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Sábado 29 de septiembre de 2018

Me puse mis tenis y salí a correr antes de que empezara el movimiento en el hotel. A penas eran las cinco de la mañana.

Cuando empezó a amanecer decidí que era hora de volver. Subí de nuevo a mi habitación para darme una ducha y estar listo para un día ocupado.

Cuando estuve listo y bajé a recepción. Por el momento solo recibía llamadas de las habitaciones, la mayoría era pidiendo el desayuno y otras pidiendo cosas básicas como toallas, más jabones, etcétera. 

En eso, entró una llamada de la habitación de Valeria. Contesté de inmediato.

– Recepción. Buenos días, ¿En qué le puedo ayudar? – fingí no saber que hablaban de su habitación y quise sonar lo más profesional que pude. 

– Buenos días, hablo de la habitación 512, quisiera saber quién mandó el desayuno, yo no lo ordené.

– Es de cortesía, señorita Liceaga. – mentí.

A decir verdad, yo había sido quien dio la orden de que mandaran su desayuno. A ella y a su compañera. 

– ¿De parte suya? ¿O del hotel, señor Coscarelli?

– Considéralo un regalo de ambos. – seguí hablando al ver que ella no hablaba – Y le pediré que no me diga "señor" no estoy tan viejo. Ya lo habíamos hablado.

– Ante todo el respeto. señor Coscarelli. – no sé si fue mi imaginación, pero a mi parecer remarcó más la palabra "señor". 

– Y te lo agradezco, pero no me hables de usted, solo nos llevamos cinco años de diferencia.

– Insisto, es cosa de respeto. Muchas gracias por el regalo, señor Coscarelli. – sin decir más, colgó.

[...]

Seguía atendiendo llamadas y haciendo algunas cosas en la computadora, cuando de repente me saco de mis labores la campanilla que había sobre el mueble, volteé. Era Valeria.

– Estuvo delicioso el desayuno. – recargó ambos brazos en el escritorio y se inclinó más en mi dirección.

– Me alegra que te haya gustado. – la mire.

– Bastante. – regreso a su posición recta.

– ¿Se te ofrece algo más? – dije sin quitar mi vista de encima.

– No por ahora, muchas gracias. – me dio una corta sonrisa – ¿Me puede dar la hoja para firmar mi salida? Por favor.

Yo asentí y le pase la tabla con la hoja y una pluma, firmó y cuando acabó, me entregó la hoja de regreso.

– Muchas gracias. – sonrió y se giró en dirección a la salida.

Solo la mire alejarse.

[...]

Después de casi dos horas, la vi de nuevo, entraba por la puerta principal. Extrañamente no estaba con ese resplandor que le caracterizaba, la notaba triste y hasta algo tensa.

Se detuvo a buscar algo en su bolsa, pero cayó al suelo vaciando todo su contenido. Rodeé el mueble y fui hasta ella para ayudarle a recoger sus cosas.

– ¿Te ocurre algo? – la mire atento, todavía estábamos agachados.

– E-estoy bien. – me miro, pero enseguida aparto la vista levantándose.

Definitivamente no estaba bien, tenía los ojos rojos, probablemente había llorado por un buen rato.

Me enderecé y me puse frente a ella. La tomé por los hombros, sin decir nada, tratando de analizar su rostro. Una lagrima corrió por su mejilla, la quité de inmediato con mi pulgar y ella me abrazo. Correspondí el abrazo, sin decir nada; empezó a sollozar en mi pecho y yo la abracé con más fuerza; esperé a que se calmara.

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