- Amaia Romero Arbizu, puerta 8.
Levanté la mirada hacia la señora que acababa de decir mi nombre, su expresión era fría, no se percibía ni un atisbo de empatía en los ojos de esa mujer que estaban fijados en los míos.
Me levanté de la silla de la sala de espera, le dedique una mirada de pánico a mi madre, una mirada que pedía ayuda, que necesitaba consuelo, que era demasiado joven. Mi madre, Javiera, simplemente asintió con su cabeza y me indicó la dirección de la puerta a la que debía ir.
Me sentía tan sola. En el fondo sabía que no encontraría el consuelo de nadie, que era algo que todas debíamos pasar, que todas las mujeres de este país debían travesar una puerta 8 en algún momento.
Con paso inseguro me fui acercando a aquella puerta, no volví a girarme para mirar a mi madre, pues sabía que en su cara solo vería la resignación a la que se nos había acostumbrado.
- Buenos días. - Las palabras sonaron temblorosas al salir de mi boca, no podía ser de otra manera, ya que no había palabras más inciertas en esos momentos, no esperaba tener unos buenos días en mucho tiempo. Tal vez suene pesimista pero la experiencia me ha vuelto cautelosa, reacia a pensar en un mañana feliz.
- Buenos días Amaia, toma asiento por favor. ¿Entiendo que hoy cumples los 21 años?
- Si.
- Un bonito día para cumplir con tus deberes, ¿no crees? Ha salido el sol que hacía días que no veíamos. - Comentó la mujer de bata blanca mientras tecleaba en su ordenador.
Acto seguido se levantó de la silla y se acercó a mi lado. Con cara seria y los ojos vacíos de cualquier emoción me agarró la mano y pinchó mi dedo. El aparato con el que me había pinchado empezó a iluminarse y hacer ruidos, intuí que era lo normal, ya que la mujer seguía sin inmutarse.
Volvió a su silla, el aparató paró y vi como salía una ficha con mi fotografía y mis datos en su ordenador. Estuvo contemplando la pantalla durante unos segundos hasta que finalmente se giró hacia mí con una sonrisa forzada, creo que prefería su cara de indiferencia.
- Felicidades Amaia, te ha tocado un pueblo cerca de Barcelona, espero que te guste la vida cosmopolita.
- Por supuesto, no está demasiado lejos de Pamplona. - Solté esas palabras sin pensarlas, ya que ni yo misma creía que tendría la oportunidad de volver a pasearme por las calles en las que había crecido, la sonrisa irónica de la mujer de blanco no hizo más que confirmar mis sospechas.
- Claro, Amaia, soñar es lo único gratis que nos queda. El tren en dirección Barcelona sale en 3 días, te llegará un correo del Ministerio indicándote la hora y demás detalles. Que tengas un buen día. - ¿Dije que su sonrisa me lo confirmó? Pues bien, también sus palabras.
Sigilosamente salí de la sala 8 y me acerqué a mi madre que se encontraba con la mirada perdida en algún punto del techo gris.
- Mamá, ya nos podemos ir.
No se esperaba que le hablase de tan cerca y la vi perder la compostura durante unas milésimas de segundo para volver a su mirada serena y resignada de siempre al ver que era yo quien le había hablado.
- ¿Dónde? - Ni siquiera me miró al hacerme la pregunta, estaba demasiado ocupada arreglándose la chaqueta y cogiendo el bolso de la silla.
- Barcelona.
- Está bien, podría ser mucho peor. - Sin más comentarios se dirigió hacia la salida con su andar rígido y su cabeza alta.
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Junto a mi
FanfictionEn un mundo futuro, donde la vida es bastante diferente a la que todos conocemos, Amaia y Alfred tienen la suerte de encontrarse. AU -------------------------------------- ¡Hola! Después de pensarmelo mucho he decidido empezar a escribir una histori...