Día 5.5

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De todas las experiencias que he descrito con Will, me he olvidado de una de las aparentemente más importantes: nuestro primer aniversario. Digo aparentemente porque en realidad fue un desastre. Will quería llevarme a un restaurante exclusivo pero ese día yo me había levantado con un humor particularmente sombrío y le dije que no. En realidad no quería saber nada de nadie, y me encerré en mi cabaña, pero Will no pensaba dejar pasar un día tan importante como ese. Y como dicen por ahí: si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña.

Apareció en mi puerta al atardecer y no fui capaz de decirle que se fuera. No era porque no quisiera, parte de mí quería hacer respetar mi espacio, pero no tenía ni la suficiente fuerza de voluntad como para expresarlo, solo podía pensar en que quería hacerme un ovillo en mi cama y permanecer así hasta que se acabara el día. Will me preguntó qué me pasaba y le confesé que nuestro aniversario coincidía con el día en que me enteré de que Bianca murió, y que siempre tenía sueños sobre eso, y no conforme con eso también tenía que ver la muerte de mi madre. Will me abrazó y me contuvo cuando empecé a llorar.

Hasta ese momento no había llorado en presencia de Will. No quería mostrarme débil, ni vulnerable, así que siempre me las aguantaba. Empleaba mecanismos de defensa, como evadir temas y canalizar energías de maneras inapropiadas, como la violencia, o sencillamente aislarme. Pero en ese día en particular me sentía tan desolado que no lo podía contener. Vi a Will y sentí que la barrera que mantenía a mi llanto a raya se derrumbaba. Pensé, recuerdo, no puedo llorar. Me lo repetí muchas veces e intenté respirar y pensar en algo diferente. Cuando Will me abrazó no lo pude aguantar más. Escondí la cabeza en su pecho y lo abracé mientras mis sollozos rompían el silencio de la cabaña. Ese día, en el que me enteré de la muerte de Bianca, fue el peor día de mi vida y sus ecos seguían produciendo el mismo efecto cada año.

Nos quedamos juntos y mayormente en silencio hasta que Will tuvo que irse, ya adentrada la noche. Me dejó acomodado y arropado en la cama y me plantó un suave beso en la frente como despedida, sin decirme nada más. Tan solo me lanzó una última mirada vez antes de salir por la puerta y cerrarla detrás de él, esbozando una sonrisa cuyo menaje era claro: Estoy aquí para ti, no lo olvides. Ni si quiera se aprovechó de mi debilidad para besarme en los labios o intentar un movimiento conmigo, Will sencillamente es demasiado decente para eso.

Dos semanas después, yo le invité a un restaurant en París, pues había escuchado que tenía la mejor gastronomía del mundo. Fui impulsado por mi padre, a quien había visitado recientemente para intercambiar información y mi propia voluntad. Y la verdad es que lo pasamos hermoso. Incluso le pagamos a un violinista para que nos toque I'll make it up to you de Imagine Dragons mientras la bailábamos en un mal intento de vals moderno. Luego, con ayuda de mis poderes, nos subimos al techo a mirar las estrellas.

—¿Sabías que el ojo humano puede ver máximo unas dos mil estrellas a la vez a simple vista y que sólo en nuestra galaxia hay unos trescientos mil millones de ellas? Eso significa que aunque existiera en la Tierra un punto desde el cual se pudiera apreciar todas las estrellas que hay en nuestra galaxia, no lograríamos ver algunas. Y ni hablar de las estrellas que hay más allá, en nuestro Grupo Local, en el supercúmulo de Virgo. El universo es demasiado vasto y complejo para nuestros ojos.

Will resopló.

—Pregúntame sobre plantas, medicina y granjas y te hablaré con sapiencia. Pero de las estrellas no sé mucho.

—Bianca amaba las estrellas. Soñaba con ser astrónoma. Antes de lo de las cazadoras. Ella me leía en las noches libros de astronomía; me enseñaba sobre nomenclatura astronómica y a ubicarme en el cielo según las estrellas y constelaciones que veía.

7 daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora