Los meses que siguieron fueron como un oasis, llevábamos una vida tranquila y feliz. Alfred y yo cada día nos queríamos más que el anterior y habíamos aprendido a comunicarnos con miradas.
La carrera de Alfred como músico había despegado exponencialmente y tanto Manu como él estaban convencidos de que era gracias a mí. Alfred me había expresado en varias ocasiones su incomodidad, odiaba llevarse él todos los méritos de un trabajo que era de los dos. A mi realmente no me importaba, poder dedicarme a la música, aunque fuera en el anonimato, era mucho más de lo que habría esperado de mi vida después de cumplir los 21.
No había vuelto a hablar con mi familia desde el viaje a Pamplona. En realidad había llamado a Ángela un par de veces pero la había notado distante conmigo, más de lo normal.
En cuanto a las revisiones médicas, Alfred había tenido razón, lo primero que hicieron cuando entré en esa sala blanca con olor a desinfectante fue abrirme las piernas. Esas revisiones eran los momentos más incómodos que había pasado en los últimos meses, por suerte nunca duraban más de media hora.
Mi médico era un señor de mediana edad, con entradas en el pelo y los dedos regordetes. La primera vez que acudimos a él, Alfred intentó entrar conmigo a la consulta pero el médico no le dejó. No tardé mucho en descubrir que era porque le gustaba olisquear la ropa interior de las jovencitas, como él nos llamaba. Era repugnante. Por desgracia no había nada que pudiese hacer más que aguantar el roce de sus asquerosas manos por mis piernas.
Si estaba en mis manos, Alfred nunca se enteraría de lo que pasaba dentro de esa consulta, aunque estoy segura que intuía algo, ya que siempre que volvíamos del médico corría a la ducha porque me sentía sucia, quería quitarme las huellas que ese señor dejaba en mi piel. Alfred solo me preguntó el primer día por qué tenía tanta prisa en ducharme.
A parte de las visitas mensuales al médico había otra parte de mi vida que no me acababa de gustar, pero era un mal menor, una nimiedad comparada a lo que me esperaba encontrarme al llegar a Barcelona.
Debido a las estrictas normas de comportamiento que se nos exigían desde el Ministerio, fuera de casa tenía que ponerme la máscara de mujer dócil y sumisa. Si necesitábamos hacer la compra debía ser yo la que fuese al supermercado, si iba con Alfred a algún sitio siempre tenía que ser él quien hablase, fuese para pedir un café o entradas para el cine. Aunque me daba rabia tener que ser la sombra de Alfred cada vez que salíamos juntos lo prefería a la alternativa de ir sola a los sitios, era peligroso y, sobretodo, humillante.
Una vez decidí pasearme por el parque que está a dos manzanas de nuestra casa, necesitaba respirar, volver a conectar con la naturaleza como cuando era pequeña. Una vez allí me tumbé bajo la sombra de un árbol y me concentré en mi respiración. De repente sentí que alguien se sentaba a mi lado y me tensé, pero no quise darle más importancia, hasta que noté como se posaba una mano en mi muslo. Abrí los ojos sobresaltada y me encontré con un chico no mucho mayor que yo que me miraba con socarronería.
- Te he visto caminar hasta aquí. Tienes un culo fantástico, deberías darte la vuelta para que los demás podamos disfrutarlo. Estoy seguro que puedo hacerte gozar como a una perra.
Todo esto lo dijo subiendo su mano hasta mi entrepierna. Me levanté tan rápido que no sé cómo no me hice daño y corrí como no había corrido en mi vida.
Pero bueno, no me podía quejar, todo estaba yendo demasiado bien, demasiado tranquilo. Claramente era una señal de que la tormenta se acercaba.
Todo empezó una noche calurosa de agosto. Me desperté a las tres de la mañana entre temblores, sudores fríos y con el corazón desbocado. Me sentía mareada, no podía enfocar la vista, ni siquiera sabía por qué lado de la cama bajarme para ir al baño.
Sin poderlo evitar vomité encima de las sábanas, no sentía mi cuerpo, apenas fui consciente de cuando Alfred encendió la luz de la mesilla.
No sé cuánto tiempo estuve sentada en la cama, encogida sobre mi misma intentando calmar las nauseas, pero de lo primero que fui consciente cuando empecé a recuperar la cordura fue de una mano fresquita que me acariciaba el cuello y la cara.
Levanté la mirada y vi a Alfred preocupado, como no lo había visto nunca, ni siquiera cuando vino el señor de blanco a casa. Quería decirle que estaba bien, que ya había pasado, pero no podía moverme, no podía hablar.
Poco a poco me fui recostando sobre el hombro de Alfred y me dormí.
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Hoy no tenía pensado subir otro capítulo, por lo menos no tan pronto, pero debido a la temática general de este, he decidido que sería un buen momento.
Tal como habéis mencionado algunxs, esta historia no está tan lejos de la realidad como pensamos... y es completamente cierto.
Por desgracia, el sistema patriarcal en el que vivimos permite que ocurran cosas terribles, que atentan contra nuestra dignidad y contra nuestra vida. Que los de La Manada hayan salido en libertad... debería ser parte de una historia ficticia.
¡¡¡Muchas gracias por leer, comentar y votar la historia!!! Seguramente subiré la segunda parte del capítulo esta noche.
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Junto a mi
FanfictionEn un mundo futuro, donde la vida es bastante diferente a la que todos conocemos, Amaia y Alfred tienen la suerte de encontrarse. AU -------------------------------------- ¡Hola! Después de pensarmelo mucho he decidido empezar a escribir una histori...