Había llegado el fin de semana y por lo tanto era el día en que viajábamos a Pamplona. Yo estaba especialmente nerviosa, no sabía cómo me iban a recibir mis padres, tenía miedo especialmente de la reacción de mi madre.
En casa nunca habíamos sido demasiado efusivos los unos con los otros, con la que más relación tenía era con mi hermana, pero inevitablemente ésta se fue enfriando una vez se marchó a Madrid.
También tenía un hermano, Javier, era bastante mayor que yo y no habíamos sido demasiado cercanos. Él se parecía a mi madre, siempre correctos, siempre serios. Mi hermano aún vivía en Pamplona pero realmente dudaba que lo fuera a visitar.
El trayecto en tren fue muy diferente al último que hice, observaba el mismo paisaje difuminado por la velocidad, oía la misma música de fondo, pero a mi lado iba sentado mi marido, tan perfecto como siempre.
Llevaba puestas las gafas de ver, le quedaban increíbles. No podía evitar mirarle a él más que al paisaje y él hacía lo mismo conmigo. Por suerte solo había un par de personas más en el vagón, así que pudimos ser bastante naturales el uno con el otro.
Apoyé mi cabeza en su hombro y suspiré, aún no acababa de asimilar lo feliz que era. Desde que admitimos que nos queríamos y nos besamos por primera vez hacía unos días no habíamos podido parar de pronunciar esas palabras a la mínima ocasión, igual que no habíamos podido parar de devorarnos el uno al otro.
De momento solo habían sido besos, todo tipo de besos, besos tiernos y lentos, vagos y dormidos, rápidos y apasionados. También habían empezado las caricias, pero eran sutiles, tímidas, siempre por encima de la ropa.
Yo quería decirle a Alfred que me desnudara, que se desnudara, que quería sentirle. Pero no me atrevía. Estaba segura que no era correcto que una mujer propusiera ese tipo de cosas.
A pesar de la ropa actuando de barrera entre nosotros había sentido en innumerables ocasiones la excitación de Alfred. Un día que estábamos besándonos en la cama la sentí directamente entre mis piernas, que se abrieron aún más instintivamente. No pude evitar gemir ante la sensación que me provocó sentirlo tan cerca, fue como un fogonazo.
Mi propia reacción me hizo tensarme y Alfred lo notó, separándose de mí al instante. Siempre atento, siempre pendiente de mí.
Salí de mis divagaciones cuando escuche que anunciaban nuestra llegada a Pamplona, los nervios volvieron como un torrente, desbocados.
Alfred me dio un beso suave en los labios y me agarró de la mano con fuerza, transmitiéndome su seguridad.
No era una niña indefensa, siempre me había cuidado sola y siempre lo haría, era capaz de hacerlo todo sin ayuda de nadie, pero la verdad es que era reconfortante sentir que alguien estaba a tu lado, de tu parte, alguien en quien apoyarte cuando necesitabas darte un respiro.
Yo también cuidaba de Alfred, en este mes que habíamos estado juntos me había confesado que tenía ataques de ansiedad. Solo había presenciado uno y la verdad es que fue aterrador. Solo quería estrecharle entre mis brazos y no soltarlo jamás, protegerle de cualquier cosa o persona que pudiese dañarle.
Bajamos del tren y cogimos un taxi en dirección a la casa de mi padre y mi madre, no podía creer que solo un mes después de salir de esa casa volvería a pisarla.
Me temblaban las manos tan fuertemente que tuve que sentarme encima de ellas para que Alfred no se preocupase. Él parecía tranquilo, aunque podía notar que era una fachada, en el fondo estaba nervioso, lo notaba porque no paraba de pasarse la mano por el pelo y de recolocarse las gafas. No sabía porque estaba nervioso, al fin y al cabo, la que iba a ver a su familia era yo.
- ¿Crees que les gustaré a tus padres? - Me preguntó en un susurro, mirando de reojo al taxista.
Le miré sorprendida, ¿cómo no iba a gustarle a mis padres? ¿Cómo no iba a gustarle a cualquier persona con dos dedos de frente? Apoyé mi cara en su hombro y le besé repetidas veces, él me acarició el pelo con el brazo contrario al que yo estaba apoyada y noté como se destensaba un poco.
A veces, Alfred dejaba entrever una inseguridad que caminaba como una procesión por dentro de él, aunque por fuera pudiese parecer el hombre más seguro y decidido del mundo. Algunas personas incluso lo calificarían de creído u orgulloso, pero la realidad era que había construido un muro a su alrededor. Y a mí me encantaba que me dejase entrar, que me dejase verle a él.
Llegamos frente a la puerta de mi casa, mi antigua casa. Con el pulso alborotado y el dedo tembloroso piqué al timbre. Los segundos en los que mi madre tardó en responder me parecieron eternos.
- ¿Quién es?
- ¿Mamá? Soy Amaia.
Oí como colgaba el telefonillo bruscamente. De repente mi madre abrió la puerta de casa, con tanta fuerza que dio un portazo contra la pared. La vi con la cara desencajada, los ojos abiertos a más no poder y colorada como una cereza madura. Me agarró fuertemente del brazo y me empezó a zarandear, nunca la había visto así de descompuesta.
- ¿Qué has hecho niña ingrata? Vas a traer la desgracia a esta familia, siempre supe que serías tú. Tan consentida, con la cabeza llena de pájaros. ¿Sabes lo que nos puede pasar si te devuelven a casa? ¡Eres un maldito estorbo! ¡Entra que no te vean los vecinos!
- Disculpe señora, entiendo que usted es la madre de Amaia. Encantado de conocerla, soy Alfred, su marido. - Alfred le extendió la mano educadamente a mi madre, pero podía ver la frialdad que emanaban sus ojos, nunca le había visto así, nunca había pronunciado palabras tan poco sinceras como aquellas.
Mi madre se quedó parada, no se había fijado en que no había venido sola, del mismo asombro ni siquiera levantó su mano para ofrecérsela a Alfred, una falta de etiqueta impropia en ella.
Después de unos segundos de silencio tenso e incomodo, Alfred bajó su mano y la colocó en la parte baja de mi espalda, empujándome levemente hacia dentro de la vivienda.
- Creo que tiene razón, deberíamos entrar en casa. - Sentenció Alfred.
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¡No puedo creer todas las personas que estáis leyendo la historia! ¡Muchísimas gracias a todxs!
Quería hacer una mención especial a las personas que me dejáis comentarios, me encanta leeros, no os imagináis la ilusión que me hace y la motivación que supone.
Repito, ¡gracias por leer, votar y comentar los capítulos! No creo que pueda agradecerlo lo suficiente.
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Junto a mi
FanfictionEn un mundo futuro, donde la vida es bastante diferente a la que todos conocemos, Amaia y Alfred tienen la suerte de encontrarse. AU -------------------------------------- ¡Hola! Después de pensarmelo mucho he decidido empezar a escribir una histori...