Capítulo 17.

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Alice;

Me desperté con el corazón latiendo a toda velocidad y con la respiración agitada. Inmediatamente llevé una mano a mi pecho y noté cómo golpeaba fuertemente allí. Había tenido una pesadilla, otra más para la colección.

Cerré mis ojos y lancé un suspiro antes de revolverme entre las sábanas que apretaban mi cuerpo semidesnudo. Me sentía aprisionada, rodeada de cosas que me asfixiaban. De golpe, noté como si algo estuviera apretándome el cuello y quise pegar un grito tan alto capaz de romper hasta el último cristal de la casa.

Maldita sea. No aguantaba esta situación, no podía más. Hasta Jack y Luke se mezclaban en mis sueños. ¿Qué debía hacer? Estaba claro que hiciese lo que hiciese alguien iba a salir perdiendo.

Aparté las sábanas de mi cuerpo y me quedé tumbada hacia arriba, vestida únicamente con mi ropa interior, contemplando el techo blanco. Ojalá todo fuera tan fácil de elegir y no existieran los grises ni las cosas a medias.

Futuro o pasado. Había llegado a ese punto en el que no daba para más, no podía dividirme entre dos personas porque acabaría perdiéndome a mí misma y eso era lo peor que me podría pasar. ¿Hacia dónde quería mirar? Podía quedarme en el pasado, con Jack, con lo que ya conocía; no éramos la relación perfecta si se analizaba todo con detenimiento, pero sí lo éramos de cara a la gente.

O podía avanzar, atreverme, ver más allá; hacia un futuro incierto y lleno de cosas nuevas. Podía equivocarme, sí, pero también podía descubrir algo magnífico. Y yo nunca había sido de quedarme quieta.

Luke me hacía sentir cosas nuevas, aunque no sabía hasta qué punto estaba él dispuesto conmigo. No habíamos hablado de eso, por supuesto, yo era una chica todavía con pareja... pero algo me decía que no era alguien de meterse en la vida de una persona y abandonarla al día después. Él era atento y sabía cómo tratarme. Me hacía sentir especial... sí, y algo así.

Las dudas comenzaron a matarme poco a poco y me odié, me odié por el desastre que era y el que iba a causar.

—¿Puedo pasar? —unos toques en la puerta siguieron a la pregunta de mi madre.

Pasé una mano por mi cara, todavía adormilada, y entonces me di cuenta de que mi despertador estaba sonando.

—S-sí —alargué mi brazo para alcanzar mi móvil y acabar con el maldito sonido—. Pasa.

A veces se nos olvida que hay alguien peor que nosotros, que hay gente que sufre en silencio. Eso fue lo que pensé cuando vi las ojeras de mi madre y su mal aspecto. Estaba pálida, más delgada de lo habitual y caminaba perdida como si no tuviera donde ir.

—¿No vas a ir a clase? —dejó el café que sujetaba en su mano sobre la mesita de noche y se sentó en una esquina de la cama, justo al lado de mis piernas—. Creo que se te va a hacer tarde.

—Preferiría quedarme en la cama, pero no me queda otro remedio —me quejé, abrazándome a la almohada.

—Sin duda, has salido a mí —se atrevió a bromear.

—¿Tú no vas a trabajar? —me interesé yo esta vez.

Mi madre trabajaba para ella misma, es decir, tenía su propio estudio de moda. Se me hacía raro no verla con su cinta de costurera colgando del cuello.

—Hoy no me encuentro demasiado bien —se excusó, encogiéndose levemente de hombros.

—Tienes suerte de ser tu propia jefa —sonreí, tratando de quitarle importancia al asunto.

Notaba cómo mi madre estaba mal y eso me partía el corazón. No merecía estar así, siempre había sido alguien muy alegre y elegante. Sin duda, nos parecíamos muchísimo y por eso mismo me preocupé tanto. Esta era la primera vez que le había mirado a los ojos y no me había visto en ellos. No la reconocía, no me reconocía.

Nunca te busqué.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora