Capítulo 29.

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Alice;

Me desperté con un insoportable dolor de cabeza y me odié por haber bebido tanto la noche anterior. Sentí una pesadez enorme en mi frente y pese a tener los ojos cerrados noté cómo todo daba vueltas a mi alrededor. La oscuridad que me envolvía se convertía en un tormento. Estaba en una especie de nave que se movía de un lado a otro y revolvía mi estómago.

Joder, era horrible.

Me di la vuelta y pegué mi mejilla derecha contra la almohada, queriendo retomar el sueño para no encontrarme tan mal. Solo deseaba dormir para que desapareciera la angustiosa sensación de estar entre medio borracha y con la resaca preparada para arruinarte el día, como si fuera tu mayor enemiga.

Me quedé inmóvil, con las piernas encogidas y mis brazos abrazando mi cuerpo intentando descansar; pero tras varios intentos me di cuenta de que había fallado y no había manera.

Lanzando un suspiro cargado de frustración, me coloqué boca arriba y abrí mis ojos pese al cansancio acumulado. Al despegar mis párpados, centré mi vista en el techo y al cabo de unos segundos caí en que aquel no era el techo de mi habitación.

Me sobresalté de inmediato y entonces mi privilegiada memoria me llevó directa a la noche anterior. Con el corazón en un puño, volví a girarme hacia el otro lado de la cama y vi el cuerpo de Luke a espaldas del mío. Oh dios mío, ¿qué estábamos haciendo los dos aquí? ¿Por qué me había quedado a dormir? ¿Cómo habíamos terminado en la misma cama?

Todas las alarmas me asaltaron y tuve miedo por un momento. Miedo porque lo último que recordaba con perfecta claridad era haberle rogado que me hiciera el amor. ¡Por favor, Alice! ¡Qué descarada! Me moría por sus huesos, pero ser tan poco discreta no iba conmigo e incluso me daba vergüenza y reparo. Claro estaba que con alcohol en mis venas eso me dio bastante igual.

¿Lo habríamos hecho al final?

Bajé la vista por mi cuerpo y descubrí que estaba envuelta en una camiseta ancha y grande. Madre mía. Seguro que era de él. Cogí la tela de la altura del cuello y la llevé a mi nariz para absorber su olor. Confirmado. Olía a su fragancia, a él, a todo lo que me encantaba.

Me quedé un rato aspirando la tela como si fuera mi maldita droga y hasta que mis orificios nasales no se cansaron un poco no la solté. ¿Cómo había llegado a ponérmela? Llevaba mi ropa interior, cosa que me calmaba en cierta manera. Sujetador y braguitas, perfecto. Al menos iba conjuntada.

Me recosté y me coloqué de otra manera, adoptando otra postura. Mi espalda estaba rígida y necesitaba un poco de calma. Quería descansar, no sabía ni qué hora era, pero la odiosa sensación del alcohol seguía presente en todo mi cuerpo y necesitaba deshacerme de ella.

Me acurruqué, cerrando los ojos, y comencé a pensar. Poco a poco fue llegando información a mi cabeza en forma de flashback y me perdí allí, en el rincón de mi mente que reproducía lo sucedido horas atrás.

Mis piernas envolvían su cintura y notaba la presión que ejercía su erección sobre la tela de mi pantalón. Deseaba por fin romper la distancia y todo lo que hubiera de por medio, porque con cada roce mi paciencia cada vez disminuía convirtiéndose en pedacitos de nada.

—¿Estás dispuesto a hacerme el amor? —le pregunté, más a modo de afirmación que de sugerencia.

Me moría de ganas por terminar piel contra piel y sabía que él también. ¿Cómo si no iba a estar tan duro? Poco más y su cremallera explotaba en mil pedazos.

—Alice... —susurró contra mi boca, mientras me encargué de besarlo con fuerza.

Me hice con sus labios y los lamí con todas mis ganas, succionándolos hasta que se quedaron más rojos de lo habitual. Me encantaban, me perdían, me todo. Eran tan carnosos que era imposible no besuquearlos hasta desgastarlos.

Nunca te busqué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora