre paredes girando a la izquierda y a la derecha varias veces, hasta llegar a un largo trecho rodeado a ambos lados por paredes cubiertas de una tupida enredadera. Su amigo se detuvo a uno de los lados y después de observarlo un par de veces, se estiró y comenzó a trepar.

Newt era fuerte, así que no le sorprendió demasiado que pareciera escalar con la facilidad de un mono y que, en pocos minutos, llegara a un punto en el que ya no podría seguir mucho más. El chico miró hacia al cielo, derrotado.

Maze Runner: La Prueba de la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora