24. El miedo de amar

1K 115 164
                                    

Ana no podía creerse que no se lo hubieran dicho; no podía creerse que la hubieran encerrado para que no interviniera hasta que los mandaran al Laberinto.

La chica caminaba de un lado a otro en la habitación muy inquieta y murmurando unas cuantas cosas, sintiendo como la impotencia recorría cada milímetro de su ser.

—Es increíble que no me dijeran nada. Esos malditos imbéciles se creen unos santos, pero luego se llaman CRUEL. ¿En qué cabeza coge que ese es un nombre para un santo, eh? Además de que siguen muy bien el significado de esa palabra, como si fuera una estúpida religión. Seguro que antes eran todos miembros de una secta que cortaba las colas a las sirenas o algo así. A Ariel no le haría mucha gracia eso —seguía murmurando, sin dejar de dar vueltas por la sala—. Que por cierto, todavía no entiendo cómo es que la sirenita iba al baño a hacer sus necesidades biológicas. ¿Cómo podía hacerlo teniendo cola de pez? —Ana sacudió la cabeza, tratando de volver a centrarse, a pesar de que ni si quiera estaba hablando con alguien, solo estaba pensando en alto, soltando las estupideces que le pasaban por la mente—. En fin, lo importante es que CRUEL es una secta malvada de psicóptatas, que torturan sirenas, quienes ya tienen bastante con no poder cagar en paz.

A pesar de que todo aquello para alguien de fuera habría sonado a pura tontería, en la mente de la chica tenía su propio sentido.

Ana sabía que más que el enfado que mostraba, estaba frustrada, porque el miedo llenaba cada fibra de su cuerpo. Iban a mandar a sus amigos a un laberinto lleno de pruebas mortales y ella no podía hacer nada para evitarlo. Sin embargo su instinto le decía todo lo contrario. Estaba ansiosa por salir de allí en busca de sus compañeros para ayudarles, sobre todo a Newt, a quien ni si quiera quería imaginarse pasando por todo aquello.

La puerta de repente se abrió, provocando un estruendo y haciendo que la muchacha se girase bruscamente.

Sin darle tiempo a reaccionar, dos hombres la cogieron cada uno de un lado y la arrastraron, hasta donde estaban sus amigos. Y ahí, al ver sus caras de decepción y dolor, lo supo. La habían traído para la despedida, porque ella no iría con ellos.

Allí estaban también Teresa y Thomas y, por las miradas que intercambiaban con el resto, Ana dedujo que pasaba algo.

—Lo siento —dijo Thomas, dirigiéndose a los presentes, con voz monótona—. No hay nada que yo pueda hacer.

Acto seguido, como si aquello fuera una obra de teatro planeada y a ella le tocara decir la siguiente frase, sintió cómo una fuerza inexplicable empezaba a controlarla.

—Deberíais hacerles caso y no resistiros —comentó, sintiendo como si cada palabra fuera una pura mentira que su boca decía, pero la verdad era como si aquella no fuera ni su boca.

Los presentes se giraron para mirarla y Minho estalló.

—¡¿Tú también?!—cuestionó, furioso—. ¡¿Ahora todos os unís al club de los traidores?!

—N-no, yo... —Ana paró abruptamente, cuando esa fuerza trató de volver a controlarla, pero esta vez trató de resistirse—. E-esto es por...

La chica empezó a sollozar y a temblar, luchando contra aquello con todas sus fuerzas. CRUEL les estaba haciendo todo eso, por ello Thomas no hacía nada. Pero sabía, por la conversación que había escuchado, que ella no era como los demás; no habían conseguido pleno control de su cerebro y tal vez pudiera lucharlo.

—¿Annie? —La voz preocupada y tranquilizadora de Newt fue el detonante que necesitó, para levantarse y caminar hacia sus amigos, aunque siguiera en plena lucha interna.

Maze Runner: La Prueba de la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora