Capítulo 35: despedida a un buen líder

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No sentía su cuerpo pero el dolor estaba presente en su cabeza, la batalla que acababa de tener le había dejado sin fuerzas, pero la gran satisfacción que sentía en su cuerpo y alma le hacían saber que todo valió la pena. El dolor, las heridas, las pérdidas... todo había valido la pena por salvar la aldea, su aldea, la que la había visto crecer, la vio llorar y lamentarse no ser mejor kunoichi, la vio sufrir por las duras palabras que su padre siempre le dedicaba; pero también la vio reír con sus amigos, jugar con Naruto, enamorarse con Sasuke. Aquella aldea era lo más importante para ella, era testigo de su comienzo y quería que fuera el testigo de su final.
En ese momento, Naruto comenzó a arrastrarse en dirección a Gaara y a ella, se impulsó con los hombros mientras miraba a Kimera llena de heridas y un poco de sangre, aquella chica que había tomado su mano y lo había jalado a la luz cuando sentía que estaba a punto de perderse en la oscuridad que los comentarios y miradas dolorosas habían ocasionado. Le tendió una mano cuando nadie más lo hizo y aunque fue gracias a que salvó a Hinata, Naruto agradecía en esos momentos más que nunca haber tenido a alguien como Kimera a su lado. Adolorida y cansada, Kimera le sonrió de lado y acarició su mejilla con cariño cuando él se detuvo a analizar sus heridas, intentó no preocuparlo, porque sabía que tenía a alguien más a quien salvar.

—¡No...! ¡No te acerques!— Pero el rubio seguía moviéndose, arrastrándose hacia él mientras recordaba todas y cada una de las palabras que otras personas le habían dicho, unas más dolorosas que otras.

—Es algo insoportable, ¿verdad? El sentimiento de estar solo. Sé lo que se siente, estuve ahí, en ese oscuro y solitario lugar. Pero ahora hay otros... otras personas valiosas para mí. Me importan más ellos que yo mismo, ¡y no dejaré que nadie los lastime!— La Hyūga miró sorprendida su amigo rubio levantarse con dificultad y muy lentamente. Frente a ella no estaba más el niño que se detenía a llorar por cualquier comentario hiriente, frente a ella estaba Uzumaki Naruto, el ninja que estaba marcando su propio camino como shinobi.— Por eso es que jamás renuncio. ¡Te detendré aunque tenga que matarte!

—¿Pero por qué...? ¿Por qué harías algo por todos menos por ti?— Preguntó Gaara estupefacto, él jamás se había preocupado por otra persona que no fuera él. Toda su infancia la pasó solo, desamparado. Todos lo miraron mal, con odio y asco, ¿cómo podía Naruto defender a aquellos que lo habían despreciado?

—Porque ellos me salvaron de mí mismo. Me rescataron de mi soledad y fueron los primeros en aceptarme tal como soy. Son mis amigos.— Ante la respuesta de Naruto, Gaara pareció algo aturdido y miró al cielo como si recordara algo.

—El amor no es debilidad.— El pelirrojo miró directamente a Kimera, quien comenzaba a hablar con una leve sonrisa, casi imperceptible, él se preguntó cómo podía sonreírle cuando había destruido su aldea.— El amor te hace fuerte, cuando no intentas ocultarlo.

—Naruto, ya basta.— Los Genin levantaron la cabeza al escuchar esa voz fría. Sasuke estaba a unos centímetros de ellos, tenía el ceño fruncido, pero Kimera vió el alivio en sus ojos negros.— Escucha, Sakura se pondrá bien. El chakra de Gaara se acabó.

—Uh... ah, qué alivio.— Dicho esto, la cabeza del rubio se estrelló contra el suelo debido al cansancio.

Un segundo después, Temari y Kankurō se pararon frente a Gaara para protegerlo. Kimera vio en sus ojos lo decididos que estaban por proteger a su hermano menor.

—Suficiente. Se acabó.— Escuchó la voz del chico de la Arena como un susurro.

Y sólo por esas palabras, Kimera se dejó absorber por el sueño, uno donde tomaba la mano de un rubio y un pelirrojo y los llevaba a la luz. Olvidando que alguien también estaba estancado en la oscuridad.

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Kimera se miró al espejo, su cabello azulino caía libre en su espalda, su banda ninja descansaba en su cuello y clavícula, esa banda que representaba a Konoha. Poca atención le prestó a las vendas que resguardaban sus heridas por la batalla recién ganada. Suspiró al sentir las lágrimas picar en sus blanquecinos ojos mientras se terminaba de alisar el kimono negro. Hace un par de años ella había conocido el odio y desprecio que le tenía a los funerales gracias a la muerte de su madre, pero ese día volvía a vestir de luto y no era para nada más y nada menos que por el Lord Hokage de la Aldea Escondida Entre las Hojas, Sarutobi Hiruzen.

—Es hora, Kimera.— Escuchó la suave voz de su hermana detrás de la puerta. Como Hyūga, tenía que ir con su familia pero sería separada cuando llegaran a lo más alto de la Torre del Hokage.

—Ya voy.— Intentó sonar normal, pero ciertamente, estaba destrozada.

A paso tranquilo, llegaron a su destino. Durante el trayecto, Kimera no soltó la mano de su hermana, la menor buscaba consuelo sin ser descubierta por su padre pues éste probablemente le diría que se comportara a la altura de su apellido, pero incluso su padre parecía triste y pensativo. Ver el ataúd le llegó como una cachetada, no asimilaba la noticia, no podía, el gran Hokage no podía estar muerte, el más fuerte shinobi de Konoha había fallecido y toda la aldea había ido a su velorio. La lluvia hizo acto de presencia, pero poco le importó a la gente, estaban demasiado sumidos en su tristeza.

—Estamos aquí reunidos para recordar y honrar no sólo al Tercer Hokage, sino a aquellos que se sacrificaron en ésta batalla para que nuestra aldea pudiera sobrevivir.— Comenzó a hablar uno de los ancianos de la aldea, quien estaba parado frente a la tumba del difunto Sarutobi.

En orden y en calma, los shinobi comenzaron a pasar para dejar una flor blanca frente a las fotos de los caídos en batalla. Mientras los demás pasaban, Konohamaru, el nieto del recién fallecido Hokage, comenzó a llorar desconsoladamente mientras Iruka-sensei intentaba darle algo de apoyo. En algún momento, todos compartieron palabras con el Tercer Hokage, a todos los consoló y les otorgó palabras que los hizo ser como son.

—Tu padre es estricto, Kimera, pero puedo asegurarte que te ama, al igual que ama a tus hermanas y a su Clan, sólo quiere que seas fuerte.— La peliazul de 5 años miró al Tercer Hokage con los ojos llenos de lágrimas. El líder se puso de cunclillas frente a ellas y la abrazó intentando apaciguar sus lágrimas.— Crece, linda Kimera y demuéstrale que su amor indiferente te hizo fuerte.

—Iruka-sensei.— Escuchó a Naruto llamar haciendo que mirara a su amigo.— ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué la gente arriesga su vida por otros?

—Bueno, cuando alguien se muere, es el final. Su pasado y su futuro, todos los sueños que llegó a tener, desaparecen junto con él. Eso es así, aunque muera de forma honorable en batalla, al igual que muchos, igual que Hayate. Todo lo que lo ata a la vida, es desconectado... menos algo, lo más importante de todo: la gente. Los padres, hermanos, amigos, amantes, la gente que fue importante para él. Y estas personas, las que se quedaron atrás, están unidas en un gran círculo, gracias a los recuerdos de él. Un círculo de amistad, confianza y sacrificio, que se hace más grande y fuerte con el tiempo. Es difícil de explicar. Nos quedamos juntos en el círculo, no tenemos opción, es importante para nosotros.

—Así que es algo obligatorio, entiendo. Eso creo... Aún así, me da tristeza.

—Imaginen lo triste que hubiera sido si su muerte hubiera sido en vano. Pero nos dejó algo invaluable.— Kimera se sobresaltó al escuchar la voz de Kakashi-sensei, no lo había visto. Culpó a su tristeza y se enfocó en las palabras que salían de la boca de su sensei.— Ya lo entenderás algún día.

—Oiga, no me subestime. Entendí muy bien.— La Hyūga sonrió de lado al escuchar a Naruto comentar lo anterior. Él en verdad había crecido.

—La lluvia se detuvo.— Dijo Sakura haciendo que el equipo siete enfocada su vista en el cielo gris, que comenzó a despejarse dejando un rayo de luz en la foto de Sarutobi Hiruzen, mejor conocido como el Tercer Hokage.

En el momento, Kimera vio en ese rayo de luz sólo una cosa. Esperanza. Y con esta, se esfumó la tristeza.

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