Día 7.8

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Will me contó que no había venido solo, sino con el resto del equipo médico y mis amigos. Me dijo que Hazel había estado muy preocupada y que habían reunido un equipo de rastreo para tratar de ubicarme. Los poderes de mi hermana no funcionaban cuando la espada no estaba conmigo —la había dejado en el centro médico cuando me fui—, y por más que trató de contactarse con mi alma a través de nuestro lazo, no lo consiguió.

—¿Cómo me encontraron entonces?

—Nos avisaron de un hombre que afirmó ser transportado por un portal de sombras hacia el otro lado de la ciudad. Dijo que había visto un chico en mal estado tirado en el cementerio y que después no supo cómo llegó allá.

Suspiré.

—Por su puesto.

—Ya lo sabes, ¿verdad?

Ben hizo mal los cálculos, sobretodo por los deseos de su corazón. Para quitar vida, se tiene que estar seguro y concentrado, tanto como se lo está para curar. Ben lo hizo nervioso, luchando contra sí mismo y lo que le decían sus supuestos amigos. Así que sólo ralentizó la recuperación de Will, alargando su inconsciencia cinco días. Y con su última recarga energética, Will despertó sin efectos colaterales. Como si se levantara una mañana cualquiera tras una noche truculenta.

—Sé todo lo que hiciste por mí. Lo sentí.

Asentí. Me encontraba recostado en su hombro, adormilado. El atardecer nos envolvía, tal como las veces que intentamos separarnos por nuestras inseguridades personales. Por detrás de nosotros, sirviéndonos de apoyo, se alzaban las rejas que separaban el camposanto del patio frontal de la iglesia con aspecto de un jardín ornamentado.

—No estoy resentido con Ben —continuó Will en voz baja.

—Yo tampoco.

—Supongo que lo merecía.

Un acceso de ira me invadió. No respondí. La misma ira iba dirigida a los tres, a Will, a Ben y a mí mismo. Si cualquiera de nosotros me decía «lo merecía», yo no dudaría en responder que sí.

—Eso ya es historia pasada —dije en cambio—. Estamos aquí los dos. Sobrevivimos los tres.

Will se mantuvo callado, meditabundo. El conflicto se evidenciaba en todo su ser, tal como hacía siete días. Imaginaba lo que pasaba por su cabeza. Del rompimiento de nuestra relación de su parte a los sueños reveladores con la participación de Ben había transcurrido mucho, al menos en un plano anímico. Ahora Will había presenciado una crisis mía que casi lo mata, a un yo amnésico cuidándolo y alentándolo por cinco días —después de que leí el libro de Reyna—, y a un yo descubriendo aquellos secretos que más le dolían y avergonzaban, aquellos que había retenido tan encarecidamente y le habían atormentado por años. Habíamos quedado los tres al aire, habíamos aguantado golpes fuertes y habíamos hecho cosas de las que nos arrepentíamos. Habíamos sido víctimas y victimarios. Habíamos madurado. Nos habíamos esforzado por ser mejores.

Me comprendí a mí mismo, luego comprendí a Ben y ahora comprendía también a Will. Después de salir de las sombras con el impulso de mis reflejos, volví a experimentar los hechos, esta vez desde su perspectiva.

Cuando Will vio a Ben por primera vez tenía doce años, acababa de convertirse en el líder de la cabaña y, como todos los demás, estaba afectado por la muerte de sus predecesores.

Antes de eso, la mayor parte de su estancia en la cabaña de Apolo había sido pasiva, incluso menospreciada. Ahora lo querían y lo necesitaban, porque habían descubierto que era útil. De igual manera, habían descubierto que su juicio y su corazón eran confiables. Will se sintió halagado, pero ese sentimiento tan tibio y luminoso no tardó en corromperse por el estrés. No fue un buen momento para que asumiera la responsabilidad de todos sus medios hermanos. Estaba de luto, al igual que ellos. Estaba asustado, al igual que ellos. Estaba cansado, al igual que ellos. Y tenía solo doce años.

7 daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora