—Oh, apenas te dijo Mickey que está enamorado —se burla de su amigo.
—¡¿Cómo que apenas, Ray?! ¿Tú ya sabías? —pregunto de mala gana.
—Sí. Hace más de una semana me lo dijo, jaja... ja.
—¡¿Por qué mi hermano te contó primero a ti?!
—¡Ya, Gerard! Cálmate, no es para tanto. Además, tú mismo te ganas la desconfianza por lo amargado que eres.
—Bueno, en eso debo admitir que tienes razón. He estado ocupado en eso de mis exámenes...
—Sí, es verdad. Dios no te doto de la inteligencia que Mickey tiene...
—Cállate, Ray. He alejado a mi hermano de mí —su rostro era de tristeza—; siempre hemos sido tan apegados y ahora…
—No exageres, Gerard. Lo que pasa es que Mickey estaba angustiado, y le pregunté que le sucedía, por eso me contó.
—Pues, sí, pero…
—¡Nada! Mickey te adora, y no ha cambiado su confianza hacia ti. Pero creo que deberías hablar con él.
—Dime una cosa, Ray. ¿Él te dijo de quien está enamorado?
—¿Qué? ¿A ti no te contó?
—No... ¿acaso tú sabes? ¡Habla, Ray! —Se exaltó una vez más.
—No creo que sea buena idea. Mejor, tú habla con él. Yo no me meteré en sus asuntos. Y ya me voy... estoy algo ocupado. —Se aleja lentamente.
—Ray, espera. ¡Ray!
—Bye!
Sin escuchar a su enojado amigo, Ray, partió a su casa. Por su parte, Gerard recordó que debía estudiar para esos exámenes, ya que si no los aprobaba debía sacrificar sus vacaciones de verano en cursos de cuatro horas diarias.
Llegó a su casa y no perdió tiempo, se fue a su alcoba y comenzó con su labor de estudio. En cierto momento se percato de que necesita un diccionario, pero había perdido el suyo, sólo le quedaba una opción: pedirle a Mickey el suyo.
Se levantó y se dirigió a su habitación.
—Mickey... —Abre la puerta sin tocar— ¿Qué... es esto? ¿Mickey... qué haces?
—¡¿Por qué no tocas la puerta, Gerard?!
—¡No me cambies de tema, Michael! ¿Quién es este chico? —Mira al rubio con extrañeza.
—Soy Bob Bryar —comenta con naturalidad—, amigo de Mickey. —Le tiende la mano.
—Los vi claramente a los dos. ¡Se estaban besando!
—¡Cálmate, Gerard! Si nos besamos es porque somos novios. —Mickey estaba tranquilo.
—¿Por qué no me contaste nada? —Gerard estaba exagerando—. Tenía que encontrármelos así para poder enterarme que mi hermano es una…
—Calma, Gee. Si no te conté fue porque últimamente te molestas por todo…
—Creo que será mejor que yo os deje solos para que hablen tranquilamente... —El chico rubio comprendió que su presencia era innecesaria y se marchó. Mickey cerró la puerta para que nadie interrumpiera.
—Como te decía, Gee, sé que últimamente estás estresado por tu situación, te he respetado y te he ofrecido mi ayuda.
—Lo sé, Mickey, pero eso no quiere decir que no puedas contarme las cosas. No quiero pensar que ya no me tienes confianza. Siempre hemos sido muy apegados y…
Abraza a su hermano:
—Y siempre lo seremos, Gee... Sólo quería que tuvieras un momento para ti, que vieras que cada uno tenemos una vida. Y si no te conté es porque tenía miedo de tu reacción. —Lo mira a los ojos—. Así es, soy gay, ¡y me enamoré de Bob! ¡Espero que no me desprecies por ser lo que soy! Perdóname, Gee...
—Hermanito tonto —sacude su cabello—, jamás podría despreciarte por algo así. Te quiero y siempre te aceptaré como eres, y también puedes confiar en mí. Siempre te apoyaré, Mickey. —Lo abraza fuertemente.
Así era como arreglaban sus diferencias, una simple conversación llena de entendimiento y más que eso: amor de hermanos.
El noviazgo había sido como un verdadero cuento de hadas los primeros seis meses, Gerard había entablado una buena amistad con su cuñado, al igual que Ray, y Gerard como siempre era feliz al ver la carita de su pequeño hermano radiante de gozo y felicidad.
Todo eso terminó al séptimo mes, el chico rubio fue visto por Gerard de la mano con otro muchacho, el cual para su ver no se le comparaba a Mickey.
—¡Maldito! ¡Sabía que no eras de confiar! Has estado engañando a mi hermano... ¡¿desde cuándo?! —Lo toma por la camisa antes de propiciarle una paliza.
—No es lo que piensas, Gerard. Él es… un amigo solamente...
—¡No mientas, Bob! Somos novios desde hace un mes... ¡Pero ya se termino! —El chico de tez blanca pálida, que lo acompañaba, huyó del lugar.
—¡Espera, Billie! —Bob trata de detenerlo.
—Quiero que te alejes de mi hermano para siempre... ¡Si te veo cerca de él te partiré la cara! —Lo suelta de la camisa y se marcha lentamente.
—Yo no… —comienza a llorar— quise hacerle esto a Mickey, pero él ha cambiado en este último mes. Yo lo amo, ¡y no quiero dejarlo! —Jala la chaqueta de Gerard—. ¡Golpéame si quieres, pero no me pidas que deje a Mickey!, por favor.
—Ya te he advertido. Aparte debes terminar con él. Si no se lo dices tú, entonces se lo diré yo. Tienes tres días.
Y se marcho sin escuchar ninguna explicación.
×Continuará×