12. CUANDO CALLA LA CIUDAD (II)

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Varias horas después, justo cuando entraban por la ventana los primeros rayos de luz del día, me desperté. Comprobé que estaba limpia y que no había rastro de nada de lo que había pasado anoche.

Me giré y vi a Alfred sentado, apoyado en el cabecero de la cama, con la cabeza colgando y roncando levemente. Me dio tantísima ternura que no pude evitar acercarme a él y apoyar mi cabeza en su pecho mientras pasaba mi brazo por encima de su abdomen.

No debía estar durmiendo muy profundo porque al sentirme se despertó sobresaltado.

- Titi, ¿cómo estás? ¿Te encuentras mejor? No sabes el susto que me diste.

- Estoy bien, no sé que me pasó anoche.

- ¿Crees que deberías tomarte algo? No te voy a decir de ir al médico porque sé que no querrás.

- Qué bien me conoces... - Reí débilmente, me sentía bien pero muy cansada. – Creo que simplemente me quedaré en casa hoy, descansando.

Me costó más convencer a Alfred de que se fuera a trabajar que a un infiel conseguir un condón. Vaya chiste más malo, debería planteármelo.

Me pasé toda la mañana adormilada, en un limbo entre el sueño y la realidad. Cuando llegó la hora de comer me encontraba tan bien que decidí darle una sorpresa a Alfred y aparecer por el estudio. Como las mujeres no teníamos permitido conducir, y no me apetecía ir sola en taxi, decidí aprovechar que el calor había dado un poco de tregua y caminar hasta allí.

Al decidir darme un paseo hasta el estudio no había tenido en cuenta que no había recorrido demasiadas veces ese camino andando, y ninguna de ellas había sido sola. Inevitablemente me perdí.

Decidí que lo más sensato sería preguntar a alguien pero no me podía fiar de cualquiera. Por la calle había básicamente mujeres con carros, carros de la compra o carros de bebé, a eso nos habían reducido. Suspiré resignada a preguntarle a una de las clones de mi madre cuando vi a una chica joven a través del cristal de una cafetería. Estaba sonriendo.

Me sorprendió tanto ver una sonrisa entre ese mar de caras tristes que no tuve más remedio que entrar para conocer a su dueña. '

- ¡Buenos días! ¿Qué te pongo? – Me preguntó risueña.

- Una manzanilla, he pasado mala noche.

No sé porque le di esa información extra pero me vi en la necesidad de aclararle mi situación al ver su cara de entendimiento.

- Estoy enferma, creo, solo ha sido una noche y ahora me encuentro bien.

- ¿Problemas de barriga? – Me preguntó con una ceja alzada que apenas se dejaba entrever tras su espeso flequillo.

- Sí, bueno, he vomitado.

- Ya cariño, yo me refería a estos problemas. – Dijo esa frase gesticulando con la mano una barriga hinchada. Embarazada. ¿Podía ser?

La chica del flequillo soltó una carcajada y se fue a preparar mi manzanilla, supongo que vio mi cara de desconcierto ante la posibilidad.

- ¿No te lo habías planteado? ¿Cuánto tiempo llevas en el contrato?

- Unos meses... - Le contesté aún un poco aturdida.

- Pues las probabilidades son altas, amiga. – Me extendió su mano por encima de la barra. – Soy Aitana.

Le agarré la mano y le dije mi nombre, su tacto me resultaba extraño, hacía tanto tiempo que no tocaba a otra persona que no fuese Alfred.

- Pues nada Amaia, felicidades, ya eres productiva para esta sociedad. Tu maridito seguro que se pone contento y desea que sea un niño por favor con toda su alma.

Miré a Aitana sorprendida, no era común encontrarte con alguien que se burlara del sistema tan abiertamente.

- No me conoces. - ¿Cómo podía atreverse a decir tal cosa frente a una extraña que no sabía si la podía denunciar?

- Por el viaje que ha pegado tu cara, de sorpresa a pánico, cuando te he dicho lo del embarazo estoy segura que no eres de esas.

Su tono de desprecio por esas fue tan contundente que me erizó los vellos de la nuca. Esas eran las mujeres que se habían conformado al sistema, que lo seguían a ciegas, que habían perdido la esperanza. Estoy segura que yo habría sido una de ellas de no haber conocido a Alfred.


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Aquí tenéis la segunda parte, ¡espero que os guste! MUCHÍSIMAS GRACIAS POR TODO

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