El sonido de mis pasos, lentos y pausados, se eleva a mi alrededor como mi única compañía. La azotea del edificio está desierta, por lo que camino por el peligroso borde sin temor a ser descubierta. Con las manos metidas en los bolsillos y colocando un pie delante del otro, recorro el límite que me separa de un peligroso precipicio de veintitrés pisos de altura. La Torre Kadjar, la construcción más elevada de toda la ciudad, se alza en su centro como un faro del color de la plata. Por las calles que la rodean circulan cientos de vehículos que desde la distancia son apenas unas pequeñas motas de luz moviéndose rápidamente sobre el cemento.
El aire sopla con fuerza en este lugar y mi bufanda rojiza ondea peligrosamente alrededor de mi cuello. Me encojo por el frío, pero sigo avanzando por el borde. Lo recorro hasta el final, doy media vuelta equilibrando el peso de mi cuerpo para no caer y continúo hacia el otro lado. Llevo un par de horas aquí arriba siguiendo esta rutina con la necesidad de pensar.
Estos últimos días mi padre me ha estado presionando para que elija un vestido para la fiesta de compromiso. Cientos de prendas de diferentes colores y texturas han ido apareciendo en mi habitación con este fin. Lo gracioso es que todas ellas tienen un par de elementos en común: espalda cubierta y un fino cuello alzado. Es evidente cuáles son sus intenciones con esto.
La bufanda que en estos momentos rodea mi cuello, no está ahí solo porque sí. Hace algunos años lleve a cabo la mayor acción de rebeldía que hizo a mi padre casi perder la cabeza. Conseguí un tatuaje, pero no cualquier cosa sencilla o minimalista que no llame la atención... Oh, no. Quería algo representativo y significativo, pero que a la vez lo desafiara. Por ello, la piel de mi espalda está cubierta de tinta. Las líneas ascienden desde la zona más baja de mi cintura hasta la parte posterior de mi cuello que mantengo siempre cubierta con los hilos de lana rojos.
Mi padre dejó dos cosas bien claras aquel día: o lo cubría o me lo quitaba. No había pasado por todo ese dolor que conlleva marcar la piel con tinta de forma permanente para después padecer aún más sufrimiento para quitármelo, así que elegí la primera opción. Aun así, no lo hice de forma sencilla y la bufanda que continúo llevando hasta el día de hoy todavía hace hervir la sangre de mi padre.
Así pues, los vestidos están destinados para tapar estas zonas. Resoplo solo al recordarlo. No entiendo cuál es la diferencia entre una persona que tatúa su piel y otra que por el contrario decide no hacerlo. ¿Acaso son distintas, son peores o traen vergüenza? No lo sé. Supongo que es un pensamiento arcaico que todavía está arraigado en la mente de algunas personas.
Resumiendo, sí que he elegido un vestido, pero si por algún casual no consigo tener todos mis asuntos resueltos para entonces y me veo obligada a asistir a la maldita fiesta, no será ese el que vista.
Nunca voy a ponerle las cosas fáciles a mi padre ni siquiera las más simples.
Otro asunto en el que he estado pensando es en Jay. Mi buen amigo Jay... Lo he visto algunas veces está semana. Todas ellas han sido demasiado breves y fugaces pues él se ha estado esforzando en evitarme. Cada vez que nuestras miradas se cruzan, él la aparta rápidamente y mi corazón se encoge lleno de un profundo dolor. Jay es la única persona que siempre ha estado de mi parte y recibir su rechazo es devastador.
Quisiera poder pedirle perdón por lo que ha pasado y marcharnos finalmente de esta ciudad, pero por desgracia mi investigación no ha avanzado mucho. Lo único que sé es que los Cambiaformas están implicados en algún tipo de actividad ilegal que probablemente tienen que ver con la venta/compra de drogas.
Cierro mis ojos con fuerza todavía abrumada por este hecho. No podemos ir por ahí mostrando nuestra verdadera naturaleza y, aun así, cuando brevemente perdí el control y me descubrí frente a aquel hombre, él no estaba sorprendido sino aterrado pues ya los había visto antes. Eso es lo que me perturba. Conocía nuestra existencia, pero además la temía.
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La chica sobre los tejados © #2
FantasyA Red le gusta observar el mundo desde las alturas. Ningún edificio es demasiado alto ni ningún tejado demasiado escarpado. El viento azota su bufanda roja casi como si quisiese robarla, pero ella se mantiene inamovible sobre el borde. Sus ojos sie...