Conforme los días pasaron, Gerard se iba adaptando nuevamente a su vida normal: ayudaba a limpiar, a cocinar y seguía jugando videojuegos, tal como si Jeremy no hubiera estado en sus vidas.
En la tarde, Ray se encontraba en sus clases y nuestros protagonistas disfrutaban de un juego de carreras.
—¡Te gane, mi ángel! Lo ves, ¡te lo dije! —Gritaba emocionado.
—Sí. Eres muy bueno en estos juegos.
—¡Quiero ir al mar otra vez contigo! ¿Podemos?
—Claro. Hace mucho que yo tampoco voy al mar...
—¿Por qué no has ido, ángel? —Pregunta curioso.
—Porque quería ir contigo otra vez. No le encuentro el mismo sentido a la magia si estoy solo —lo abraza—. Te quiero, angelito.
—Yo... también. —Se sonroja mientras disfruta del abrazo.
Duraron un rato abrazados, no se percataron de cuanto y tampoco les importo, el angelito sintió la necesidad de besar esos labios que le regresaban la realidad por un momento, no lo pensó más, tomo el rostro de su ángel y besó tiernamente sus labios. Frankie no se negó, adoraba los besos inocentes que Gerard le regalaba, los correspondía con deseo combinada con dulzura.
Separo a su angelito y lo miro intensamente.
—¿Hice... algo mal, ángel? —Se aferraba a el cuello de Frank, y parecía preocupado.
—Claro que no, angelito. Tú eres bueno y nunca haces nada mal. —Acaricia su mejilla—. Debemos esperar a Ray para que nos preste su automóvil y vayamos al mar.
—¿Alcanzaremos a ver la puesta de sol?
—¡Sí! Vamos a comer algo para no tener hambre, ¿vale?
—¡Vale!
Prepararon unos bocadillos rápidos y comieron tranquilamente. No tardo mucho para que Ray llegara a casa.
—¡Hola, chicos! —Entra a la cocina saludando alegremente.
—¡Hola, Ray! —Gee lo recibe con un abrazo.
—¡Hey, Gee! ¿Cómo estuvo su día?
—Muy divertido, ¿verdad, mi ángel?
—¡Sí, mucho! Llegas temprano, Ray.
—¿Sí? Es que la profesora no fue y pudimos salir antes. —Toma un bocadillo.
—Ya. Me gustaría saber si... podrías prestarme tu automóvil, jé.
—¿Van a salir a algún lado? —Continua comiendo.
—Sí, ¡vamos a la playa!
—¡Claro! Pero no regresen muy tarde porque mañana vas al Instituto, Frankie.
—Claro, Ray. No te preocupes. Ya no faltare.
—Muy bien. Cuídense mucho.
—Sí. Oye, ¡Gerard!, primero ve por tu abrigo.
—Ah, sí... mi ángel.
Tomaron el auto y condujeron directo al mar, no tardaron mucho en llegar, al mismo tiempo el sol comenzaba a ocultarse. Gerard se bajo del automóvil y corrió a la playa; tropezó con una roca, quedando tendido en el suelo.
—Hola —le tiende la mano un completo desconocido—, ¿te lastimaste?
Otros chicos que se encontraban sentados en las cercanías, al observar aquel acontecimiento, no pudieron evitar carcajearse del chico de ojos esmeraldas, Gee aterrado comenzó a llorar ignorando por completo al chico que le ofrecía su ayuda. Este por su parte se enterneció de él y con sólo mirar a los tipejos, estos terminaron con sus burlas.
—Tranquilo. No les hagas caso a esos tontos. Permíteme ayudarte. —Le tendió una vez más su blanca mano.
—¿Quién eres tú? —Lo mira por un momento y le tiende la mano para dejarse ayudar—. ¿Eres un demonio?
—¿Un demonio? —ríe gentilmente—, claro que no. Soy sólo una persona, mi nombre es Quinn. ¿Y tú?
—¿Gee...? —Frankie lo buscaba y lo miró con el chico, ambos tomados de la mano.
—¡Ángel! —corre hacia él—, te extrañe...
—No vuelvas a salirte así del coche. —Lo miro a los ojos—. ¿Estabas llorado? ¿Por qué? ¿Te hizo algo ese tipo? —Indica al chico rubio—. Se las verá conmigo...
—No me hizo nada, mi ángel. Él me ayudo.
El chico sólo observaba como los dos muchachos se abrazaban:
—«Deben ser novios...» —Pensó; pero luego vio como ambos se acercaron a él.
—Hola —Frankie lo saluda fríamente y desconfiado—. Me dijo mi... amigo que lo ayudaste con esos chicos, ah, y también a levantarse. Te lo agradezco mucho.
—No es nada.
—Me llamo Frank, él Gerard.
—Soy Quinn.
—¡Gracias por tu ayuda, Quinn! —dijo Gee.
—¡De nada!
—Vamos a sentarnos, Gee —Frankie ignoraba completamente al chico rubio.
—Vale, mi ángel.
Al ver sus ojos y su sonrisa era muy difícil no cautivarse, Quinn deseaba saber más de Gerard, y al verlo alejarse poco a poco su cuerpo lo impulso a seguir sus pasos.
—¡Esperen! —Ambos chicos voltean a mirarlo—. ¿Les molestaría que os acompañe? Iba a sentarme a mirar la puesta de sol, porque estoy cansado de jugar al voleibol. No me gustaría estar solo, ¿puedo? —Los miraba insistentemente.
—Sí —el chico inocente accede—. ¿Puede acompañarnos, mi ángel?
—Claro, angelito. Si te parece bien —se dirige a Quinn—, adelante...
Los tres muchachos caminaron a la orilla de la playa y se sentaron a contemplar aquel maravilloso paisaje de siempre, aunque nunca eran iguales aquellas puestas de sol, siempre que estaban juntos hacían de aquel momento algo especial y único. En esta ocasión el tercer chico se encontraba embobado del cabello azabache, lo miraba intensamente y le sonreía dulcemente a cada momento. Frank lo noto enseguida y comenzó a molestarse, quería alejar a aquel chico de su angelito ya que no confiaba en nadie.
—Y dime, Quinn, ¿qué edad tienes? —Lo miraba severamente, envueltos en un ambiente hostil.
—Tengo veintiuno, ¿y tú? —Le sonreía cínicamente, era obvio que no simpatizaban.
—Diecinueve...
—¿Y tú, Gee?
—Yo… no estoy seguro. —Mira a la playa—. Ah, ahí hay una concha muy bonita... Iré por ella —corre hacía el mar.
—¡Ten cuidado, Gee! —grita Quinn.
—Oye... podrías decirme qué es lo qué pretendes —Frank va directo al grano.
—¿De qué hablas, Frank? —dice con una sonrisa. Ya sabe a que se refería Frank.
—¿Qué pretendes al sentarte aquí con nosotros y platicar con mi... amigo?
—Sólo quería estar acompañado mientras miraba la puesta de sol...
—¿Estás diciendo la verdad? Porque puedo ver que hay algo más.
—Vale, no puedo negar que Gerard... es único, nunca había visto un espécimen tan hermoso y misterioso, ah —no evitó soltar un gemido con tan sólo seguir admirándole.
—Te gusta, ¿verdad? —parecía algo enojado.
—Sí —dijo vacilante—, y veo que a ti también —se pone serio—. Dime, ¿qué es lo qué tiene?
—No tengo por qué decírtelo —se sonroja al verse descubierto—, eres un desconocido y el asunto no te incumbe.
—Por favor, dime —seguía con su sonrisa cínica—. No te lo voy a quitar~.
—Basta de burlarte de mí —se encontraba fastidiado—. Mi amigo tiene esquizofrenia, una enfermedad catalogada como psicosis.
—Eh, leí sobre eso. —Lo mira por un momento—. Es raro que los esquizofrénicos tengan amigos, eres muy afortunado. Él debe quererte mucho... Ten —saca de su cartera una tarjeta—; mi tío es un psiquiatra muy bueno y a implementado un nuevo programa llamado “Casas de Medio Camino”, es un lugar enorme, donde estas personas se rehabilitan. Cuando quieras, puedes llamarme y le hablaré de Gee. Mi número telefónico está atrás.
—Gracias... Eres muy amable... —Se sorprende.
—Conseguí muchas conchas bonitas —interrumpe Gerard emocionado—. Mira, mi ángel —se las muestra mientras sonríe.
—Están realmente hermosas, angelito —le sonríe.
—Quinn, te regalaré ésta porque me ayudaste. ¿La quieres?
—¡Claro, Gee! Muchas gracias. —La mira por un momento—. Me tengo que ir. Me dio gusto conocerte, guapo —se atreve a besarlo en la mejilla—. ¡Adiós, Frank! —Le tiende la mano.
—Cuídate y gracias por todo. —Se encontraba molesto.
—¡Bye-bye, Quinn! —lo despedía Gee haciendo ademanes.
El chico rubio se alejo lentamente.~Continuará~