Capítulo 44

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¿Ryker? —su respuesta parece tomar a Letha por sorpresa —. ¿Te refieres a ese lobo pardo? ¿El que parece querer hacernos trizas incluso aunque estemos a metros de distancia de la frontera?

Amara asiente y todo su cuerpo parece vibrar por la rabia que se concentra en sus manos convertidas en puños y en sus piernas tensas. Un escalofrío me recorre cuando me percato de que las puertas de la taberna han permanecido abiertas todo este tiempo dejando que el aire frío del exterior penetre. El tamaño de las llamas que arden en la chimenea va disminuyendo hasta que se desvanecen dejando atrás una diminuta columna de humo blanquecido. Las cenizas crepitan.

¿Cómo puede ella soportarlo? A pesar de que sus piernas están cubiertas con unos resistentes pantalones vaqueros y sus pies con unas pesadas botas negras de cordones, no puedo dejar de imaginar el frío que debe de sentir en la piel desnuda de sus brazos, su vientre y su espalda. Sin embargo, su rostro no muestra ni el más mínimo rastro de ello.

— Los lobos parecían estar inquietos a lo largo de todo el día, pero pensé que era porque sentían la cercanía del invierno... —ella niega como si estuviese culpándose a sí misma por no haber sabido lo que pasaría, por no haber mostrado suficiente atención a los pequeños detalles. Su mano asciende para acariciar su pelo de forma dura, descendiendo por la largura de la trenza y azotándola al final con rabia —. Había alguien frente a los límites de nuestro territorio. Acechando, esperando... y, entonces, invadieron el sector más alejado del que Ryker es responsable junto con Ojos azules —recuerdo ese último nombre, así es como ella llamó a aquel lobo enorme de espeso pelaje negro y ojos electrizantes —. Para cuando Ojos azules llegó a la zona, ya era demasiado tarde. Se había ido.

— ¿Cómo puede ser eso posible? —pregunta Letha frunciendo el ceño —. Ese lobo jamás permitiría que alguien cruzase la frontera, mucho menos que tratasen de capturarlo...

— Lo sé —asiente Amara de acuerdo con la mujer que sujeta la visera de la gorra con su mano como si la escasa luz de las lámparas molestase sus ojos—. Esa es la razón por la que nos aventuramos fuera de los límites. Tratábamos de seguir su rastro, pero cada camino conducía a un callejón sin salida. Es como si se hubiese desvanecido en el aire...

— ...sin dejar nada atrás —una nueva voz completa su frase y todo el mundo se gira hacia el lugar de donde proviene. Jay da un paso al frente e instantáneamente me tenso. Cada par de ojos se centra sobre él y eso me inquieta —. Es lo mismo que ocurrió con mis hermanos.

Jay —le advierto, pero él me ignora y continúa hablando.

— Caminábamos por una de las calles principales de la ciudad. Me detuve, distraído por unos estúpidos cromos en un quiosco, y lo siguiente que sé es que ellos ya no estaban allí —el recuerdo hace que sus ojos de color azul claro se enturbien con la tristeza y la impotencia que sintió aquel día y que todavía lo atormenta —. Busqué por todas partes, pero incluso después de cinco años todavía no hemos encontrado ninguna pista.

Amara escucha atentamente las palabras de Jay y, cuando éste termina, ella se aproxima hasta detenerse frente a nosotros.

— ¿Quiénes sois? —pregunta, no porque no recuerde que somos las personas que los lobos rodearon en la carrera, sino porque lo que Jay cuenta es tan similar a lo que ha ocurrido que necesita saber quiénes somos y de dónde venimos.

De repente, me encuentro a mí misma colocándome entre ella y Jay. Al estar tan cerca soy capaz de percibir detalles de lo que antes no me había percatado, como los rasgos suaves de su rostro o la aparente antigüedad de las cicatrices en sus brazos. Elevo mi barbilla mientras enfrento su intensa mirada pues su altura es ligeramente superior a la mía.

La chica sobre los tejados © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora