Despedidas dolorosas.

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Capítulo 40

No pasamos por aduana, ni ninguna de esas cosas que quitan tiempo en los aeropuertos, lo único que hicimos fue recoger las maletas y quedarnos frente a la camioneta negra parados como dos niños regañados. Decidí seguir con la misión de verlo todo el tiempo que pudiera, admirando su nariz perfilada, sus grandes manos, su nulo trasero, esos rizos que tanto me fascinaban… Y los ojos verdes de los que me había enamorado.

Hacía calor, extrañaba el calor de Malibú. Suspiré y tome la iniciativa –no podía verlo eternamente por más que quisiera-, metiendo mi maleta en la cajuela, al menos tendría que llevarme de esa forma a mi casa ¿no? El rizado reaccionó y al igual que yo guardo su equipaje en la parte trasera, y luego de abrirme la puerta, nos subimos en la camioneta y esperamos que el chofer nos llevara a donde fuese que mi esposo le hubiera indicado.

-¿Tienes hambre? –Preguntó, supongo que rogando porque la respuesta fuera afirmativa. Estaba ansiosa por decirle que sí, que moría de ganas por una hamburguesa con él, como ese día después de la gala. Pero por alguna incomprensible razón, me negué.

-No –fue lo único que pude decir antes de estar profundamente arrepentida.

-Okey, iremos al despacho y de ahí te llevare a tu casa –se quedó pensativo. Claro, yo no tenía casa, estaba viviendo con Louis-. Te llevare con tu novio.

Fue como una puñalada escuchar eso de su boca, con palabras roncas y rasposas. Todo el camino estuve viendo a la ventana, recordando la primera vez que estuve ahí, y la última vez también. Por el tráfico y la distancia, llegamos cuarenta minutos después a la ya conocida empresa de mi –ya no por mucho tiempo- marido. Bajamos las cosas y entramos a paso lento, como si el caminar como tortugas impidiera lo que iba a suceder a continuación.

En el elevador, no nos pudimos mirar. Estábamos en los extremos, él jugando con sus manos, y yo ocupada inspeccionando el borde de mi suéter azul pálido. Finalmente llegamos al piso, y entramos a su despacho. Ahí estaba una pila de papeles encima del escritorio de Harry, listos para ser firmados. Seguramente uno anularía nuestro matrimonio, y el otro sería algo de confidencialidad o algo así.

-El contrato declara que la empresa vuelve a ser tuya. En realidad nunca fue mía por completo, en la cláusula decía que después de tres años regresaría a tu poder –abrí tanto la boca que Harold estuvo a punto de reír o llorar, no estuve segura-. Es todo Camille.

-¿Y qué hay de nuestro matrimonio? –Pregunté dudosa.

-No estuvimos realmente casados. Jamás te hubiera obligado en verdad a hacerlo.

-Pero ¿el contrato…?

-Falso Cam, jamás pediste a tu abogado que lo analizara. Nunca estuvimos legalmente casados, digamos que no quise que tu primer matrimonio fuera forzado… Siempre has sido libre Camille Horan.

Necesité agarrarme del sillón para no caerme. No pude creer que simplemente me haya dado el dinero y cedido la empresa sin haber estado casados legalmente, jamás revise un maldito documento.

Rompió en dos, luego en tres, y luego en muchos pedacitos el “contrato de matrimonio”.

-Ahora si Camille, te has librado oficialmente de mí.

-Harry… Gracias por todo lo que has hecho por mí.

Ninguno de los dos supo cómo pedir lo que quería. Él que yo no me fuera, y yo, que me pidiera quedarme. Me levanté del sillón con dificultad y jale el mango de la maleta, estaba lista para irme. Quise despedirme de Harold, pero a medio camino me regresé, y él lo notó. Era demasiado doloroso, no podía hacerlo.

-Supongo que esto es un adiós –sonreí débilmente y contuve las ganas de llorar-. Tal vez podamos ser socios, algún día.

-Tal vez Cam –me vio con la cabeza ladeada y también esbozó una falsa sonrisa-. Se feliz.

Camine hasta la puerta decidida, y la abrí, no sin antes escuchar como desde el interior, Harry murmuraba:

—Hay personas que se aman, pero que simplemente no están destinadas a estar juntas.

Cerré la puerta y no contuve más las lágrimas. Desde el elevador hasta la puerta del gran edificio, sentí el camino que recorrían las gotitas calientes por mis mejillas. No me molesté en avisarle a nadie que había llegado, ni en tomar un taxi, quería caminar y alejarme lo más pronto posible de todo lo que me conectara a Harold Styles.

Durante horas camine por las calurosas calles de Malibú, hasta llegar al departamento de Louis. ¿Estaba preparada para subir? Sin pensarlo más, cargué mis maletas –pesadas por todos los regalos del rizado- y toque el timbre.

-¿Quién? -Preguntó cansado. 

-Yo.

No hizo falta palabra de más para que el oji azul me abriera al instante, exhaltado con la respiración entrecortada. ¿Tanta emoción causaba ver a alguien? Me pregunte si tendría que estar así...

-¡Camille! –Exclamó emocionado Louis, tan emocionado como imagine él estaría, tan emocionado como Harold estaba cuando le dije que estaríamos juntos al regresar-. Regresaste muñeca, ¡en verdad estas aquí!

Dijo cargándome, besándome, y dándome un fuerte abrazo. Ni siquiera me esforcé por alzar los brazos, me quede como soldado, con las maletas tiradas a los lados y un hombre feliz de verme.

-¿Podemos hablar? –Fueron mis únicas palabras, secas, planas y sin ningún ápice de emoción.

HARRY POV

La había perdido, para siempre. Se había ido sin darme un beso, ni decirme te amo. De la manera más triste y plana, había perdido al amor de mi vida. Quería llamarla, pedirle que regresara, pero tenía mucho miedo de su rechazo, no podría soportar escucharla decir que prefería a Louis que a mí. 

Desesperado avente todo lo que había en mi escritorio, rompiendo hasta el último adorno ahí presente. Me serví un vaso de whisky con hielo y pensé seriamente en matarme, en matar a Louis por estar ahora probablemente besando a mi Camille, y finalmente se me ocurrió llamar a alguien más. Esta fue una de esas despedidas dolorosas que ni con todo el alcohol de Miami podría olvidar. 

-¿Sí? Necesito tu ayuda.

Los gritos del otro lado de la línea no pararon hasta que lo interrumpí y le dije lo que quería escuchar.

-Ya sé que soy un cabrón de primera, pero amo a Camille, y por ahora necesito tu ayuda. 

Durmiendo con el Enemigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora