Capítulo 1.

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Alice;

Respondí a la última maldita pregunta del examen y aunque no estaba segura de lo que había escrito me dispuse a entregar esos papeles que llené de garabatos sin sentido. Después de levantarme y sentir varias miradas sobre mi esbelto cuerpo, dejé los folios sobre la mesa de la profesora que no dudó en mirarme por encima de sus gafas de pasta.

—Espero que le haya salido bien el examen, señorita Evans —me deseó, casi a modo de advertencia.

Yo junté mis labios y esbocé una tímida sonrisa. Qué pena, menuda decepción se iba a llevar en cuanto leyera mi mala letra y las cosas sin sentido que había plasmado solo para rellenar espacios en blanco. Menos mal que esto solo era un test inicial de curso y no me importaba nada.

Me di media vuelta y eché mi melena rubia hacia atrás. Mi pelo era liso y caía perfectamente en forma de V por el largo de mi espalda hasta mis caderas. Caminé decidida para regresar a mi sitio y observé las cabezas agachadas de los estudiantes clavando sus ojos en el examen. Unos movían sin parar sus muñecas dejando toda la tinta del bolígrafo en el papel mientras que otros estaban pensativos y no sabían qué mierdas poner. Yo me identificaba con los últimos, formaba parte del clan de los que íbamos perdidos y lo echábamos todo a suerte.

Sí, sé que estaba mal pensarlo pero deseé con todas mis fuerzas que a todos nos hubiera salido de pena y yo no fuera la única suspendida. No me gustaba perder ni ser la peor en algo y si metía la pata quería que el resto cayeran al hoyo conmigo. Quizás por eso solían llamarme egoísta, pero me daba igual. Era así y, al menos, me atrevía a admitirlo.

Mientras pensaba todas esas maldades que recorrían mi mente a velocidad de la luz, mis pies chocaron contra algo y perdí el equilibrio. Todo mi cuerpo se desestabilizó e hice unos cuantos aspavientos rápidos con mis brazos para no caer de bruces contra el suelo. Por suerte, mis manos consiguieron aferrarse a un pupitre y solo unos cuantos alumnos se dieron cuenta de mi torpeza.

Entonces miré hacia abajo y caí en la cuenta de qué era lo que casi consiguió mandar mi reputación a la otra punta del país.

—Eh, tú —me dirigí con desprecio al chico nuevo que estuvo a punto de dejarme en ridículo—. ¿No sabes que las mochilas no se dejan por donde pasa la gente?

Aparté el trozo de tela sucio con mis pies y él alzó su cabeza para mirarme. Aquella era la primera vez que le miraba directamente a los ojos, los tenía de un color marrón claro que me sorprendió por completo.

—Quizás deberías ir con más cuidado la próxima vez —comentó él, en voz baja para no molestar al resto.

¿De verdad se atrevía a darme lecciones? Sin duda no era consciente de lo que estaba haciendo. Acababa de tener la suerte de dirigirse a la chica más popular de Rutgers, a mí.

Él, en cambio, era un pringado que pasaba desapercibido porque hacía poco que había entrado a la universidad y todavía no se había ganado tener un nombre; únicamente lo reconocía porque alguna que otra vez lo había visto jugando al fútbol con Jack, mi novio. Por supuesto, en equipos contrarios. Eso era lo único que sabía de él, que era un novato y por eso mismo debía dejarle las cosas claras.

—Perdona, pero el único que tiene que ir con cuidado eres tú —me incliné sobre su pupitre y me acerqué amenazante a él.

—¿Te das cuenta de que estamos en medio de un examen? —sus cejas se curvaron, pero mi vista fue a parar a su boca.

—Sí, por eso mismo me acerco, para que me oigas mejor —me excusé. Algo en sus labios me llamó la atención. Eran carnosos y se movían en perfecta sintonía—. No pienses que es por otra cosa.

Nunca te busqué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora