CAPITULO 11

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Le deslizó los guantes con lentitud, ella no pudo hacer nada al respecto aún aturdida por las palabras que habían salido de sus labios, que parecían desfilar lentamente frente a ella.

El dejó caer el guante con delicadeza, para segundos después llevarse la mano desnuda de ella hacia los labios, empezando a besar lenta y tortuosamente su muñeca. Haciendo que por su cuerpo recorriera una corriente de energía que ella sería incapaz de describir, su corazón parecía palpitar con más rapidez de la que ella creía posible. Empezó a rozar sus manos con la suyas intercalándolas con suaves besos como si se tratara de una invitación. Una invitación a algo más, una entrada hacia lo desconocido.

Se vio asediada por una serie de sensaciones inimaginables que la atravesaron sin piedad alguna, había una pequeña voz que le susurro un «detente» pero fue rápidamente callada por una ola de calor que atravesó su cuerpo.
Cuando ella empezó a sentir que ya no podría sostenerse más en pie, la ayuda llegó.

El dejó su mano dándole un pequeño beso, y se acercó a ella como lo haría un depredador que acaba de encontrar a una presa, a la que no está dispuesto a dejar escapar.

La tomó con delicadeza de la cintura y la sostuvo. Se acercó lenta y hechiceramente a sus labios, deteniéndose para aspirar su aroma antes de tocarlos solo consiguiendo ansiarlos más.
La beso de manera suave y lenta.
Ella se quedó estática por un momento, está era la primera vez que hacía algo de este estilo. Antes ella había huido de aquellos caballeros que quisieran propasarse, pero con el... Con él no podía o quizás no quería, era como si su alma y la de él estuvieran unidas en una melodía, como si fueran dos fuerzas opuestas e inseparables.

Al inicio de manera torpe le devolvió el beso, pero segundos más tarde se vio entregándose de lleno a la pasión, al deseo que había brotado en ellos irrefrenablemente desde el momento en el que se conocieron, sus almas y sus corazones parecían danzar al unísono, ninguno podía detenerse.

El empezó a acariciar su grácil cuello con la mano decidiendo si dejaría los labios de la joven para aventurarse más, aventurarse a algo que él consideraba prohibido a algo inicuo, a algo que ansiaba desesperadamente.

Regina yo... —logró murmurar con una voz tan aterciopelada, tan ronca, tan excitante, que parecía que la temperatura del lugar se había disparado unos cuantos grados más.

Entonces...

—Señorita Regina — murmuraba en pequeños gritos alguien ingresando a la galería, pero aún lo suficientemente lejos como para no verlos detrás de unas estanterías.
Esto basto para devolverlos a la realidad. Para despejar sus mentes del deseo que hasta esos momentos los consumía.

—Es... Es Merry —logró articular Regina recomponiéndose un poco, pero aun siendo sostenida por él.

— ¿Merry? Tu compañera — dijo el, sintiéndose como un tonto por repetir aquello, siendo consciente de que así era.

—Sí, yo... Debería ir con ella —dijo al fin, el soltó su grácil cintura con algo de reticencia.

—De acuerdo —atino a decir, ella se marchó del lugar dejándolo sólo y con una maraña de ideas pasándole por la mente.

Harry

¿Cómo las cosas se le habían salido de las manos?

En qué momento.

Él había planeado darle un pequeño susto, para que tuviera más cuidado, para que no fuera tan confiada, pero como un reverendo idiota se había aprovechado.

De una u otra manera, se había perdido en sus acciones. Desde el comienzo desapareció de su mente todo aquello, todo lo propio, toda la represión.

¿Un Viejo Vizconde? O ¿Un Guapo Libertino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora