Varios días pasaron sin volver a ver al chico de los ojos tristes, el que por alguna extraña razón no salía de mis pensamientos, su inocencia, su ternura, su mirada no me dejaban en paz.
Pasaba diariamente por su casa, pero no me atrevía a llegar, ¿qué tal si él ya no me reconocía?, además, sólo lo había visto una vez y lo único que podía hacer era esperar a que el destino me permitiera verlo una vez más.
*
Una tarde me encontraba en casa, muy aburrido debo decir, sólo miraba la televisión mientras esperaba la comida de mi madre, que me encanta, y en ese momento mi hermana entró a mi habitación para darme un recado.
—¡Hola, Frankie! ¿Qué haces?
—Aquí, aburrido, viendo televisión. ¿Por qué?
—Es que me encontré con un viejo amigo tuyo. ¿Adivinas quién es?
—¿Con quién? Dime ya, hermanita. —No me gusta adivinar.
—Tsk. Arruinas toda la diversión. —Decidí mirarla hasta que mis ojos la consumieran por completo—. Está bien. Me encontré con Ray.
—¿Aún vive aquí? Creí que se había mudado a Texas. —Me emociono.
—Solo estuvieron allá tres meses y luego se regresaron.
—¡Woo hoo! Iré ahora mismo a verlo.
—Veo que te agrado el recado...
—¡Sí! Desde hace dos años no lo veo. ¡Gracias por el recado, hermanita!
—De nada. Ahora me voy a la casa de una amiga.
Al saber esto me di una ducha rápida y salí como rayo a casa de mi amigo Ray.
—Frank, ¿adónde vas? —Mi madre me detiene.
—Voy a visitar a Ray. Vuelvo en un rato, mamá.
—Pero, hijo, ¿en qué irás?
—Tomaré el autobús.
—¿Por qué no llevas mi automóvil?
—¿Me lo prestas? —Puse una sonrisa enorme.
—Claro. Sólo ten mucho cuidado, ¿sí? —Me da un beso en la mejilla
—Sí, mamá. Vuelvo más tarde.
Tomé las llaves y conduje hasta mi antiguo barrio, donde Ray y yo nos habíamos conocido. Al llegar, toqué la puerta y me abrió él.
—Hola, Ray...
—¡Hola, enano! Mírate, no has cambiado nada, sigues del mismo tamaño. —Rió ampliamente. Le gusta reírse de mi tamaño—. Que alegría verte. —Me dio un abrazo.
—Estoy muy bien. Ya veo que tu sigues con tu afro.
—Sí, amigo. Pasa, no te quedes afuera.
—Gracias. —Entré a su casa y me senté en el sofá.
—Hijo, se te olvidaba tu... —Me miró y sonrió—. Lo siento, no sabía que tenías una visita.
—Mamá, ¿qué ya no te acuerdas de Frank? Mi amigo de la infancia...
—¡Es cierto! ¡Mi niño, no te reconocí! Estás tan cambiado —me miró completamente—, bueno, creo que tu estatura sigue igual. —Ray murió de risa—. Me alegra mucho verte. —Me dio un abrazo.
—Igualmente, señora. La extrañé mucho.
—Lamento haber interrumpido, pero creí que ya te habías ido.