( ❀ ) . . . H Y U N M I N ↶
Hwang Hyunjin and Kim Seungmin.
❝ Fue el mejor trato que pudimos pactar jamás. ❞
En esa desabrida oficina ambos allí, estáticos, iluminados por el bello mural de la pared del fondo.
"-Ayer estabas muy confi...
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—Tenemos una charla pendiente —expuso Hyunjin con un tono que, para su sorpresa, no sonaba amenazante, sino más bien, cálido.
Hyunjin tenía esa costumbre de sonreír de lado, como si todo lo que hace y dice estuviese pensado con horas de anticipación, como si conociera tanto a Seungmin que hasta se sabe de memoria sus reacciones.
Habían estado callados desde que el pelinegro salió del auto. A este punto, hasta el silencio lo incomodaba. Prefería que el pelinegro lo regañara o le dijera «pasado, pisado» o algo como eso. Lo hartaba tanto misterio y vueltas sobre un mismo asunto.
Y, en todo caso, ni que hubiese matado a alguien. ¿Es que acaso, dentro del círculo de conocidos de Hyunjin, él era el único con mal genio? Seguro que no.
—¿Sobre qué? —evita especificar y le echa un vistazo a la carta.
—Tú sabes sobre qué, Seungmin.
En realidad, no del todo. Hyunjin no es fácil de leer para alguien con casi nula experiencia con personas.
El chico sonríe y toma un sorbo de agua.
—La verdad es que no estoy seguro, pero te escucho.
Hyunjin se contagió de la sonrisa de su acompañante, no estaba al tanto de que detrás del pintor se escondía un talentoso actor.
Seungmin se reprochó como por sexta vez el haber aceptado ir a ese almuerzo. De haber seguido el plan inicial de pedir comida y pasar la tarde tirado en el sillón, no tendría que estar disimulando la inquietud que lo consumía por dentro. Tampoco sería un acto de fortaleza el resistir las inmensas ganas de correr de solo pensar en los agradables ratos vacíos que lo esperaban en las próximas dos horas. La paz en su mayor expresión.
El restaurante era el mismo de siempre. De siempre, de antes. Arquitectura antigua, casi que imitaba cualquier edificio parisino, de esos de fachada austera pero que buscan la perfección hasta en el último detalle. La luz natural que se colaba a través de las ventanas le daba un aspecto delicado y agradable, y ni siquiera las cortinas azules -en ese momento levantadas- podían sacarle ese grato brillo mezclado con la frescura de la brisa otoñal. Las mesas de madera relucientes, las sillas mullidas de color ébano, el techo abovedado, los cuadros de los paisajes y lugares que el chef había visitado durante sus aventuras culinarias... hasta las camareras y sus uniformes eran los mismos: la chica de cabello corto teñida de rubio con las raíces crecidas no había hecho cambio de uniforme: la mancha de lavandina sobre su vestimenta negra la delataba. Pero a nadie más que Seungmin parecía detenerse a mirar semejante estupidez.
Eso le dijo su padre hace solo dos meses atrás.
Solía venir con ellos, con sus padres. Era una tradición de viernes por la noche, no tan sagrada como otras, pero sucedía con frecuencia. Siempre cenaban lo mismo: langosta. Eso, hasta que Seungmin se autoproclamó vegetariano. Entonces, empezó a exigirle al chef que en su carta incluya platos aptos para él.