Bajo la ventana con cuidado tras de mí e inspiro profundamente. En el apartamento de Kane flota un suave olor mentolado que me hace imaginar la gran extensión de árboles que anhelo contemplar algún día.
Esta es la tercera vez que he estado aquí y ya soy capaz de moverme cómodamente por el lugar. Rodeo el sofá de grueso tejido marrón sobre el que Kane llevó a cabo algo más que unos simples "primeros auxilios" (prácticamente me remendó como si fuese un saco perdiendo arroz) y dejo a un lado la sencilla cocina. Ignoro la puerta de la derecha que conduce al baño y me dirijo hacia la de la izquierda, tras la que se encuentra el dormitorio.
No hay cortinas o persianas en su habitación que impidan el paso de la luz de la enorme luna que brilla en lo alto del cielo nocturno. Las ligeras sombras se dispersan por la pequeña estancia, aunque permitiendo una visión clara.
Kane yace sobre la cama. Ajeno a mi presencia se mantiene inmóvil bajo las sábanas de color verde oscuro. Camino de forma silenciosa hasta detenerme junto a él. Su ceño está fruncido y su respiración es algo acelerada. Una gota de sudor se desliza por su sien y cae sobre la almohada que inmediatamente la absorbe.
Mi corazón se encoje. Está soñando y, al igual que la vez anterior, parece ser una pesadilla. Alzo mi mano con la necesidad de tocarlo, pero me detengo a mitad de camino. La última vez que lo hice él se despertó inmediatamente y no de muy buen humor. Presiono los labios con fuerza y retiro la mano.
¿Qué puede tener tal capacidad de alterar al hombre de aura oscura, fría mirada y expresión seria?
Cuando está despierto parece inamovible, un iceberg que se mantiene firme frente a las agitadas olas, pero cuando duerme es como si quedase atrapado en algún tipo de tortura. ¿Qué será lo que ve en sus sueños?
Espero poder averiguarlo algún día, pero hasta entonces decido que lo mejor es no tentar a mi suerte y alejarme por el momento. Retrocedo y salgo del dormitorio tratando de hacer el menor ruido posible. La ventana que pretende iluminar el espacio abierto, donde conviven salón y cocina, es demasiado pequeña, por lo que en esta parte del apartamento las oscuras sombras lo consumen todo. No lo he hecho antes, pero ahora, cansada de forzar la vista, me sirvo de mi naturaleza como Cambiaformas para facilitarme las cosas. Se produce un imperceptible cambio en mis ojos y, a continuación, todo parece brillar bajo un aura violácea que hace destacar los bordes de cada objeto y mueble a mi alrededor.
Parte animal, parte humana. Los Cambiaformas tenemos la habilidad de elegir cuál de las dos queremos expresar. La mayor parte del tiempo me mantengo en mi forma humana, pero puedo transformarme por completo en un animal al igual que el resto de mi gente.
Solíamos ser una gran especie... Incluso competíamos en número con la de los humanos. Millones de nosotros camuflados en los tupidos bosques, en los calurosos desiertos, en los pequeños poblados, en el basto mar o surcando el cielo azul. Sin embargo, un día algo cambió.
Nadie sabe realmente lo que fue, pero las diferentes razas de Cambiaformas tomaron una decisión irreversible. Eligieron permanecer en su forma animal olvidando su parte humana. Con el paso de los años, la preciada habilidad de poder transformarse se perdió al quedar diluida por la mezcla de sangre entre ellos y los animales comunes.
Somos pocas las razas que nos mantuvimos firmes frente al paso de los años. Lo hicimos conservando nuestra sangre pura, una obsesión que empieza a causar estragos.
Me encamino hacia la nevera, que a través de mis ojos parece estar iluminada por una brillante luz de neón, y la abro con suavidad. Su contenido no es muy abundante, pero las manzanas rojas que se desparraman de forma desordenada en la última balda tienen buena pinta, así que cojo una. No he comido nada en toda la noche, por lo que mi boca se hace agua inmediatamente. Lástima que no llegue a hincarle el diente porque en ese preciso momento escucho un inconfundible click al otro lado de la habitación. Las comisuras de mis labios se elevan.
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La chica sobre los tejados © #2
ФэнтезиA Red le gusta observar el mundo desde las alturas. Ningún edificio es demasiado alto ni ningún tejado demasiado escarpado. El viento azota su bufanda roja casi como si quisiese robarla, pero ella se mantiene inamovible sobre el borde. Sus ojos sie...