Capítulo 40

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KANE VELKAN

Presiono el pedal del freno y nos detenemos junto a una gasolinera solitaria en medio de la nada. El sol brilla en lo alto del cielo azul, pero aun así la brisa fría que sopla suavemente impide que la calidez de sus intensos rayos se instale en el lugar. Abro la puerta del coche para salir al exterior y Jay me imita.

— Ve y compra algo de comida —le digo lanzándole un puñado de billetes y al hablar mi aliento se materializa como un humillo blanquecino que rápidamente se desvanece.

El joven de cabello increíblemente claro estrecha sus ojos tan azules como el mismo cielo como si quisiese fulminarme con su airada mirada mientras frota sus brazos para entrar en calor.

— No soy tu chico de los recados, ¿sabes? —contesta atrapando el dinero con ambas manos.

Lo ignoro mientras rodeo el coche para abrir la puerta de atrás. Con cuidado afianzo a Red que todavía yace inconsciente entre mis brazos y la saco.

— ¿Qué haces? —pregunta Jay alarmado mirando en todas las direcciones.

Suspira con alivio cuando se da cuenta de que no hay nadie a nuestro alrededor.

— Voy a cambiarle la ropa. Está empezando a hacer demasiado frío

Su cuerpo tan sólo está cubierto por esa fina bata de hospital y temo que las bajas temperaturas empeoren su condición, así que tras asegurarme de que la tengo bien sujeta me inclino hacia el interior del coche para extraer una bolsa negra que Jay se encargó de traer mientras yo sacaba a Red del hospital.

Los ojos del chico se amplían.

— No, no, no... —niega —. Yo lo haré.

Cierro la puerta del coche con ayuda de mi pie, ya que mis manos están ocupadas, y me encamino hacia la tienda de la gasolinera en cuyo lateral, justo antes de entrar, se encuentran los aseos.

Jay me sigue con pasos acelerados. Entonces, abro la puerta del aseo y lo miro sobre mi hombro.

— No te preocupes —respondo con una media sonrisa —. Ya he visto todo lo que hay que ver.

Jay parpadea.

Entro en el baño y cierro la puerta a mi espalda.

— Espera... —se escucha su voz confusa al otro lado de la puerta. Pasan varios segundos hasta que parece comprender mis palabras —. ¿¡Qué!? —exclama.

Me río por lo bajo. Resulta demasiado divertido burlarse de su inocencia.

— ¡Consigue algo de comer! —repito elevando mi voz para que pueda oírme desde el exterior, aunque entonces recuerdo que ese chico es como Red —. Ella tendrá hambre cuando despierte.

Jay resopla al otro lado, pero poco después escucho sus pasos alejándose. Me dirijo hacia uno de los tres estrechos cubículos y siento a Red sobre la tapa del inodoro. Abro la bolsa y rebusco entre las prendas. Unos pantalones vaqueros, una camiseta, un grueso jersey de color claro y unas zapatillas blancas, además de algo de ropa interior. Después, me pongo manos a la obra.

Desato los nudos que mantiene la bata afianzada a su cuerpo y me deshago de ella. Apenas le doy una segunda mirada a su torso desnudo. No puedo pensar en otra cosa que no sea el de vestirla rápidamente para que su temperatura no descienda. Una vez colocadas las prendas, me doy cuenta de que hay algo más al fondo de la bolsa. Lo extraigo y la suavidad de sus hilos de lana rojos causan un hormigueo en las yemas de mis dedos. Con cuidado la coloco alrededor de su cuello desprovisto de aquellas profundas heridas que hace algún tiempo marcaban su piel.

La chica sobre los tejados © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora