16. LO QUE QUIERAS, PERO HABLEMOS

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Solo salir de la cafetería de Aitana nos fuimos directos al estudio, teníamos que aparentar normalidad.

Una vez allí vimos a Manu agobiado, como siempre, sentado frente al piano.

- ¿Qué pasa tío? ¿Necesitas ayuda de los profesionales? - Le preguntó Alfred en tono burlón.

- Ja... ja... ja... Em pixo de la risa. - Respondió Manu sarcástico. - De hecho, muchas veces mi frustración es vuestra culpa, todo el día cuchicheando y de risitas. ¡Así no hay quien trabaje!

- Eso se llama envidia, no frustración. - Alfred me guiñó el ojo y supe que el juego había empezado. - Pero tranquilo Manu, vas a tener todo el viernes para trabajar a tus anchas, bueno, y el fin de semana, en caso que quieras acercarte al estudio.

- ¿El viernes por qué? - Preguntó Manu intrigado, no era común que Alfred y yo faltásemos al trabajo, de hecho solo habíamos faltado aquella vez que tuvimos la gripe, y yo hace unos días, cuando me enteré que estaba embarazada.

- Me llevo a l'Amaieta a Galicia a pasar el fin de semana, ¿qué te parece? Seguro que hace más fresco que aquí, ya estamos hartos de tanto calor.

Sin esperar respuesta, Alfred se dirigió hacia las guitarras, cogió una y se sentó en su mesa. Manu me miró con cara interrogante, yo me encogí de hombros y me dirigí al teclado que había en el fondo de la sala, hoy me apetecía improvisar algo alegre.

Cuando salimos de trabajar decidimos pasar a comprar pizza por nuestro restaurante italiano favorito, hacían las mejores cuatro quesos de todo Barcelona, lo malo era que no las llevaban a domicilio.

Al entrar por la puerta el dueño del restaurante saludó efusivamente a Alfred, nos conocían a los dos de todas las veces que habíamos ido, pero por supuesto, nadie se pararía a saludar a una mujer y mucho menos a una esposa que va con su marido.

- ¿Lo de siempre Alfredo? - Preguntó el dueño del restaurante. Siempre pronunciaba su nombre con falso acento italiano, quedaba horrible. Alfred le dedicó una sonrisa forzada antes de responderle.

- Por supuesto, para llevar por favor. - Alfred me apretó la mano que tenía agarrada con la suya y me lanzó una mirada que no supe interpretar. - Este fin de semana no pasaré a por pizza, Luís. Me voy con mi mujer a Galicia, aquí hace demasiado calor y ya está insoportable.

Me giré hacia Alfred, intentaba buscar su mirada con mis ojos pero él me rehuía. Me solté de su mano bruscamente y crucé los brazos. Sabía que Alfred no pensaba las palabras que acababa de decir pero me dolieron igualmente, él era la única persona en el mundo en la que podía confiar, la única persona que me conocía de verdad, con la que lo compartía todo... oír esas palabras, sobretodo el tono con el que las había pronunciado...

La contestación de Luís fue la que acabó de colmar el vaso.

- Como te entiendo Alfredo. Yo ya no sé qué hacer con la mía. Ya dicen que el calor irrita a las fieras. - Soltó con un tono cómplice y una risotada al final.

A lo mejor era el calor, como ellos decían, a lo mejor eran las hormonas, a lo mejor era que ya estaba harta de que se nos tratara como a malditos objetos, pero no pude aguantar ni un segundo más allí. Me di la vuelta y salí escopeteada a la calle, tomé una bocanada de aire, dos, tres...

- ¿Amaia? - Oí como la puerta del restaurante se cerraba detrás de Alfred.

- No me hables.

Me puso la mano en el brazo pero yo lo aparté bruscamente, no quería que me hablase, no quería que me tocase y no quería verle.

- Amaia, amor, sabes que lo que le he dicho a Luís es mentira, es parte del plan.

- ¿Qué empieces a insultarme es parte del plan? Vete por favor, entra a buscar las pizzas, quiero estar un rato sola.

Alfred empezó a acercar su mano a mi brazo otra vez pero se lo pensó mejor, la dejó caer de golpe y suspiró mientras entraba de nuevo al restaurante.

El camino de vuelta a casa fue silencioso y tenso, como aquel primer viaje que hicimos desde la estación de Sants el día que llegué de Pamplona.

Me bajé del coche corriendo, ni siquiera le esperé para entrar juntos a casa. Estaba muy enfadada, más bien disgustada, decepcionada. No sabía si tenía sentido que lo estuviese pero en ese momento era lo que sentía.

Me dirigí como un rayo hacia el baño y me encerré dentro pegando un portazo que debieron oír todos los vecinos. Me desnudé, abrí la ducha y dejé que el agua tibia cayera por encima de mí.

A los pocos minutos oí como Alfred picaba a la puerta.

- Amaia, por favor, vamos a hablarlo. No quiero que estés enfadada conmigo, lo siento muchísimo.

Silencio. Apreté los ojos fuertemente y me apoyé en la pared de la ducha.

- Por favor titi, perdóname. Te juro que no volveré a decir algo así nunca más. No... no tiene ninguna justificación que lo haya dicho, me he pasado, lo siento.

Sabía que si quería podía entrar al baño, no teníamos ningún pestillo en casa, pero a pesar de eso estaba hablándome a través de la puerta. Ese gesto me empezó a ablandar. ¿Estaba haciendo una montaña de la situación?

- Cariño, sabes que eres lo más maravilloso que me ha pasado nunca, no podría pensar en la vida que eres insoportable. ¡Si aquí el pesado soy yo! Que quiero que estés todo el día a mi lado y te hago cosquillas cuando sé que no te gustan y te agarro de los mofletes y... y... no sé, ¡todo!

Bufé, ¿cómo podía pensar que me molestaba estar a su lado? Las cosquillas no eran mi pasatiempo favorito pero Alfred sabía que me indignaba de mentira.

Oí como apoyaba la cabeza contra la puerta del baño.

- Mira, me voy a ir a dar una vuelta para que tengas un rato para ti sola, ¿vale? Te quiero.


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Segundo y último capítulo de hoy.

Como he tenido más tiempo he ido contestando a comentarios que me habíais dejado, si se me ha olvidado alguno lo siento muchísimo.

Estoy super contenta de que os guste y que estéis disfrutando con la historia, ¡GRACIAS A TODXS! 💙💙💙💙

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