Día 0.5

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No me dejaron ingresar a la habitación que le otorgaron, ni siquiera ir más allá de la sala de espera. Es posible que a los hermanos de Will se les hubieran subido los humos por haberse emancipado de la Casa Grande y haber adquirido un centro de salud particular y estructuralmente grande, cuyo diseño de construcción fue cortesía de Annabeth Chase. Ahora brindaban consultas de especialidad, poseían una sala de urgencias bien equipada, habilitaban habitaciones individuales o compartidas para hospitalización y jodían con las mismas normas hospitalarias de los mortales.

Caminé de un lado a otro en líneas, círculos, triángulos y cuadriláteros. Cambiaba cada determinado tiempo de forma y orientación, hasta que incluso llegué a crear un patrón entre todo, el cual repetí hasta dejar de ser consciente de que me movía.

En algún momento alguien que no identifiqué me hizo pasar a un consultorio y sentar en una camilla para atender mis heridas.

Me pareció un sueño.

No supe en qué momento comenzó ni cuándo terminó. No me enteré de cómo me moví ni tampoco de cómo regresé a la sala de espera. Lo único que comprobaba que había sucedido eran las vendas que me cubrían mis bíceps del brazo derecho, mi cintura y parte de mi cabeza. Yo las rascaba cada cierto tiempo, como un recién adquirido tic de ansiedad.

En cuanto a mis amigos, en algún momento me dejaron solo. Me apena admitirlo, pero no fueron un factor relevante durante el tiempo que estuvieron ahí. Sé que intentaron consolarme, pero sus palabras se perdían en las corrientes del Lethe antes de llegar a mí. Ellos parecían pertenecer a una realidad escurridiza, como sombras de fantasmas que yo no podía más que sentir vagamente.

Lo único que tenía claro era que necesitaba ver a Will. Esa intención pertenecía al pedacito de realidad donde se concentraba mi consciencia. Poco a poco, abejas en mi cabeza lograron reordenarse. Y con los pensamientos más claros, mi consciencia se expandió y fue tomando control sobre aquel previo torbellino de caos que se alimentaba principalmente de mi ansiedad.

La espera se vio interrumpida por uno de los médicos de cabaña a cargo. Yo había estado durmiéndome apoyado en el ángulo entre dos paredes cuando su voz me espabiló.

—Hey, ¿qué haces aquí? —me increpó, acercándose hasta quedar a mi lado—. Son las once de la noche. Debiste ir a descansar.

Bostecé y me restregué los ojos.

—Necesito ver a Will. No me iré hasta que no lo vea.

El muchacho suspiró, se quitó los lentes para colgarlos del cuello de su camiseta y me hizo señas para que me acercara. En la oscuridad solo paliada por unas farolas en el exterior y la luz de luna que se filtraba por los ventanales, no podía distinguir bien sus facciones. Considerando su postura y sus movimientos, lo juzgué como un trabajador que está impaciente por irse a su casa y se topa con un pobre desgraciado que se lo impide.

Al intentar moverme, el dolor de espalda y los calambres que me atacaron las piernas casi me mandan de bruces al suelo. Mi cuello se sentía frígido y la cabeza me palpitaba dolorosamente allí donde me había apoyado con ella. Logré mantenerme en pie a duras penas gracias a que mis manos encontraron soporte en la pared, pero mis brazos tampoco se habían salvado del maltrato muscular al que los había sometido. No me di cuenta de que el chico había salvado la distancia entre nosotros hasta el momento en que sus manos aparecieron debajo de mis brazos, ofreciéndome soporte. Acepté hasta pasados los veinte segundos, cuando los calambres amainaron.

—Mira —Volvió a retroceder para darme mi espacio y lo agradecí—, ya no puedes salir por ahí sin ser comido por las arpías, el toque de queda fue hace una hora.

No reaccioné, indiferente tanto a enterarme como a que aquello pudiera pasar. El sanador me condujo entonces hasta una habitación en planta alta, donde acomodó la almohada y cambió las sábanas del catre más cercano.

—Esto no es muy cómodo, pero te servirá.

No respondí.

—No luces nada bien. ¿Has comido algo hoy?

Negué levemente con la cabeza.

—Si quieres puedo...

—No —siseé, clavando mis ojos inyectados en sangre en los suyos—. Lo único que puedes hacer por mí es dejarme verlo. —No pude hacer nada porque mi voz no fallara en la última palabra.

El muchacho solo cerró la puerta y se fue sin responder. Tal como se iban todos de mi vida.

7 daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora