Capítulo 28

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Bajo la negritud de un cielo cubierto de espesas nubes grisáceas, una mujer camina lentamente sobre unos zapatos de brillante color carmesí. El repiqueteo de los altos tacones es ahogado por la incesante lluvia que moja el cemento de la estrecha callejuela adoquinada. Con ambas manos sujeta un gran paraguas de color azul marino mientras avanza sin saber que, desde los bajos tejados de los comercios cercanos, alguien la sigue.

Mis pies pisan con firmeza las duras tejas de color cenizo sin temor a que se desprendan. La lluvia cae sobre mí sin compasión y mis ropas se pegan a mi cuerpo como una segunda piel. Las grandes gotas se deslizan por mi rostro y al llegar a la curvatura de mis labios se precipitan hacia mis pies.

Comienzo a sentir un frío intenso que penetra por mi piel y alcanza mis huesos, pero aun así no me detengo. Me mantengo al mismo nivel que ella sólo que unos metros más arriba y avanzo confiada pues las sombras y la lluvia esconden mi presencia.

Unos metros más adelante, la callejuela se acaba y la altura de los edificios comienza a crecer haciendo más difícil su seguimiento, así que tomo una decisión. Me aproximo hasta el curvado borde de las duras tejas y dejo que la mujer avance unos cuantos pasos más. Entonces, mis labios se elevan en una perversa sonrisa y salto.

Acostumbrada a tal acción aterrizo con habilidad sobre el suelo flexionando mis rodillas para que así la fuerza del fuerte impacto se distribuya por todo mi cuerpo sin causar daño alguno. El intenso sonido de mis zapatillas contra el cemento atraviesa la lluvia y alcanza los oídos de la mujer. Ella se sobresalta y, tras detenerse en seco, se da la vuelta con cierto temor.

Un farolillo que cuelga de la fachada de la tienda a nuestro lado ilumina su vestido completamente blanco. La ajustada prenda delinea sus impresionantes curvas y deja a la vista un marcado escote. Entonces, el paraguas se inclina levemente hacia detrás mostrando así su rostro.

Mi sonrisa muere de forma lenta y mis labios se separan ligeramente mientras observo en shock el aspecto de la mujer que he estado buscando durante horas y que, tras interrogar a varias personas y mirar hasta debajo de las piedras, he conseguido encontrar.

— ¿Qué mierdas... —exhalo en confusión.

Sé que la mujer frente a mí es la misma que la de la fotografía, pero las diferencias son notables. En lugar de un largo cabello rubio, su pelo está cortado a ras de sus hombros y teñido de color castaño oscuro con ligeros reflejos rojizos. Su maquillaje le da un aspecto mucho más natural que el que mostraba en la instantánea del fichero policial y el suave delineador negro que lleva agudiza su mirada. Es como estar mirándose en un espejo y, de repente, me quedo sin palabras. Si fuese un poco más baja, sus curvas no tan acentuadas y sus rasgos algo más salvajes, seríamos prácticamente iguales.

— ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? —pregunta y en seguida reconozco la voz que escuché a través de la línea telefónica utilizando el móvil del hombre del tatuaje poco después de su muerte.

Inmediatamente tras la pregunta, sus ojos se estrechan y después se abren de forma amplia como si de repente se hubiese dado cuenta de quién soy. Hace un giro con sus altos zapatos de tacón y comienza a correr.

Parpadeo varias veces todavía sin comprender que es lo que está pasando. Unos segundos después vuelvo a la realidad y me lanzo en su dirección. Sus pasos son cortos por culpa de sus zapatos de intenso color carmesí, así que no tardó mucho en alcanzarla. Atrapo su antebrazo y tiro de él. La mujer pierde el agarre de su paraguas y éste cae al suelo girando sobre su borde hasta que se detiene sobre los adoquines quedando así olvidado.

Empujo a la mujer contra la fachada cercana de uno de los numerosos comercios que nos rodean y un lastimero gemido de dolor surge de ella cuando su espalda cocha con los ladrillos anaranjados.

La chica sobre los tejados © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora