18. EN ESTA OSCURIDAD LA CLARIDAD ERES TÚ

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A la mañana siguiente me despertaron unas náuseas que me quemaban en el pecho. Salté de la cama y corrí hasta el baño donde vomité algo, no sé el qué, ya que la noche anterior no había cenado.

Sentí a Alfred acariciarme la espalda y apartarme el pelo de la cara mientras me encogía sobre mí misma por la molestia que me estaban causando las arcadas.

Cuando me tranquilicé, me dejé caer sobre el pecho de Alfred y le cogí una mano entrelazando nuestros dedos.

- Una cosa, no vuelvas a hacer nunca más lo que hiciste anoche en el restaurante o acabaré contigo.

A pesar de que mis palabras eran serias entendí perfectamente la carcajada de Alfred, debía parecerle ridícula, ¿cómo se me había ocurrido sacar el tema en un momento así?

- No te preocupes titi, te prometo que no volverá a pasar. Lo único que les diré de ti a las personas es que eres un cuquito.

Esto último lo dijo con una voz de bebé que me pareció adorable y tuve que contenerme con todas mis fuerzas para no girarme y besarlo.

El resto de la semana pasó sin más, nada fuera de lo normal, nada que se escapase de la rutina, nada que nos pudiese delatar.

Llegó el viernes y nos dirigimos hacia el aeropuerto de El Prat para coger el vuelo que nos llevaría hasta Galicia. Solo llevábamos una mochila como equipaje, ya que en teoría solo nos íbamos a pasar el fin de semana.

Estábamos nerviosos, desde que salimos de casa ya había tenido que apartarle a Alfred la mano de la ceja un par de veces. Cuando se ponía nervioso, a veces, se dedicaba a arrancarse los pelos de las cejas, pero era un hábito que estaba superando poco a poco.

Llegamos a la puerta para embarcar y nos separaron en dos filas diferentes, la de hombres y la de mujeres. Yo no llevaba billete, igual que la mayoría de las mujeres que estaban en la cola, eran nuestros maridos los que tenían que identificarnos para poder subir al avión.

Intenté comportarme como las demás, las observaba detenidamente para ver como se relacionaban con sus maridos, cómo les miraban, cómo les contestaban.

Llegó el turno de Alfred y vi como le enseñaba nuestra documentación y nuestros billetes al señor de la aerolínea para acto seguido señalarme a mí.

El señor me llamó para que me acercara y cogió un aparato de esos que pinchan el dedo. Realmente la documentación no era más que burocracia para aparentar normalidad, necesitaban nuestra sangre para cerciorarse de que éramos quienes decíamos ser, para comprobar que no estábamos huyendo.

Le ofrecí mi dedo y justo en ese momento me entró el pánico, ¿le desvelaría esa máquina que estaba embarazada? Quería mirar a Alfred, encontrar la seguridad de sus ojos, pero no me atrevía ya que debíamos mantener una fachada que era frágil y podía desmoronarse en cualquier momento.

- Señora Amaia Romero Arbizu, mujer de Alfred García Castillo, parece ser que es correcto. - El señor se giró para mirar a Alfred. - ¿Prefiere que se siente con usted en el avión o en la parte trasera?

Justo cuando me acababa de tranquilizar porque parecía ser que ese cacharro no había delatado mi condición... ¿Parte trasera? ¿Cómo un corral?

- Disculpe mi ignorancia pero no he tenido la oportunidad de viajar demasiado en avión. ¿Qué es exactamente la parte trasera? - Preguntó Alfred con fingida indiferencia.

- Normalmente es donde van las mujeres que dan problemas, ya sabes de qué te hablo. - Le guiñó el ojo. - Ahí saben cómo mantenerlas quietas y calladas.

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