Capítulo 32.

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Luke;

Odiaba esos arrebatos de Alice. A veces se comportaba como una niña pequeña insoportable que tiene rabietas si no consigue lo que quiere. Bien. Eso acababa de pasar. Se había bajado del coche aprovechando que estaba parado para huir de mí. Estaba loca.

¿Qué se suponía que debía hacer yo ahora? Me dolía la garganta de gritar su nombre, y era un estúpido por haberlo hecho sabiendo que no me iba a hacer caso. El esfuerzo iba a ser en vano, lo tenía claro. Conocía muy bien su forma de ser, cuando algo se le metía en la cabeza el resto del mundo estaba perdido. Iba a ignorarme hasta que se le pasara el enfado. Joder, qué rabia. Al fin y al cabo todo había sido por una tontería.

Simplemente le había preguntado si había visto el montón de cartas de mi habitación. No era nada raro ya que saltaba a la vista, era imposible no hacerlo. Por eso no dejaba entrar a nadie a mi habitación, porque detestaba que me entraran las dudas. Y no es que dudara de ella, es que era la única opción posible.

Tenía tanto miedo de que se fuera de mi lado que había intentado ocultar todo aquello lo máximo posible. Alice no era de meterse en problemas, y mi yo del pasado solo los provocaba. ¿Podría llegar a quererme así? Intentaba mejorar día a día, ser una persona diferente y con cabeza. Ahora lo era, estaba seguro. Mis únicas preocupaciones eran pagar el alquiler y todos mis gastos, junto con conseguir que Alice no se cansara de mí.

Continuaba conduciendo, pese a que mi mente estaba en otro lugar. No podía llegar al apartamento y meterme en la cama con la cabeza llena de pensamientos que me iban a matar. Necesitaba solucionar las cosas con ella, hablar con calma y hacerle entrar en razón. Tenía que saber que esas cosas no estaban bien, que no se podía largar sin más y dejarme tirado por mucho que fuera de arrebatos. Yo también era impulsivo, pero nunca con ella haría algo así.

Subí el volumen de la canción que sonaba en la radio y traté de recordar la ubicación donde horas atrás la había recogido. Esta noche la pasaría en casa de su padre, que vivía en un bloque nuevo de viviendas que dejaba la boca abierta solo con verlo. Estaba seguro de que iba a estar allí, de que ese sería su refugio pese a que no pasaba un buen momento con su padre. Me había comentado por encima el caos que había en su familia y ella estaba bastante afectada, pero intentaba llevarlo lo mejor posible.

Abandoné la avenida por la que estaba circulando y me metí por una calle que era más estrecha. Si mi sentido de la orientación no me fallaba, la casa de su padre no estaba muy lejos...

Tentando a la suerte conseguí llegar. Tras dar un par de vueltas encontré un sitio donde dejar el coche. Aparqué, solté un suspiro, y disfruté del silencio que invadía aquel espacio. Para hablar con Alice tenía que meditar muy bien mis palabras si no quería que le sentaran mal.

¿Qué iba a decirle? ¿Que cuidara su cabezonería? Tenía que ser un poco más sensible y tener tacto, pero es que cuando Alice Evans se ponía de esa manera... costaba mucho mantener las formas.

Cogí el móvil y antes de llamarla me lo pensé dos veces.  Necesitaba relajarme lo suficiente como para no estallar y provocar la guerra de la nada. Si eso sucedía, iban a estallar bombas sin parar y terminaríamos igual de perjudicados los dos.

Me recosté en el asiento y fijé mi vista en la pantalla de mi móvil mientras lo sujetaba con las dos manos. Me dirigí la galería y me fijé en las fotos que le había hecho antes, en la pista de hielo. Alice aparecía sonriendo, como si fuera la más feliz, con sus brazos extendidos y patinando cual profesional. Su belleza me dejaba asombrado, nunca podría dejar de sorprenderme. Parecía que no era de este mundo y que yo no me iba a acostumbrar a esos ojos azules que tanto me cautivaban.

Nunca te busqué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora