A partir de ese primer día en el que todo fueron novedades e incertidumbre, Alfred y yo empezamos a seguir una rutina.
Nos despertábamos, siempre abrazados, aunque no empezáramos así la noche. Teníamos imanes que nos atraían el uno hacia el otro mientras dormíamos. No puedo decir que me importase demasiado, pues había descubierto que estar entre los brazos de Alfred era una de mis cosas preferidas en el mundo, no sabría decir a ciencia cierta el porqué, o tal vez sí, pero prefería no pensar demasiado en ello.
Desayunábamos, a veces en la cama, a veces de camino al trabajo. Sí, he dicho de camino al trabajo, porque en "Luces" yo era una más de la plantilla. Tanto Alfred como Manu habían sido increíbles, me dejaban hacer música, pedían mi opinión para los proyectos y grababan maquetas conmigo al teclado.
Por la noche siempre pedíamos comida a domicilio, menos los sábados y los domingos, en los que Alfred me llevaba a conocer un restaurante nuevo cada semana.
Nos habíamos acostumbrado rápidamente el uno al otro, aunque debo admitir que lo que más nos ayudó fue la música, estaba presente en nosotros todo el día, no solo en el trabajo, sino también en casa.
Casi todos los días, después de cenar, o incluso mientras cenábamos, nos encerrábamos en la sala de música y nos dejábamos llevar.
Recuerdo el día en que descubrí que Alfred era un prodigio al trombón. Yo estaba en el piano tocando una melodía que me había venido a la cabeza, que además creía que sería perfecta para un proyecto que Manu llevaba entre manos, cuando Alfred se levantó de la silla del ordenador como un cohete.
Dejé de tocar y lo miré extrañada. Vi como cogía el trombón y me indicaba con la mano que siguiese tocando.
Entonces lo escuché, y a pesar de querer seguir con lo mío, mis manos no respondían y mis ojos no podían apartarse de Alfred. Era increíble, como jugaba con la música, como cerraba los ojos y movía su cuerpo al ritmo de esta. Sentí un calor extenderse desde mi bajo vientre hasta las puntas de los dedos de los pies. Esa fue la primera vez que sentí esa sensación, pero no la última.
A medida que los días pasaban acabé identificando que esa sensación solo podía ser deseo. No sabía muy bien si las mujeres teníamos permitido disfrutar o excitarnos, de hecho solo conocía que existía la posibilidad gracias a los libros que había encontrado en el desván de mi casa y que había devorado ávida de aventuras más allá de mi ordinaria vida.
Por eso decidí no preguntarle a Alfred acerca de ello, no sabía si yo tenía permitido estar sintiendo esas cosas y además, siempre cabía la posibilidad que Alfred se riese de mí por ser tan estúpida.
Yo sabía que él sí que sentía deseo, no sabía si era por mí, pero muchas mañanas notaba como se había excitado durante la noche. Creo que él pensaba que yo no me daba cuenta, pero desde luego no era algo que pudiese pasar desapercibido, sobre todo teniendo en cuenta que siempre que le sentía yo también me excitaba.
Había estado tentada a apretarme contra él un par de veces, pero había desechado rápidamente la idea, ¿qué pasaría si despertaba? ¿Era correcto aprovecharme de él de esa forma? ¿Se enfadaría conmigo?
Y así iban pasando los días y casi sin darme cuenta ya llevaba un mes viviendo en El Prat con mi marido.
Justo la mañana que hacía un mes desde mi llegada sentí como Alfred me despertaba dejándome un reguero de besos por la cara. Sonreí aún medio dormida y levanté mis brazos para enlazarlos alrededor de su cuello. No quería que parase nunca.
- Buenos días Amaieta. Necesito que abras los ojos porque tengo una sorpresa para ti.
¿Sorpresa? Abrí los ojos y me quedé mirando fijamente a los suyos. Alfred estaba guapísimo, con su pelo despeinado y sus palitas separadas que se dejaban entrever a través de sus labios.
Me besó suavemente en la nariz y se separó completamente de mí. Instantáneamente eché de menos su calor envolviéndome.
Vi que tenía un sobre en la mano y que lo estaba moviendo de un lado a otro con cara de niño travieso.
- ¿Ese sobre es mi regalo? - Asintió con la cabeza y lo acercó aún más a mí.
Lo abrí con sumo cuidado, no quería romper el envoltorio puesto que era uno de los primeros regalos que me hacían en la vida.
Dentro del sobre había dos billetes de tren, levanté la vista y miré a Alfred, lo noté nervioso, con ganas de saber mi respuesta a ese regalo. ¿Nos íbamos de viaje?
Me fijé más detalladamente en los billetes y cuando vi el destino me puse pálida, se me helaron las manos y se me entrecortó la respiración.
- ¿Me vas a llevar a Pamplona? - Le pregunté con lágrimas amenazando con caer de mis ojos.
- Si... bueno, pensé que te haría ilusión ver a tu familia y pasearte por tu ciudad. - Su respuesta fue tímida, insegura, como si estuviese dudando de sí mismo.
Me acerqué a él y le envolví con mis brazos.
- No sé cómo he podido tener tanta suerte. No he conocido a una sola mujer que esté a gusto en su casa, que se sienta feliz. Cuando venía hacia Barcelona estaba preparada para vivir un infierno, para soportar... da igual. Lo que quiero decir es que eres increíble Alfred y... que te quiero, de verdad.
Decidí sincerarme con él, era lo menos que podía hacer. Me había preparado para el horror, me había despedido de mi tierra, de mi música... y Alfred me lo había puesto todo al revés.
Le quería, sabía que le quería. Nunca había sentido esto por nadie, en mi familia no se hablaba de sentimientos, en ninguna familia se hablaba de ellos, porque no existían, porque la vida no era para encontrar amor y cariño, era para cumplir deberes.
A lo mejor Alfred pensaba que era una estúpida o una niñata, que el amor no tenía cabida en este mundo, pero a pesar de eso me sentía feliz por haberlo encontrado, por ser esa persona privilegiada que ha tenido la suerte de querer a alguien en la vida.
Alfred me cogió la cara entre sus manos y me miró fijamente a los ojos, los suyos brillaban más que nunca, casi tanto que parecían un cielo estrellado. Acercó su cara lentamente a la mía y juntó sus labios con los míos, con delicadeza, con mimo, como si me fuera a desvanecer.
- Yo también te quiero, más que a nada en este mundo. - Susurró contra mis labios. Y sin previo aviso los atacó de una forma feroz.
Nos estábamos comiendo, nuestras lenguas se entrelazaban y jugaban juntas. Alfred llevó sus manos a mi cintura y me aprisionó entre sus brazos mientras mis manos jugueteaban con su pelo.
No quería que ese beso se acabase nunca, quería seguir en sus labios para siempre, que me sostuviese entre sus brazos toda la eternidad.
Pero al final tuvimos que separarnos para recuperar el aliento, nos miramos a los ojos, con el pelo revuelto y la respiración agitada y no pudimos más que reír.
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Al final he decidido subir otro capítulo antes de ir a dormir, ¡espero que lo disfrutéis! ¡Muchísimas gracias por todo!
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Junto a mi
FanfictionEn un mundo futuro, donde la vida es bastante diferente a la que todos conocemos, Amaia y Alfred tienen la suerte de encontrarse. AU -------------------------------------- ¡Hola! Después de pensarmelo mucho he decidido empezar a escribir una histori...