Día 6.75

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La complejidad que subyace detrás del amor trasciende a su efecto. El hecho de lo que se siente y su comprensión forma parte de esa complejidad, pero es lo que se construye lo que la caracteriza en sí. Cuando dos personas se llegan a amar y establecen una relación, crean una nueva realidad de la que pasan a formar parte. A esa realidad la deben cuidar y nutrir, la tienen que dejar crecer.

Y a veces la tienen que dejar morir.

No conozco las estadísticas, pero sé que pocos son los casos de las personas que se aman y llegan juntos hasta ancianos. Ya de por sí es difícil que dos personas que estén juntas se amen mutuamente. Es más difícil aún que el amor se mantenga vivo con los años. Pero creo que, aunque la química del cuerpo puede hacer que el periodo de la miríada se atracción acabe, no puede hacer nada en contra del verdadero afecto. Ese afecto que de solo pensar en esa persona a quien está dirigido te hace sentir consolidado. El que te da la certeza de que esa persona se encuentra en un grado más íntimo que el resto del mundo.

La mayoría se pierde en el camino, se dejan llevar por otros factores de sus vidas, se dejan convencer de ideas de apariencia «más razonable que el amor», descuidan su realidad de pareja y la dejan marchitar. Porque en el amor esa es la cuestión. Ofrecer parte de ti para mantenerlo vivo y que la otra persona también ofrezca una parte de sí misma. Al mismo tiempo, implica no olvidarse de uno como persona. Porque amar sanamente a alguien viene ligado de amarse a sí mismo.

Pero eso no significa que una pareja con carencias en las implicaciones del amor no pueda prosperar. El equilibrio del amor es como la felicidad, un humano no lo puede mantener todo el tiempo. Pero sí lo suficiente como para aprovecharlo y hacer funcional una relación. Es más bien algo a lo que una pareja recurre para salir adelante, aun en los momentos de debilidad. Sobre todo en ellos.

Llamaría cobardes a los que se dejan amilanar, ¿pero quién no lo es? ¿Y quién soy yo para juzgarlos? Cada persona tiene sus prioridades. Y, me parece triste, la sociedad busca cada vez más relegar al amor a un papel más y más inferior, como si fuera completamente innecesario.

La verdad es que, aunque no necesitamos del amor para vivir, como necesitamos del oxígeno, sí lo necesitamos para darle un sentido a nuestra vida.

Ahora, no digo que sin amor romántico la vida de una persona no puede tener sentido, es más bien como si el sentido que le da a la vida ese tipo de amor fuera uno incomparable.

No niego que el crecimiento personal sea importante, pero antes de conjeturar ese pensamiento hay que tener presente que el amor no es amor si no implica sacrificios. Sacrificios que uno tiene que estar dispuesto a hacer porque su realidad ya no es solo de uno sino de dos. El crecimiento ya no tiene que ser personal, sino en conjunto: de las dos personas por separado y de la relación. La felicidad puede alcanzarse de ese modo, porque cuando se ama a alguien, se encuentra la manera de sentirse realizado así no se cumplan sus ambiciones originales de soltero. El amor te hace cambiar muchos componentes de tu mundo, tus mismas inclinaciones y sueños. Y eso no es malo. Solo es parte de la magia. No estás perdiéndote. Estás redescubriéndote.

El verdadero amor entiende aquello y lo respeta.

Y realmente vale la pena.

Lo digo yo, que en un principio odiaba el amor. Creo que es cuestión de dejar que entre a tu vida y te enseñe su significado.

Cuando conocí a Will, no estaba seguro de qué tipo de pareja seríamos. No sabía si duraríamos un año, cinco, diez o cincuenta. Debo admitir que tenía poca fe en que llegáramos a casarnos. Al principio el desarrollo de la relación fue escabroso, por ser mi primera relación y por mi temor a amar.

Conforme nuestra relación avanzaba e íbamos superando obstáculos juntos, fue encubándose en mí el deseo de estar a su lado hasta el fin. Ya podía imaginarnos casados, envejeciendo juntos. Sabía que yo estaría conforme con ello.

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