Ya me encuentro dentro de la sala once, estoy muy emocionada, pero al mismo: temerosa, impaciente, nerviosa, por lo que está a punto de suceder. La sala se encuentra sola, no está Rey dentro, supongo que dentro de unos minutos entrará a darme indicaciones, solo estoy yo mirando por la ventana del edificio. Esta es una sala pequeña y hay una puerta en la que creo que está todo preparado con mis pertenecías que traje día antes. Emociones nuevas brotan a cada segundo; porque bueno, esta será una experiencia inolvidable, saber que ya todo cambiará, que todo mi pasado ha quedado atrás, que hoy cumplo 24 años y que es el mejor regalo que la vida puede darme, que ya no soy el chico gay de la preparatoria el cual no hablaba con nadie, que... En ese momento escucho que una de las puertas se abre y veo entrar a Rey junto con la misma enfermera.
—¡Alex! Me alegro de tenerte aquí de nuevo, ¿cómo estás?, ¿nerviosa?... —dice Reynaldo muy emocionado, al mismo tiempo que se acerca hacia mí, me da un abrazo y un beso en la mejilla.
—Nerviosa, nerviosa, pero creo que muy emocionada también —le contesto muy sonriente, suspirando y apretándome las manos.
—¡Me alegro mucho por ti! Verás que todo saldrá increíble. Por cierto, tu madre ya está afuera, me la he topado antes de entrar y me ha preguntado cómo te encuentras, le dije que aún no habíamos comenzado, a lo que ella se tranquilizó un poco; dijo que te manda un beso y que todo va a salir bien.
Mi madre, Dios, mi madre ya está aquí, ya me siento un poco más tranquila de que alguien esté fuera esperándome.
—Bueno, ahora que lo sé me siento más segura —digo, decidida.
—Clara, la enfermera, te dará las indicaciones en lo que yo me preparo para empezar.
—Bueno Alex, toma esta bata y este gorro —coloca ambas prendas en mis manos—. El cirujano Rey y yo entraremos cuando estés lista —dice la enfermera que ahora sé que su nombre es Clara.
Me quedo sola en la habitación así que comienzo a desvestirme para seguir las indicaciones de la enfermera. Mientras lo hago, alcanzo a mirar mi reflejo en la ventana. Es la última vez que me miro así, con un pene, el cual me ha estorbado todos estos años. Por el cual la sociedad me juzga cuando digo que soy una chica.
Me coloco la bata y me siento en la no tan cómoda camilla. Toco un pequeño timbre que está al lado mío, en ese momento ingresan a la sala el cirujano y otras dos enfermeras.
—Vale Alex, recuéstate por favor, te llevaremos a la otra sala, tú ponte cómoda y nosotros procederemos con lo demás. Aplicaremos la anestesia y estarás profundamente dormida. Como ya sabes, esto es todo un proceso a partir de hoy, así que no te preocupes, todo saldrá excelente. —Reynaldo me informa de manera tranquila y seguro de su trabajo. Posteriormente miro como terminan de prepararse hasta que me aplican la anestesia y mi cuerpo reacciona paulatinamente hasta ir cayendo en un profundo sueño.
Dormida, siento que aún tengo consciencia, que mi voz viaja en esta pequeña sala cerrada que se ubica en mi cabeza. Es confuso, no siento dolor, no siento mi cuerpo, es como si estuviese suspendida en un trance, mientras experiencias vividas comienzan a asomarse de algún lugar recóndito.
La plática que tuve con Sebastián me hizo recordar tantas cosas. Es difícil no recordar lo duro que la pasas cuando sientes que no encajas en una sociedad llena de prejuicios, mucho más cuando eres tan joven, cuando tienes que salir todos los días a lidiar con personas mayores, con tu familia... con la escuela. Fue un infierno. Un infierno el cual jamás olvidaré, porque ahí conocí a tantas personas que me marcaron de por vida. Conocí el lado oscuro y machista de mi padre al confesarle sobre mi "enfermedad", como él lo llamaba.
Recuerdo que esa tarde yo había llegado de la escuela, había sido un mal día, estuve a nada de que me dieran una golpiza, todo por ser un idiota. Todo fue porque ya había terminado el entrenamiento de Alice, mi mejor amiga que en ese entonces había decidido entrar al equipo de porristas de la escuela; solo para que Braulio, el chico de sus sueños, la notara. Él era capitán del equipo de americano y solo salía con porristas, por lo que Alice buscó la manera más rápida de llamar su atención.
Al terminar el entrenamiento acompañé a Alice a cambiarse, pero como yo era chico, no podía pasar al vestidor de chicas, entonces me quedé afuera esperándola. Mientras yo estaba afuera, los chicos del equipo entraron a sus vestidores y entre ellos se encontraba Braulio, quien hasta entonces no había notado mi presencia. Braulio me parecía un idiota pero eso no le quitaba lo atractivo, porque he de aceptarlo, era guapo. Cuando ellos entraron me dio bastante curiosidad entrar detrás de ellos, quería ver al chico. No puedo decir que me gustaba, solo que en ese momento me sentí atraída por él, así que decidí espiar un poco. Solo me quedé en una esquina, mirándolo. Él se había quitado la playera, su dorso expuesto revelaba que pertenecía al equipo de americano y no solo por su abdomen, también por los moretones, pero lo que más llamó mi atención fue una cicatriz que tenía en la espalda baja, parecía que lo habían acuchillado o algo así. Me quede mirando unos segundos su cicatriz y reaccioné cuando alguien gritó:
—¿¡Qué miras maricón!?
Fue un grito con mucha rabia, al grado de seguir retumbando en mis recuerdos. Al levantar la mirada Braulio me había descubierto espiándolo, entonces arranqué a correr mientras ellos me perseguían. Salí huyendo de la escuela, tomé el autobús que me dejaba en casa y lo último que vi fue a Braulio mirándome de lejos. Había dejado a Alice sola, así que en el camino le envié un mensaje diciéndole que me había surgido algo y tuve que irme de allí. Cuando llegué a casa, subí a dejar mi mochila en mi habitación, y luego a la cocina a saludar a mi madre. Me dijo que mi padre estaba esperándome en la sala, había llegado temprano y quería hablar conmigo. Me dirigí hacía allá mientras mi madre estaba unos pasos detrás de mí. A ella la había notado muy nerviosa desde que me vio entrar, pero por mi gran susto lo ignoré. Cuando llegué a la sala, no solo me encontré con mi padre eufórico, sino, también con Braulio. Había llegado a mi casa en su auto y le había contado todo a papá.
Nunca descubrí cómo supo mi dirección, solo sé que eso desencadenó una serie de noches solitarias llenas de lágrimas en mi habitación.
—Es todo señor, lo dejo para que converse con su hijo —dijo Braulio mirándome con una sonrisa burlona y al mismo tiempo levantándose del sillón para dirigirse a la puerta.
Después de que la puerta se cerrara a sus espaldas papá se aseguró de no perder ni un solo segundo más para destruirme.
—¿¡EN QUÉ CARAJOS ESTABAS PENSANDO!? DIME, ¿ACASO ERES MARICÓN?, ¡CABRÓN! ¡ESTÁS ENFERMO! —. Mi padre furioso me tomó por los hombros y me sacudió para que le respondiera—. ¡No puedo creer que uno de mis hijos sea gay! ¡Me avergüenzas Alex! —. Y lo que más me dolió—. ¡YO CRIÉ A UN VARÓN, NO A UN MARICA COMO TÚ!
—¡Ya basta Sergio! ¡Vas a lastimarlo! —. Mi madre intentaba apartarme de él.
—¿¡Cómo quieres que lo suelte!?
—¡Piensa Sergio! Él necesita que lo apoyemos. ¡No seas un estúpido y trata de comprender!
—No puedo aceptar a un homosexual en mi casa. ¿¡No te das cuenta!?
—Pues sí, papá... ¡SOY MARICA!, pero no solo eso. No estoy a gusto con mi cuerpo. He nacido en el cuerpo equivocado. ¡Tengo que vivir todos los malditos días de mi vida mirándome al espejo y viendo no solo un cuerpo de hombre, sino, mi autoestima destrozada por no ser una chica! —. No podía creer lo que había dicho. Estaba hecho un mar de lágrimas y me sentía impotente.
Un silencio sepulcral se extendió por cada rincón de la casa, aquel silencio que al romperse dejó escapar mi mayor secreto. Solo miraba como mi padre se llevaba las manos a la cabeza, tenía la boca abierta, los ojos cristalinos e intentaba asimilar todo. Mi madre tenía cubierta la boca con ambas manos y sus ojos estaban inundados de lágrimas. Justo cuando pensé que ya había pasado lo peor, sentí un puño en mi mejilla, el cual si no hubiese sido por mi madre que me sostuvo, hubiese ido directo al suelo. Me quedé unos minutos en shock, al reaccionar mi padre me estaba tomando de la ropa y me gritaba cosas en la cara que ni si quiera entendía porque estaba realmente aturdido. Después de varios gritos de mi madre y golpes de mi padre, él me soltó y se dirigió hacia mí:
—Me das asco.
Esas tres palabras quedaron impregnadas en mi piel, retumbaron con eco en mis oídos y me ahuyentaron para subir corriendo a mi habitación; cerré la puerta y comencé a llorar cada lágrima que por años había guardado tras una presa. Me dolía tanto que mi padre se avergonzara de mí, y mi madre, bueno, sabía que lo entendería más rápido. Lloré tanto hasta quedarme dormida, por desgracia, no eternamente.
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Yo soy Alex (EN CORRECCIÓN)
TeenfikceEstoy sentada en la sala de espera de la clínica. ... Hoy por fin es el tan esperado día. Por fin, después de 20 años seré quien realmente quiero ser. Un chico está sentado a lado mío jugando con su teléfono celular. -Entonces, ¿esperas tu turno o...