Capítulo 2.

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Luke;

Detestaba tener a la pija de Alice Evans detrás mía todo el camino en el autobús. Estaba deseando llegar a casa y perderla de vista. No es que la conociera pero los comentarios que había escuchado acerca de ella me eran suficientes. Trataba mal a la gente, miraba a todo el mundo por encima del hombro y se creía la reina de la universidad.

Yo, por el contrario, era el tío más tranquilo del mundo. Había tenido un pasado algo conflictivo y no me quedó más remedio que aprender de él. Así que ahora pasaba de movidas, estaba centrado en mi carrera por fin después de tener que repetir tres cursos. Por ese motivo había decidido cambiarme a Rutgers, tenía una muy buena reputación y así empezaba de cero. Eso estaba tratando de hacer, alejarme de los problemas que me ahogaron los años anteriores y fijarme nuevas metas.

—Por curiosidad, ¿qué estudias? —su voz sonó por encima de la música que estaba escuchando.

Me quité el auricular derecho, dejando que cayera por mi hombro, y me giré para ver cómo Alice Evans se sentaba a mi lado.

—¿Acaso te importa? —le pregunté, arrugando mi frente.

Quizás lo que en ese preciso momento estaba pensando es que era un borde de mierda, pero no me nacía ser de otra manera con ella. Sabía que no era de fiar y que lo más probable quisiera conocer algo de mí para después usarlo en mi contra.

—Estoy bastante aburrida y necesito que alguien me dé algo de conversación —se excusó, juntando sus largas piernas y colocando una por encima de la otra.

—Pues no cuentes conmigo —dije cogiendo mi auricular para volver a colocarlo en mi oreja, pero ella me detuvo.

Tomó mi mano y sentí su suave tacto sobre mi piel. Quise decirle algo, preguntarle qué mierdas hacía, quién se creía para tomarse esa confianza conmigo; sin embargo me quedé callado y le miré a los ojos. Los tenía azules, eran de un color intenso similar al cielo. Sus cejas perfectamente curvadas y sus largas pestañas le daban más profundidad a su mirada, que parecía haberme atrapado por un momento.

—¿Qué haces? —reaccioné finalmente, apartando su mano aunque no de una manera brusca.

—Oye, venga, no te enfades —curvó sus labios hacia abajo. Los tenía carnosos y ligeramente pintados de un color suave. Se veían naturales.

—No me enfado —recalqué, cortante.

—Está bien —cogió aire—. En realidad quería ser simpática porque me interesa saber algo.

—¿Qué quieres? —le pregunté directamente.

—¿Tú juegas al fútbol? ¿Te gusta? —me miró con atención.

—Sí, claro.

—¿Y sabes algo sobre el partido de hoy? —me cortó—. Es decir —intentó explicarse, lamiendo sus labios. Mierda, así uno no podía concentrarse—, ¿sabes si se ha jugado?

—No, lo han cancelado —respondí, diciéndole la verdad—. Esta mañana había un cartel colgado en el tablón de anuncios.

—Joder —refunfuñó.

—¿Qué pasa? —ni siquiera sé por qué me interesé.

—Mierda... —volvió a maldecir entre dientes, dejándome algo descolocado.

En menos de cuatro segundos ya había soltado dos tacos.

—¿Qué pasa? —pregunté de nuevo.

—Que amiga Stephany ha dicho lo mismo —pasó una mano por su cara, parecía preocupada—. Ese partido debería haberse jugado.

—No sabía que te gustaba tanto el fútbol —hice una mueca mientras apreciaba su perfil. Su nariz estaba perfectamente esculpida y sus mejillas resaltaban al verse algo redondas, pero mantenían una forma bonita.

Nunca te busqué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora