Rutina.

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Capítulo 36
Completo silencio. Días, llevábamos días en silencio. Las tardes pasaban lentas, y las mañanas peor. Harry se iba a trabajar, yo me quedaba estudiando en línea, después no tenía nada que hacer, y para en la noche que llegaba Harold, se encerraba en su despacho o cuarto y de ahí no salía hasta el día siguiente. Y la rutina se repetía. Me estaba volviendo loca, claro que había salido un par de veces con Liang-Xen, pero él tenía una vida y un trabajo, tampoco podía estar diario con él ni con su hermana, y aparte de ellos no conocía a nadie en lo absoluto.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en largos meses. Los fines de semana Harold hacia una maleta y se iba manejando a algún lugar, nunca me avisaba a donde, ni que ya se iba, solo escuchaba la puerta y el motor del auto. Nunca pensé que estar sin él me volvería completamente loca. El problema es que no conozco a nadie, y tampoco hay muchas cosas que pueda hacer, o que pueda hacer que no haya hecho ya con él. O que no requieran dinero, no quiero pedirle nada. Como extrañaba a Harold, me desesperaba ser tan orgullosa de no pedirle perdón y arreglar las cosas, pero él tenía la culpa de todo, fue su culpa que esto pasara, y por más que lo ame no puedo estar con él, no puedo perdonarle lo que le hizo a mi hermano. Tengo que aguantar un año siete meses más sin él, por más difícil que suene, tengo que dejar de pensar en Harold.
NARRA HARRY
Me estaba volviendo loco no hablarle. Hacía meses que le dirigí la última palabra, y fue para terminar una pelea. Odio lo que hice, odio haber arruinado la oportunidad de estar con mi pequeña, odio infinitamente estar tan cerca de ella pero a la vez no poder hablarle, y estar más lejos que nunca. Sé que nunca me perdonara por haber puesto en peligro la vida de Niall, pero jamás fue mi intención hacerle daño, a nadie, solo la quería a ella, ceca de mí, y esa fue la única manera que encontré.
-¡Eres un idiota Harry, lo arruinaste todo! -Grite mientras conducía a toda velocidad por la carretera.
Esa era la única manera que encontré para poder resistir y cumplir con la promesa que le hice, alejarme. Si no, estaría abrazándola, rogándole porque me perdonara, cosa que seguramente es imposible ahora. Camille me odia, no hay nada que pueda hacer para arreglar mi error.
Frene en seco, y pensé en la única manera que tenía de hablarle sin romper la promesa. Era una idea tonta, pero con tal de verla, y cruzar unas palabras con ella, haría lo que fuera. Le di la vuelta al carro, y pisando hasta el fondo el acelerador, conduje de vuelta a la ciudad. Claro, no sin antes hacer una llamada.
-Lucie necesito que me ayudes en algo -espere la respuesta y continúe hablando-. Organiza una fiesta para esta noche, lo más rápido que puedas, envía invitaciones a todos los clientes, amigos y conocidos de la empresa.
-¿Cómo quiere que sea la fiesta? ¿Algún tema en especial?
-Haz la fiesta romántica, luces tenues, música lenta y comida británica. Haz que se sirva vino blanco y malteada de chocolate con avellana. Por favor envía una invitación a mi casa lo más pronto posible.
-¿Presupuesto?
-Ilimitado. Lucie haz lo posible porque sea un sueño la fiesta.
Colgué, y desesperado maneje más rápido, maldiciendo por no poder ir aún más. Después de dos horas, llegue finalmente al centro de Shanghái deje el auto en el centro comercial y me baje a ver vestidos de noche. No fue fácil encontrar el vestido perfecto, pero una vez que lo vi, pedí la talla de mi esposa y lo compre. También compre otros dos de su estilo, para que no se sintiera presionada a usar lo que le estaba dando.

No pude -mientras caminaba por la plaza- imaginar a mi esposa en aquellos vestidos, es decir, de por si era bonita, con ellos se veria reluciente. Sería un gran esfuerzo de mi parte no verla toda la noche. Tal vez si me pregunta podré decir que es parte de la actuación, porque ya lo decidí, aunque lo note, no pienso dejarla de ver esta noche, aprovechare la oportunidad para intentar deshacer el hielo que hay entre nosotros.
En la joyería le compre una pulsera plateada a la cual pedí que le colgaran dos letras. C H. Podía pensar lo que quisiera, Camille Horan o Camille y Harold, eso dependía de ella. Me compre tres corbatas -que combinaban con los tres vestidos que le lleve-, y maneje de regreso a la casa.
Al estacionar el auto, me encontré a un repartidor de pizzas en la entrada -supuse que eso iba a comer Cam-, así que no deje que tocara el timbre y le pagué. Cheque el buzón -en busca de la invitación-, y en efecto estaba ya ahí. Lucie definitivamente merecía un aumento. Baje del auto lo que había comprado, sujete la pizza en una mano, y guarde la invitación en mi saco. Como no podía abrir la puerta con las llaves, toque el timbre con la nariz -gracias al cielo que nadie me vio hacer eso-.
-Un momento -la escuche gritar. Me puse nervioso, no sabía que decir, solo sabía que tenía que continuar serio como antes, es decir, es lo que Camille quiere ¿cierto?
Abrió la puerta con tres billetes en mano, y al verme sonrio -o eso creí-, porque al instante sacudió la cabeza y se hizo a un lado para que pasara.
-Creo que ordenaste esto -dije poniendo la caja de pizza en la encimera.
-Gracias. No sabía que vendrías a comer.
-Yo tampoco -admití y me le quede viendo.
Era hermosa, la mujer perfecta. No sé cómo pude ser tan tonto de arruinar lo que teníamos.
-¿Te ayudo con esas bolsas? -Pregunto nerviosa. Al parecer no era el único.
-Son tuyas -se las di con cuidado de lo tocarla por mucho tiempo. Claro que nos quedamos dándonos la mano mientras nos veíamos a los ojos, fue algo muy extraño-. Todas menos la gris, esa es mía.
-¿Qué es esto?
-Hay una cena en la noche de la empresa, puedes usar el que quieras -fue lo único que se me ocurrió decir.
-Okey, gracias -nos quedamos en silencio, un silencio bastante incómodo. Y tras unos segundos ella habló-. ¿Quieres pizza? No hay problema si tienes planes, solo quería saber si querías una rebanada, o tal vez no, da igual, como quieras.
-Me encantaría.

-Bien.
Intente no sonreír, pero cuando ella lo hizo, lance una media sonrisa. Sacó dos platos de la cocina, condimentos, y yo lleve la pizza a la sala. Sé cuánto le gusta comer en los sillones. Me pasó un plato, y yo deje la caja en la mesa de cristal. Comimos en silencio, intercambiando algunas discretas miradas, y al terminar, recogimos las cosas, y regresamos a la rutina.

Durmiendo con el Enemigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora