Capítulo veintisiete.

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Pasaron algunos días y no tardé mucho en adaptarme nuevamente a estar con mi familia, tenía algunos días que no veía a Gerard ya que mis padres insistieron en que debíamos visitar a mi tía Marilyn. Pasamos toda una semana allá, en compañía de algunos primos, abuelos, tíos y por supuesto mis padres y hermana.

Ya estaba desesperado por no verlo, pero al parecer Dios se apiado de mí y nos regresamos el domingo por la tarde.

Esta mañana luego de recuperar el sueño, me alisté como un rayo y bajé a desayunar, en este día nadie me impediría ir a visitar a Gee; lo había extrañado a horrores y deseaba con toda el alma volver a verlo.

Terminé mi desayuno y tomé el auto de mamá, quien no se alarmó para nada y me comentó que tuviera cuidado, como siempre.

Conduje tranquilamente y después de unos minutos divisé la azulada casa de los padres de Gee, estacioné el auto a las afueras del hogar, me bajé y fui directamente a tocar la puerta.

Esperé algo impaciente ya que había tocado varias veces y nadie respondía.

  –Hola, Frank –me dijo Donna–, pasa por favor. Lamento haberte hecho esperar, es que estaba preparando el desayuno mientras escuchaba música. –Rió por lo bajo–. No escuché el timbre... Pasa, venga, no te quedes afuera. –Me dedica una sonrisa y me da espacio para que pueda entrar.

  –No se preocupe, Donna, ¿cómo ha estado? –dije mientras me sentaba en una silla del comedor, ella fue a la cocina.

  –Muy bien, todo ha ido de maravilla con Gerard. Te ha extrañado, no deja de hablar de ti todo el día. -Soltó una risa simpática, le afloraba la felicidad.

  –Yo también lo extrañé mucho... ¿Cree que pueda llevarlo de paseo? Iremos al mar, es que se lo prometí y...

  –No tienes que darme explicaciones, Frankie. Tú ya eres de la familia. Puedes llevarlo cuando quieras. Si quieres un consejo: llévalo al bosque, a la casita del árbol. No está muy lejos de aquí.

Tomó una fotografía que se encontraba en la barra de comida de aquella amplia cocina.

  –A Gerard y a Mikey les encantaba ir a esa casita. Donald se las construyó para que pudieran jugar, solíamos ser unos padres bastante protectores.

  –¿Por qué lo dice, Donna? -Miro la fotografía y no pude evitar sonreír, ambos eran muy tiernos, se abrazaban fraternalmente y sonreían, de fondo estaba la casa ubicada en un gran árbol.

  –No permitíamos a nuestros hijos salir a las calles... Eran épocas peligrosas, los veía encerrados todo el día aquí en casa o en el jardín, pero no afuera de ella. Muchos cadáveres encontrados en las calles, niños secuestrados. Ya sabes, ese tipo de cosas horribles que pasan a diario. No quería que les pasara algo a mis pequeños. Pero aún así creo que exageramos demasiado...

  –Mis padres eran igual, no me dejaban salir al parque ni a jugar a las calles. Tuve muchas mudanzas a lo largo de mi vida... Así que la entiendo, Donna. Parece una buena idea, lo llevaré a la casita del árbol. –Le sonreí y le dediqué una mirada llena de comprensión.

  –De acuerdo. –Continua preparando el desayuno. Olía delicioso–. ¿Te quedas a desayunar?

  –Ya desayuné, muchas gracias. –Pude observar cómo sirvió el desayuno–. No se preocupe, esperaré a que Gee termine el suyo...

  –Gerard ya desayunó. Donald es el que aún no se levanta. –Soltó una pequeña risa–. Gerard está en su habitación, dijo que se daría un baño y luego se pondría a pintar. Eh... –puso el plato en la mesa– probablemente ya haya terminado. Ve si gustas, estás en tu casa, Frankie.

Esquizofrenia // «Frerard».Donde viven las historias. Descúbrelo ahora