Capítulo 30.

245 28 52
                                    

Luke;

Un nuevo día empezaba y no podía deshacerme del conjunto de sensaciones extrañas que apretaban mi pecho. Me había despertado algo cansado, como si un camión me hubiera pasado por encima. Pero no era solo eso, lo sabía bien. Era una cuestión mental, un cúmulo de cosas que cuando se apoderan de tu cabeza no puedes sacarlas de allí.

Salí de la ducha siendo un hombre nuevo —o eso quise creer—, con el cuerpo empapado de agua y todavía somnoliento. El día anterior me había acostado tarde hablando con Alice hasta altas horas de la madrugada. Con ella el tiempo pasaba demasiado deprisa, era increíble cómo depende de con quién lo compartas las horas son segundos o los segundos son horas.

Envolví una toalla en mi cintura y me sequé el resto del cuerpo por encima. Con cuidado y descalzo caminé hasta el salón, donde decidí sentarme en el sofá para perder un poco el tiempo. No quería darle importancia al día de mañana, pero en realidad la tenía. Y mucho. Era Navidad. Joder. La maldita Navidad que siempre me había ilusionado desde niño, pero que ahora no tenía sentido alguno sin ellos. Iban a ser las primeras sin mis padres, sin mi familia. ¿Me echarían de menos? ¿Se acordarían de mí? Había sido un imbécil por irme de su lado y me daba cuenta ahora, cuando ya era tarde.

Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos, apreciando el silencio que envolvía al salón. Hoy tenía más presencia que nunca, como si se hubiera multiplicado y fuera ruido. Y es que Charles no estaba aquí, se había ido hacía un par de horas a comer con sus padres y tíos. Había insistido en que me fuera con ellos también, pero me había negado rotundamente. Lo mismo había ocurrido con mi hermana, Abby no paraba de llamarme para decir que intentara hablar con mis padres, que ellos estarían dispuestos a que las cosas se calmaran entre nosotros... pero no me veía capaz. Prefería la soledad, reflexionar y ver qué estaba mal en mi vida. Aunque no hacía falta pensar mucho para saberlo, todo estaba mal menos Alice.

No era del todo consciente de que iba a pasar unas fechas tan señaladas solo, sin nadie a mi alrededor. Abby estaba dispuesta a venir al apartamento para hacerme compañía, pero si se le ocurría hacerlo de verdad no le iba a abrir la puerta. Ella merecía recibir ese amor y cariño de nuestra familia, aunque ya ni la sentía como la mía. Estaban tan lejos...

Desde que Alice y yo la habíamos acompañado a casa en mi mente no dejaban de reproducirse cientos de recuerdos. Había estado a escasos metros de donde me había criado, de las paredes que encerraban todos mis sueños y mis miedos, que desde pequeño se habían convertido en parte de mí.

Grababa en mi memoria el día que se cayó mi primer diente, cuando mi madre y mi padre me explicaron que ya me estaba haciendo mayor y que me saldría otro para cubrir ese hueco. O cuando monté en bici por primera vez, tuvieron que tener mucha paciencia conmigo para enseñarme porque siempre me caía y mis rodillas se llenaban de heridas. O cuando decoramos la habitación de Abby, porque en poco tiempo llegaría y tendría una nueva hermana. Cuando nació, sus mejillas eran tan rosas que no parecía de este mundo. Era adorable, aunque cuando lloraba sus gritos se me clavaban en la cabeza y me hacían odiarla a ratos, pero luego me asomaba a la cuna para ver su carita redonda y se me pasaba.

¿Por qué había echado todo a perder? Yo lo había arruinado todo, era el culpable. No debía sentir pena por mí mismo, pero la sentía. ¿A qué venían todas estas lamentaciones? ¿Estaba cambiando algo en mí? No entendía nada, solo quería rebobinar y borrar aquella maldita noche. Y todo lo que la precedía también.

Me puse en pie, algo nervioso sin entender muy bien por qué, y caminé hasta la cocina para coger una lata de cerveza del frigorífico. La abrí y la llevé a mis labios antes de notar el amargo sabor resbalando por mi garganta.

Nunca te busqué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora