CAPITULO 34

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Aunque le doliera, debía cumplir con lo que Regina deseaba.

Si ella quería aclarar su mente él debía dejarla hacerlo.
Era lo mínimo que podía hacer por ella en esa situación.

Darle algo de tiempo para pensar en sí misma y en ellos.

Y claro esperar que la deliberación a la que ella llegase fuera favorecedora para él.

Eso diría el duque de Saint Albans pero...

— De acuerdo — contestó con algo de pesadez y resignación después de haberse mantenido en silencio por algunos minutos, no había podido evitar que esas palabras se escaparan de sus labios. Ella se veía entre determinada y frágil. Una combinación que jamás pensó ver junta en una misma persona, pero que a la vez parecía haber creado un abismo.

Tenía miedo. No lo iba a negar. Él tenía un ego bastante grande, que luchaba ferozmente con su orgullo. Pero aun así debía admitir que sentía un increíble terror al pensar que Regina pudiese decirle adiós para siempre. Que pudiese decidir que ya no tenía ningún sentimiento hacia él, o aun peor enterarse por los labios de la persona amada que nunca había sentido nada.

No sabía cuál de ambas sería peor, ser portador de un amor unilateral o haber poseído el amor de una persona y haberlo dejado fugarse entre sus manos por un error cometido por sus propias acciones.

En pocas palabras, le había costado bastante esfuerzo decir aquellas dos simples palabras.

— Gracias — contestó Regina con sinceridad. Aliviada por aquellas palabras. Aunque no negaría que hubo una pequeña, minúscula parte de sí que quiso que él se negara a aquella petición. Aunque su parte racional le había dado unos puntos extras por haber dicho aquellas palabras.

« Idiota » — logró escuchar.

— Perdón — dijo Harry mirando a Regina con escrutinio mientras decidía internamente como debería haber tomado aquella declaración. Sabía que se merecía aquel apelativo con creces, pero jamás espero oírlo de sus labios.

— ¿Pasa algo? — respondió Regina mirándolo confundida.

— Me llamaste idiota — contestó no muy convencido, ya que la había estado viendo todo el tiempo. Y aquella voz había llegado a él en apenas un susurro. Y no parecía pertenecerle a ella. No definitivamente no le pertenecía a ella, a menos que estuviese enferma y él no se hubiese percatado de ello.

— ¿Te sientes bien? — preguntó Regina, al ver la mirada de él se obligó a agregar — yo no eh pronunciado aquellas palabras, por lo menos no en los últimos momentos.

— ¿Entonces...? — dejo aquel indicio de pregunta al aire, pues por unos instantes llego a pensar que podría haber sido su conciencia jugándole una mala pasada y haciéndolo quedar como un verdadero idiota frente a ella. Luego recordó que su conciencia era aún peor que el en ese asunto, así que lo descartó.

Se escuchó algo parecido a un pequeño murmullo procedente del exterior.

Ante esto ambos se lanzaron una mirada que indicaba que ambos habían prestado atención a aquel sonido. Y que claramente lo hallaban extraño.

Al instante llegaron a un acuerdo. Ambos querían saber que era aquello.
Se acercaron lentamente hacia las paredes de cristal, a simple vista no parecía haber nada.

Ambos pensaron que tal vez estaban siendo algo aprensivos debido a la tensión. Hasta que les pareció ver a un arbusto moverse.

Aquello ya no podía ser una alucinación de ningún tipo, ya que claramente ambos habían visto lo mismo.

¿Un Viejo Vizconde? O ¿Un Guapo Libertino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora