22. MIEDO DE NO VERTE NUNCA MÁS

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Cuando vi el pueblo al que me dirigía no pude más que caer de rodillas agotada, me llevé las manos a la cara y me sequé el sudor. Había estado prácticamente corriendo todo el camino, lo único que quería era llegar. No podía permitir que me atrapasen, pero no podía caminar lenta, necesitaba sentir el dolor que me provocaba el esfuerzo físico para no pensar en otras cosas.


Caminaba por el pueblo con la cabeza agachada pero fijándome en las casas que iba pasando. Por fin, al final de una de las calles, vi la fachada roja. Con las últimas fuerzas que me quedaban me acerqué hasta la casa y entré.

Las paredes de la tienda, o el taller, estaban repletas de estanterías con diferentes tipos de tela y se podía oír el ruido de máquinas de coser. Me acerqué al mostrador y rápidamente salió a recibirme un chico joven, tal vez unos años mayor que Alfred.

- Buenos días, ¿Qué puedo ofrecerle?

Me preguntó risueño, como si no tuviese frente a él lo que posiblemente era una visión perturbadora. Me había visto en los reflejos de varias ventanas, iba despeinada, sucia, tenía unas ojeras enormes, y la cara y los ojos hinchados de llorar.

- He comido arroz, pero estaba crudo y creo que me ha sentado mal, ¿sería tan amable de darme un vaso de agua?

Las facciones de su cara se suavizaron completamente, levantó la tapa del mostrador y me ofreció su mano.

- Dame esa mochila y entra.


Le seguí hasta la trastienda y de ahí subimos por unas escaleras a un pequeño piso. El chico llevó mi mochila a una habitación que había al final del pasillo.

- Puedes quedarte aquí un par de días hasta que reúnas dinero para viajar. Soy Agoney.

Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, ese gesto me descolocó tanto que di un salto hacia atrás y le miré sorprendida. Sinceramente, no tenía ganas de que nadie se acercara a mí en esos momentos, quería guardar el recuerdo de los besos y las caricias de Alfred todo el tiempo que me fuera posible.

- Lo siento, debería haber sabido que no era una buena idea... he recibido a más mujeres como tú, sé lo que habéis pasado, he sido un desconsiderado.

En ese momento noté en el pecho una necesidad imperante de defender a Alfred, a pesar de que todo mi aspecto indicaba que venía de un pasado bastante terrible.

- No creas que he pasado nada malo porque no es verdad... hasta hace unas horas era la mujer más feliz de la Tierra.

Sin poderlo evitar, presa del cansancio y de las emociones de las últimas horas, volví a echarme a llorar, esta vez con sollozos tan grandes que me dolían.

Agoney me miraba con una cara extraña.

- De acuerdo... mira, iré a prepararte una infusión, ¿vale? Seguro que te sentará bien.

Cuando salió de la habitación me senté en el suelo, me llevé las piernas al pecho y enterré la cara en las rodillas. Seguí en esa postura hasta que oí como la puerta se volvía a abrir. Ya no estaba llorando como si no hubiera un mañana pero estaba hipando tan fuerte que creía que se me saldría el corazón por la boca.

Agoney me ofreció el vaso con la infusión y me la empecé a beber como pude.

- ¿Cómo te llamas? - Me preguntó apartándome un mechón de pelo que tenía en la cara.

- No me toques... por favor. - Le contesté apartándole la mano mientras le miraba a los ojos seriamente. - Me llamo Amaia.

- Pues bienvenida... ¿Quieres ducharte o algo? Vas bastante sucia.

Añadió con una risa, intentando calmar el ambiente. Pero yo no quería ducharme, aún tenía las caricias de Alfred tatuadas en la piel. Así que negué con la cabeza.

- Solo quiero cambiarme de ropa.



Había estado toda la tarde tumbada en la cama mirando la pared, no había llorado, no había pensado en nada, había entrado en un trance.

- Perdón por molestar pero he hecho la cena, ¿te apetecería comer algo?

Mi primer impulso fue decirle que no, que solo quería seguir allí tumbada sin hacer nada, pero pensé en la personita que llevaba dentro, tal vez ella sí que estaba hambrienta. Así que asentí y me levanté lentamente de la cama.

Para cenar había pollo con una pinta increíble, en cualquier otro momento estoy segura de que lo habría devorado en segundos, pero durante esa cena lo único que pude hacer fue obligarme a comer una carne que me sabia a cartón.

- Sinceramente, creía que no querrías salir a cenar. - Me dijo Agoney con una sonrisa amistosa.

- Estoy embarazada. - Le respondí seca.

- ¿No eres muy habladora, no?

Me preguntó con una carcajada. Le miré fijamente, no sé donde encontraba la gracia. Decidí ignorarle y seguir comiendo. La estancia se inundó de un silencio incómodo pero a mí no me importaba, ya no me importaba nada más allá de mi bebé... y volver a ver a Alfred.

- Voy a poner las noticias, si nadie te ha visto cruzar estarás segura durante más tiempo. ¿Tu marido es de Galicia o tendría que venir a buscarte desde otro sitio?

Noté un pinchazo en el pecho cuando mencionó a mi marido y noté como los ojos se me volvían a aguar.

- No es de Galicia, pero vendrá a buscarme desde allí... y tengo que quedarme aquí hasta que llegue.

Le respondí contundente, no podía permitir que me echara a la calle antes de que llegara Alfred, sino sería imposible que nos encontrásemos.

- ¿Estás de broma? - Me gritó sorprendido. - Mira, yo no quiero problemas, y ten por seguro que si veo indicios de que alguien viene buscándolos me desentenderé de todo, ¿queda claro?

- Como el agua. - Le respondí impasible. - No tendrás ningún problema por parte de Alfred.

Agoney sostuvo mi mirada durante unos segundos, veía en sus ojos que no sabía por donde cogerme, así que se lo puse fácil y me levanté para irme otra vez a la habitación.

No estaba siendo la invitada del año, pero no me encontraba en condiciones como para comportarme de otra manera.

Me volví a tumbar a la cama y noté como poco a poco me iba adormilando.


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¡Esta tarde subiré otro capítulo, no os voy a dejar así hasta mañana! jajaja


Visto que os parece buena idea lo de los capítulos de "escenas eliminadas", me gustaría que me diéseis vuestra opinión sobre las cosas que os gustaría leer.


¡¡¡Muchísimas gracias por todo!!!

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