14. YA NO HAY VUELTA ATRÁS

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Al salir de aquella cafetería me di cuenta que al final no le había preguntado a Aitana la dirección de "Luces" pero no volvería a entrar solo para eso, además ya no me apetecía ir al estudio, tenía que pensar y no me encontraba demasiado bien.

Llegué a casa tiritando, ¿cómo podía tener frío en pleno agosto? A esta pregunta se me ocurrieron múltiples respuestas, podía estar nerviosa, podía estar enferma o podía estar embarazada.

Me desnudé hasta quedarme en ropa interior, cogí una manta del armario y me metí en la cama acurrucada. ¿Cómo habían cambiado tanto las cosas en tan solo unas horas?

Tenía mil dudas dándome vueltas por la cabeza y no hallaba respuesta a ninguna de ellas.

Y así pasé el día, pensativa, sin salir de la cama, arropada por las mantas y el aroma de Alfred, que era lo único que me mantenía anclada a la Tierra en esos momentos.

Sobre las 8 escuché la puerta, supongo que sería esa hora, ya que es en la que normalmente llegamos a casa. Oí las pisadas de Alfred por el pasillo, sin verlo sabía todo lo que estaba haciendo, era un hombre muy metódico.

Primero se habría quitado los zapatos y los habría dejado perfectamente colocados al lado de la puerta, después habría ido hasta la cocina a buscar los menús de nuestros restaurantes preferidos y acto seguido habría enchufado el móvil al cargador. Sabía que se saltaría la parte de la cerveza porque vendría a ver cómo me encontraba.

Noté como su peso hundía el colchón detrás de mí y sentí su brazo rodearme la cintura por encima de la manta.

- Amaieta, ¿no me digas que tienes frío? - Preguntó en un tono entre burlón y preocupado.

- Estaría mucho mejor si te metieses conmigo en la cama.

Estaba convencida de que no lo haría, ya que seguro que hacía un calor horrible, además le sentí levantarse de la cama. Arrugué el labio enfurruñada, pero no me dio tiempo de decir nada porque noté como la manta se levantaba para acto seguido sentir la piel de Alfred contra mi espalda, sus labios en mi nuca y su mano acariciando mi abdomen.

Ese inocente gesto por parte de Alfred hizo que saltasen mis alarmas y recordé el motivo por el cual llevaba toda la tarde en este estado de crisálida.

Me giré para estar cara a cara con Alfred, vi como me sonreía y me daba un beso en la punta de la nariz.

- Alfred... tenemos que hablar.

- Genial. - Contestó vacilón. Sonreí al ver la cara que ponía, pero no podía desviarme del tema.

- Hoy he tenido una conversación muy interesante con una camarera. Entre otras cosas me ha hecho plantearme la posibilidad de estar embarazada.

Miré a Alfred fijamente a los ojos, con expresión seria, quería transmitirle la importancia de esta conversación. Observé cómo se le iluminaban los ojos y me apretaba más fuerte contra su pecho.

- ¡Pero eso es genial, titi! ¿Cuál es el problema? Tenemos que ir al médico inmediatamente para asegurarnos.

- ¿Tú sabías que yo soy de tu propiedad? ¿Qué los bebés son propiedad del Estado? ¿Venía algo de eso en tu correo oficial y se te olvidó mencionarlo?

Le dije estas últimas palabras mucho más bruscamente de lo que me hubiese gustado, no quería culparle a él, sabía que no era su culpa. Pude ver como mis palabras le habían herido, no había querido echarle en cara lo del correo, fue un simple error, un despiste.

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