Estábamos los tres sentados en el salón, Alfred y yo en el sofá y mi madre en un sillón. Nos observaba detenidamente, como quien observa a un animal enjaulado esperando que rompa los barrotes y le devore.
- ¿Dónde está papá? - Rompí el silencio. Mi madre dirigió su mirada hasta mis ojos, fría y compuesta otra vez.
- Fuera, con sus amigos del trabajo. - Dirigió su mirada a Alfred, con recelo. - Mire señor, no sé que habrá hecho mi hija pero quiero que sepa que nosotros no somos responsables, siempre hemos intentado darle la mejor educación que hemos podido. Es verdad que siempre ha sido una desviada pero creíamos que cuando llegase el momento le entraría el juicio. Solo le ruego que se la quede, si necesita que tenga unas palabras con ella lo haré encantada.
Alfred tenía los ojos como platos y abría y cerraba la boca intentando decir algo sin saber exactamente el que. Se me llenaron los ojos de lágrimas, nunca había tenido una relación especialmente cálida con mis padres pero creía que les importaba algo, era su hija. Y si las suposiciones de mi madre fuesen ciertas, yo, su hija, podría estar siendo maltratada, violada, torturada... y a ella lo único que le importaba era la fachada, el qué dirán, el maldito Ministerio. No pude contenerme y solté un sollozo lastimero. Alfred posó sus ojos en mí rápidamente y pasó su brazo por mis hombros, atrayéndome hacia él. Me besó la frente y noté como apretaba los ojos intentando calmarse. Mi pobre Alfred, por quien lo había tomado mi madre, cuando él era un ser de luz.
Debía lanzar una flecha a favor de mi madre, ya que no era lo usual volver a casa, y con las historias que todas habíamos oído o experimentado casi de primera mano...
- Mire señora, su hija es maravillosa, no sé cómo no se ha podido dar cuenta en todos los años que ha vivido bajo su techo. Supe que Amaia era especial incluso antes de conocerla, ¿sabe? Al ver su foto lo supe, su mirada era la más pura que había tenido el placer de contemplar. Creía que le hacía un favor trayéndola aquí a ver a su familia pero parece ser que me equivocaba, han bastado unos minutos en su presencia para hacerla llorar, y no de la emoción.
- Pero joven, entienda que... - Alfred cortó a mi madre, le vi decidido, sin compasión alguna por aquella mujer que tan poca había tenido por mí.
- Entiendo, lo entiendo perfectamente. En Barcelona también hemos escuchado las historias. Pero tenga por seguro, que si algún día mi hija vuelve a casa, después de creer que la he perdido para siempre, lo primero que haría sería estrecharla entre mis brazos y decirle cuanto la quiero. Y si tengo que matar a algún marido y morir yo después por ello... no dudaría ni un segundo.
Dijo estas últimas palabras con tanta intensidad que no dejaba ningún lugar a la interpretación, a la duda. Estaba convencida de que las había pronunciado desde el fondo de su corazón, pobre aquel que se atreviese a tocar algo a lo que Alfred quería, que él lo defendería con uñas y dientes, aunque se perdiese a sí mismo por el camino.
Mi madre apretó la mandíbula, podía notar como su incomodidad crecía con las palabras de Alfred.
- No sé en qué mundo habrá crecido usted joven, pero aquí no nos encariñamos de nadie. Las probabilidades de un final feliz con cualquier persona son prácticamente nulas, así que, ¿para qué sufrir? No tiene ningún sentido dar pie a la fantasía.
- Por supuesto, no tiene ningún sentido. Si no tiene nada más que decir creo que Amaia y yo nos iremos yendo, estoy seguro de que hay rincones preciosos por explorar en esta ciudad.
Alfred le estaba dando una oportunidad a mi madre, de redimirse, de cambiar sus palabras y mostrar algo más que frialdad y enfado hacia nosotros, pero ella no lo hizo. Se mantuvo estoica, como una gárgola de las que adornan el techo de las catedrales, inmóvil pero preparada para atacar.
Al ver que no íbamos a obtener respuesta, Alfred y yo nos levantamos y de la mano salimos de esa casa que estaba segura que nunca volvería a pisar.
Paseamos por las calles de Pamplona en silencio, pensativos. Aún no me había hecho a la idea de que mi madre había renegado de mí completamente, que había estado preparada para entregarme al Ministerio desde el momento en que nací.
Aún podía observar resquicios de la tensión a la que se había sometido Alfred minutos antes.
- Somos fuertes, Alfred. Nunca me había considerado una persona especialmente valiente pero creo que lo somos, en cierto sentido nadamos a contracorriente.
- He sabido que eras una alternativa desde que te conocí. - Alfred sonrió al pronunciar estas palabras, mirando hacia el infinito. - Es una de las cosas que más me gustan de ti, que a pesar de que la sociedad ha intentado domarte no lo ha acabado de conseguir. Me encanta verte soñar despierta, como mueves los dedos en el aire inconscientemente cuando pasan melodías por tu cabeza...
Habíamos llegado a la plaza del Ayuntamiento, estábamos en medio de ella cuando Alfred paró de andar, se giró a mirarme y me agarró las dos manos.
- No he mentido cuando le he dicho a tu madre que eres maravillosa. Nunca llegué a imaginar que podría querer a alguien tanto como te quiero a ti. Hasta que apareciste en mi vida no sabía lo que era esto, amar a una persona más que a nada. Sé que ha pasado muy poco tiempo y no espero que estés preparada para corresponder mis palabras, pero quiero que sepas, que tu madre es idiota. - Rió ante su último comentario. - Perdón, tenía que decirlo. Pero eso, que no quiero que te sientas sola, quiero que sepas que siempre me vas a tener para lo bueno y para lo malo, hasta que la muerte nos separe.
Me acercó hacia él tirando de mis manos y me susurró al oído.
- Estas palabras se solían recitar en las bodas antiguamente, así que creo que es toda una declaración de intenciones por mi parte.
Me separe unos centímetros de él para poder verle la cara, su mirada era transparente, cristalina, sabía que estaba diciendo la verdad, sabía que me estaba abriendo su corazón.
- Alfred, no sé qué decir.
- No hace falta que digas nada, puedo amar por los dos, no tengo prisa. - Sonrió y rozó su nariz con la mía.
- No es eso, simplemente no se me dan tan bien las palabras como a ti. Yo también te amo.
Y allí, en medio de la plaza, nos fundimos en mejor beso que nos habíamos dado hasta la fecha, con el que intentamos transmitir todo lo que sentíamos por el otro.
Estaba tan concentrada en Alfred que apenas podía sentir todas las miradas curiosas de la gente que había a nuestro alrededor.
Éramos raros, alternativos, como Alfred había dicho y ahora que nos teníamos el uno al otro, éramos un poco más libres.
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¡El segundo capítulo de hoy! Aprovecho para subirlo ahora antes de que salgan los vídeos del concierto, ¡ya que luego es más difícil concentrarse! jajaja
¡¡¡Espero que lo disfrutéis y muchísimas gracias!!!
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Junto a mi
FanfictionEn un mundo futuro, donde la vida es bastante diferente a la que todos conocemos, Amaia y Alfred tienen la suerte de encontrarse. AU -------------------------------------- ¡Hola! Después de pensarmelo mucho he decidido empezar a escribir una histori...