El ascensor se detiene y sus puertas se abren lentamente. Frente a mí se extiende un ancho y largo pasillo enmoquetado de gris y con las paredes pintadas de un suave color crema. Al fondo se vislumbran dos grandes puertas de madera cenicienta que conducen al despacho de mi padre. En lugar de caminar recto hacía él, como debería, me desvío hacia la derecha. Un par de maniobras más y llego a mi habitación donde me cambio lo más rápido que puedo ignorando la punzada de dolor que me atraviesa cada vez que me agacho o estiro mi cuerpo. Elijo un sencillo jersey morado y unos pantalones vaqueros ajustados de cintura baja. Me calzo mis zapatillas y envuelvo la bufanda roja alrededor de mi cuello. Respiro profundamente dejándome inundar por la calidez de la lana y, después, salgo del sencillo dormitorio y me dirijo hacia el despacho del dueño de la Torre Kadjar, el edificio más importante de toda la ciudad.
El latido de mi corazón se incrementa conforme camino por los desiertos pasillos de la planta veintitrés. Me siento intranquila pues las reuniones con mi padre nunca acaban bien. Solemos terminar discutiendo y diciendo cosas que probablemente ninguno de los dos sintamos realmente.
Nuestra relación es tensa. Creo que siempre ha sido así y a veces me pregunto de quién ha sido la culpa de que acabemos de este modo. ¿Mía, por ser la hija rebelde que nunca está de acuerdo con las imposiciones de su padre, o suya, por no escuchar lo que siento y deseo?
Suspiro.
Supongo que ya es demasiado tarde como para buscar culpables.
Me detengo frente al despacho y con las manos ligeramente húmedas, por los nervios que siento, empujo las pesadas puertas de oscurecida madera.
— Llegas más de una hora tarde —me reprocha mi padre inmediatamente al verme aparecer.
Todavía no he sido capaz de ver su rostro, que probablemente porte su habitual mirada severa, debido a que me concentro en cerrar las puertas dándole la espalda. Es algo que siempre hago pues me ayuda a calmarme antes incluso de empezar a hablar. Inspiro profundamente y, después, me doy la vuelta para enfrentarlo.
— Lo siento, estaba... —no llego a acabar la excusa que estaba a punto de inventarme para explicar mi tardanza porque entonces veo a la persona que se encuentra parada a su lado —. ¿Qué está haciendo él aquí?
Mi voz sale con brusquedad como si estuviese escupiendo las palabras. Es tanto el asco que siento por el hombre que se mantiene de pie a su lado que soy incapaz de mirarlo, por lo que fijo mis ojos en mi padre.
A mi alrededor la estancia es enorme. Numerosas estanterías llenas de pesados y aburridos libros inundan cada balda ocupando la totalidad de las dos paredes a ambos lados. La pared de enfrente es enteramente de cristal, así como el escritorio tras el que mi padre se sienta en su gran butaca negra. En el centro de la habitación hay una baja mesita redonda también de cristal transparente y dos amplios sofás enfrentados de cuero gris. Los colores del despacho van desde el negro pasando por el tono plateado hasta acabar en blanco marfil dando una sensación de orden y esterilidad.
Junto a mi padre, frente al gran ventanal tras el que se ve el cielo azul despejado de nubes, se encuentra el único hombre cuya mera presencia me hace querer cortarme las venas.
Falcon... mi prometido.
— Hay algo que me gustaría comentaros a ambos —dice mi padre con seriedad.
Sus ojos grises con un ligero moteado oscuro, por un breve segundo, caen sobre la bufanda roja alrededor de mi cuello y sus labios se presionan con disgusto. Él detesta la prenda, la considera vulgar y de mal gusto.
Tal vez, esa sea una de las razones por las que nunca me la quito.
— Si el tema de esta reunión no es que la boda se cancela, no me interesa —respondo cruzándome de brazos todavía congelada frente a la puerta.
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La chica sobre los tejados © #2
FantasyA Red le gusta observar el mundo desde las alturas. Ningún edificio es demasiado alto ni ningún tejado demasiado escarpado. El viento azota su bufanda roja casi como si quisiese robarla, pero ella se mantiene inamovible sobre el borde. Sus ojos sie...