Conducía con cuidado en las oscuras calles de New Jersey, tratando de esquivar los autos que iban demasiado lento. Estaba preocupado y un tanto ansioso. No podía pensar que sería tan importante como para escuchar así a Ray.
Llegó en breve al bar indicado, estacionó el auto de su madre cerca del lugar y lo aseguró bien al bajar. Entró luego al establecimiento ruidoso colmado de música rock, sudor y alcohol; miró a su alrededor buscando con la mirada a su amigo hasta que lo visualizó sentado en una mesa de la esquina, alejado de todos. Estaba solo en lo que se refiere a personas, pero acompañado de una botella de Vodka.
Se sentó frente a él causando que su amigo de cabellos alborotados diera un brinco por verse invadido tan de pronto.
—Hola, Ray... ¿Cómo estás, amigo? —Lo miró tranquilo.
—Frankie, maldito, ¡me asustaste! —Ya se notaba ebrio—. Estoy bien, ¿y tú?
—También, Ray... Vine porque no te oías muy bien cuando llamaste... ¿En realidad estás bien...?
—Tienes razón, Frankie, ¡no estoy bien! Te lo contaré más tarde... Te mentí, amigo, no fui completamente... honesto contigo.
—¿De qué rayos hablas, Ray? Eres mi mejor amigo, tú...
—Ten, Frank —lo interrumpió—. La noche es joven. —Le pasa la botella para luego servirse él mismo.
—Gracias, amigo. —Lo bebió de un solo trago.
Continuaron bebiendo hasta que la incomodidad se disipó, Frank se olvido por un momento del asunto que lo había llevado a ese lugar. Ambos ya estaban totalmente ebrios y se tambaleaban cuando debían ir al baño para evitar que sus vejigas explotaran, causando en los presentes un espectáculo cómico.
—Te quiero, amigo, tú eres como mi hermano, Frankie —comenzó hablando Ray—, pero después de que te cuente mi secreto ya no creo que quieras seguir siéndolo.
—¿Por qué coña dices eso, Ray? Nos conocemos desde niños y también eres mi mejor amigo, eso no cambiara nunca. —Tomó su hombro y lo estrujó amistosamente—. Nada podrá cambiar eso...
—¿Lo prometes, Frankie?
—Lo prometo, Ray...
No fui sincero con él cuando acepté cuidar a Gerard —pensó Ray—, sabiendo estos sentimientos...
—Buenos días, jóvenes. Hoy empieza para ustedes un nuevo camino para llegar al arte. Sé que todos los que están aquí, tienen un talento singular que desean explotar al máximo, así que, bienvenidos alumnos...
—Lo siento, profesora... ¿Me permite pasar? —interrumpió su charla de bienvenida un chico pelinegro; apareció de pronto en el marco de la puerta, estaba agitado.
—Ya es muy tarde, joven. No habla bien de usted que llegue tarde en su primer día de clases, espero que tenga una muy buena excusa... pase y tome asiento rápido, y... —hizo una pausa deteniendo al joven a medio salón, frente a todos— que le quede claro que es la primera y última vez que le permitiré entrar.
—Sí, profesora. —Agachó la cabeza por un momento, apenado, luego buscó un lugar vacío con sus ojos oliva.
—Antes de que se disponga a tomar asiento deberá presentarse primero ante la clase. —Le dedicó una sonrisa malévola.
—Ajá... claro. Buenos días a todos —comentó sumamente, nervioso, ya que sus compañeros lo miraban fijamente—. Mi nombre es Gerard Way...