Día 4.75

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Me había prometido a mí mismo que esto lo haría de último, cuando las hermanas y hermanos de Will hubiesen terminado su visita diaria y la cantidad de pacientes del día hubiera llegado al súmmum de su declive, permitiéndonos a los miembros activos del centro médico un respiro para descansar.

El momento preciso para tener privacidad asegurada con Will.

Toqué la puerta y me sentí estúpido, reparando tarde en mi error. Tomando en cuenta que había ido y venido tantas veces los últimos días, aquello solo podía significar que estaba nervioso o distraído. La pregunta era por qué. Supuse que aún estaba sentido por lo que sucedió con Percy. Tenía la impresión de que mi remordimiento solo desaparecería si pedía disculpas. Will me habría recomendado que lo hiciera. Y más importante, yo quería hacerlo.

Pero eso no era todo. También me sentía nervioso por lo que estaba apunto de hacer. Requería una entrega íntima, y en cierto modo, aquello me asustaba.

Sacudí la cabeza e inspiré hondo antes de abrir la puerta con cautela. Todo se veía como la última vez que estuve allí. Los girasoles estaban en su punto de florecimiento, por lo que supuse que los hermanos de Will habían dejado nuevos en su última visita.

Me percaté de que le había crecido el cabello. ¿En cuatro días? Tal parecía que Will me guardaba más secretos de los que podía imaginar. Y ya tenía una idea de qué haría al día siguiente.

Me acerqué lentamente, como un animalito a la deriva de un hogar nuevo. No moví ninguna silla plástica para sentarme sino que me mantuve de pie, con el cuerpo apegado a la cama de Will, que quedaba a la altura de mis caderas. Lo único que interrumpía el silencio era la cadencia del motor cardiaco. Me aclaré la garganta y acerqué mi mano a su cara, sin atreverme a tocarla pero haciendo como si la acariciara. La única ventaja de su estado comatoso era que podía apreciar su belleza por tendido. Pero ese día no fui para eso.

Saqué mi celular de mi bolsillo junto con sus respectivos audífonos. Leo había encontrado la manera de permitirnos llevar aparatos electrónicos sin que resulten como luces de bengala para los monstruos, configurándolos con un programa especial que consiguió con ayuda de su padre y denominó el SPMV: Sistema a prueba de monstruos Valdez.

—Hola, Will. De nuevo. Te preparé algo —dije mientras le colocaba los audífonos—. ¿Recuerdas nuestra playlist? Ayer pensé en ella y en ti y añadí algunas canciones que quería dedicarte. Espero que las disfrutes.

Coloqué el celular entre sus manos y, mientras mi corazón parecía saltar la cuerda, pulsé el botón de reproducir en Spotify. La música cobró vida en sus oídos y, lo juro, las comisuras de los labios de Will se elevaron un céntimo. Pudo haber sido un reflejo, pero me dio igual. Lo tomé como una respuesta auténtica. Había poco que Will amase más que a la música y quería creer que mis elecciones serían de su agrado, aunque al mismo tiempo me preocupaba que no. Después de todo la música es como un romance, no se puede obligar a amar determinadas canciones sino que el corazón es el que las escoge.

La idea fue originada por Will. Un día de verano vino a mi cabaña y me mostró, orgulloso, que había creado una playlist bajo nuestros nombres. La revisamos juntos, Will apenas pudiendo contener su emoción. Era prácticamente una recopilación variopinta de canciones románticas, algunas antiguas como How deep is your love y otras más modernas como Inside out de Aleem. Desconcertado, me encontré con que podía identificarme a mí y a mis sentimientos por Will con muchas de ellas.

—Esa es la idea —me dijo Will, componiendo una amplia sonrisa con los labios—. Es una playlist para nosotros. Juntos. Será la que exprese lo que no podamos expresarnos en simples palabras.

7 daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora