Día 0

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Corría detrás de una camilla de lona plegable. Will yacía en ella. Mientras los médicos de la cabaña de Apolo lo transportaban a la sala de emergencias y mis amigos me sujetaban de los brazos, traté de recordar qué acababa de ocurrir.

No lo conseguí.

Todos mis pensamientos y sentimientos, incluidos mis recuerdos, revoloteaban dentro de mi cabeza como un enjambre furioso de abejas, clavando sus aguijones por doquier, incapaces de encontrar un orden o una sintonía concreta.

Me derrumbé en una silla plástica con la frente apoyada en mis nudillos y lágrimas introduciéndose por mis labios trémulos y entreabiertos. Espasmos sacudían mi cuerpo, mi esqueleto apenas podía sostener el peso muerto de mi carne. En mi región temporal había un pegote de un líquido espeso que comenzaba a deslizarse, caliente, por mi nuca.

Mis amigos me miraban a la distancia con una mezcla de lástima, preocupación e impotencia. O eso me pareció.

A mí solo me importaban las noticias. Necesitaba noticias de Will para recordar cómo funcionar correctamente.

«Homeóstasis» sugeriría él. «Necesitas recuperar la homeóstasis».

Will...

Siempre me decías que tuviera cuidado. Que no abusara de mis poderes del inframundo ni que alardeara de mi habilidad con la espada. Evita el conflicto antes de que llegue, esa era la frase que más repetías, y yo te decía que sonabas como una abuelita latosa. No podías curar mis heridas sin antes regañarme por haberme lastimado y después depositar un suave beso sobre la cicatriz.

—Más te vale no morir —sollocé—. Te habrías convertido en el mayor hipócrita del mundo.

7 daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora